Fernando Irala
Este año se ha roto una tradición de la ciudad.
Por lo menos desde que a fines del siglo pasado se conmemoró el medio milenio del Descubrimiento de América, manifestantes indigenistas y antihispanistas se han hecho presentes cada aniversario frente a su monumento, para hacer patente su resentimiento contra un personaje que cambió la historia del mundo, y contra las secuelas que aún vivimos de esos hechos.
La estatua que recuerda al marino genovés ha terminado cada episodio de éstos, e incluso en otras protestas por otras causas, bañada en pinturas varias y cubierta de leyendas condenatorias.
Este 12 de octubre no sería distinto. Por el contrario, la virulencia de las marchas no ha dejado de aumentar, y hasta los sectores antes próximos a la bondad y la abnegación ahora cargan contra las barreras policiacas y hacen gala de destrucción de comercios, edificios públicos e incluso mobiliario urbano.
Como resultado de expresiones callejeras, han sufrido daños considerables las estatuas vecinas que adornan el Paseo de la Reforma, lo mismo que la de Cuauhtémoc y el Hemiciclo a Benito Juárez.
Y esta vez, Colón sería insalvable. Así que las autoridades de la ciudad decidieron mentir para protegerlo. Dijeron que de pronto observaron a Don Cristóbal muy sucio y desmejorado, muy a la intemperie. Y consideraron que era un buen momento para bajarlo de su pedestal y retirarlo a un ignoto taller para darle una restauradita.
Ahí pasará la efeméride y quién sabe cuánto tiempo más. A la espera de tiempos mejores que no sabemos si alguna vez retornarán.
Entonces, tal vez, la figura de Colón volverá a su base, y su glorieta dejará de verse mocha.