Fernando Irala
A partir de este lunes la ciudad de México y la mayor parte del país han sido ubicados en semáforo epidemiológico verde, lo cual significa lo más cercano a la normalidad y la desaparición de restricciones a la actividad de las personas, aunque prevalecen las medidas de seguridad e higiene.
Hay un descenso en los números de contagios y muertes en la llamada tercera ola, pero la permanencia de la pandemia en cifras aún muy altas aconsejarían una cierta cautela, en vez del alegre camino a la normalización que ahora parece emprenderse.
Cuando en la primavera del año pasado la nación entera se paralizó ante la irrupción del virus y todo el que pudo se resguardó en su casa, las muertes eran unas cuantas cada día.
Luego, al dar por terminado el confinamiento extremo e inaugurar el sistema de semáforos, a fines de mayo, ya la mortalidad se encontraba desbocada y alcanzaba rangos entre los 300 y los 500 por jornada, lo que obligó a designar el color rojo para la mayor pare del país.
Ahora venimos de promedios similares, en ocasiones superiores a los 500 fallecimientos, pero desde hace semanas se hablaba de que estábamos a punto de pasar al verde.
Después de más de año y medio de epidemia, se observa una especie de fatiga colectiva en la población, y una tendencia a saltarse las restricciones sanitarias.
En ese fenómeno las autoridades, que en México han actuado desde el inicio de manera permisiva, ponen su grano de arena al apresurar hace un bimestre el retorno a clases presenciales y ahora moviendo el semáforo al verde.
Es muy probable que con todo ello en realidad estemos prolongando los ya muy largos ciclos epidémicos, y aumentando los riesgos de que entre las variantes del virus aparezcan cepas más peligrosas y contagiosas.
Más valdría extremar la prudencia, pero ésa no parece una cualidad de los actuales tiempos.