Fernando Irala
Los fatalistas dirán que es el sino nacional, aunque en estricto raciocinio es consecuencia de nuestras creencias y acciones, el caso es que nuestro país siempre adopta modas y tendencias cuando en el mundo ya van de salida.
Ahora nos ha ocurrido con los cambios de horario, sistema adoptado en México a finales del siglo pasado, justo cuando en el planeta las naciones que ya lo practicaban empezaban a preguntarse sobre su real utilidad, y sí valía la pena tanto vaivén en nuestros ciclos biológicos.
Menos aún, cuando en nuestras latitudes tropicales ni siquiera hay variaciones importantes en los ciclos y lapsos de luz y oscuridad a lo largo del día y la noche.
El caso es que por largos veintiséis años los mexicanos vivimos la alternancia semestral de adelanto y atraso de relojes, la cual supuestamente nos traería el mejor aprovechamiento de la luz solar, una mayor convivencia familiar y un ahorro considerable en las facturas domésticas de consumo de electricidad.
Nada de eso ocurrió, por lo menos en una proporción notable. Los resultados obtenidos fueron fenómenos de somnolencia, alteración en los ciclos de descanso y malestares diversos en muchas personas sensibles.
Quienes se ahorraron una lana fueron las empresas de electricidad –que antes había dos y luego una sola— que pudieron manejar a mejores costos sus picos de demanda.
También se dijo desde el inicio y todo el tiempo que duró la medida, que el horario de verano era una imposición no escrita en el marco del tratado de libre comercio de América del Norte, para sincronizar mejor el funcionamiento de las bolsas de valores, las comunicaciones, los itinerarios de la aviación comercial y todas las facetas de las transacciones regionales.
El caso es que en México nunca se entendió la necesidad real ni el beneficio de andar cambiando de hora a cada rato, y ahora se ha abandonado la variación estacional, aparentemente para siempre.
No se moverán los cronómetros en la frontera norte, tan ligada en su economía al vecino Estados Unidos, situación que refleja que efectivamente el mentado horario fue una imposición externa, y no algo que significase un beneficio generalizado en el territorio nacional.
Por lo menos, a partir de ahora hemos recuperado estabilidad en nuestro día a día, como lo está haciendo ya el mundo entero.