Fernando Irala
Lo que se ha dado en llamar negociaciones entre el gobierno de Donald Trump y sus socios en la región, no son tales.
Una vez cada mes, en un movimiento que se torna repetitivo, el habitante de la Casa Blanca otorga de manera graciosa el favor de aplazar la aplicación de los aranceles con los que amenaza a México, a Canadá y a todo el mundo.
Es un poco, el juego del gato y el ratón.
Instalado en su megalomanía, el señor Trump no se da cuenta de que sus pleitos y ataques, en vez de generar el renacimiento de la grandeza de su nación por la que dice pelear, acentuarán la decadencia del imperio, que empezó hace decenios y hacia el futuro no hará más que profundizarse.
Entretanto, sus bravatas sí están causando innumerables daños en la estabilidad de la economía y la política del planeta entero, y por supuesto en las naciones vecinas.
Por lo pronto, el espantajo de los aranceles sigue en pie, ahora con una vigencia renovada.
Cuando esto empezó, en Palacio Nacional se dijo que teníamos varios planes de respuesta, con sucesivas letras del abecedario.
Pero con el amago de hace una semana, lo que ocurrió del lado mexicano fue el pasmo, que duró varios días.
La 4T respondió al final con lo que mejor sabe hacer: un mitin. Y cuando las cosas no se arreglaron, sino que una vez más se difirieron, de todas maneras hicieron su mitin, a medias celebratorio, a medias para descubrir el hilo negro: que en el tratado de libre comercio suscrito y vigente, se establece que entre nuestros países no se aplican tarifas arancelarias. Eso no habría que decirlo en el Zócalo, sino hacerlo valer en Washington.
Las acciones propuestas para fortalecer la economía nacional pueden ser muy adecuadas en el largo plazo, pero difícilmente servirán de algo en el comercio internacional, en tanto no se controle o se neutralice la agresividad enfermiza de Trump.
Mientras este circo internacional continúa, en el ámbito interno las cosas tampoco caminan como en Palacio Nacional se pretende.
La reforma constitucional planteada para intentar evitar el nepotismo en municipios y estados, donde ya desde ahora el poder se transmite, o se planea transmitir, entre familiares y cónyuges, previo paso de legitimación en las urnas, simplemente fue postergada para su aplicación hasta 2030. A la manera virreinal, por lo pronto se acata pero no se cumple.
En ese contexto ha ocurrido la primera baja en el gabinete que aún no cumple un semestre de gestión. El secretario de Hacienda presentó su renuncia y se fue; se dice que era la tercera vez que intentaba dimitir en la corta vida del actual gobierno.
A nadie escapa la importancia de la Secretaría de Hacienda. Más aún cuando Ramírez de la O, el ahora ido, fue ratificado al día siguiente de que la 4T ganara la elección de junio de 2024, como una manera de dar cierta certidumbre luego de la estrepitosa caída de la Bolsa de Valores, la más grave en más de tres décadas, al conocerse que Morena y sus aliados controlarían el Congreso de la Unión.
Ahora que los males se han consumado y las certidumbres se han ido, tal vez el dato de quien ocupa Hacienda ha perdido relevancia.
Así, entre el cataclismo provocado desde Estados Unidos y las desavenencias que comienzan a surgir al interior del grupo en el poder, la gobernanza de la nación muestra sus primeras grietas.
Y esto apenas empieza.