Fernando Irala
A la sorpresa por la detención en territorio norteamericano del exsecretario de la Defensa de México, en octubre pasado, un mes después se añadió la estupefacción de verlo libre y de regreso a nuestro país.
Tardaremos mucho tiempo en saber qué fue lo que pasó exactamente y es probable que nunca tengamos el cuadro completo, pero por lo pronto prácticamente todos los analistas han hecho su esfuerzo por interpretar lo ocurrido.
Hay una coincidencia generalizada en que la acción unilateral de la agencia antidrogas norteamericana, la DEA, generó un gran descontento en las Fuerzas Armadas de México, cuyos altos mandos actúan en situaciones de este tipo como en una cofradía.
Ese talante se hizo evidente cuando el Presidente pasó de dar por sentado lo ocurrido e incluso advertir que separaría de su cargo a quienes hubieran tenido que ver con el general, a tomar distancia y finalmente expresar molestia por la manera de proceder de las autoridades estadounidenses, molestia que no era propia, sino de los militares.
Hasta ahí, lo acontecido resultaba inédito pero transcurría dentro del patrón norteamericano. Lo que siguió ya no coincide con ningún esquema.
El arreglo conseguido y la devolución de Cienfuegos es algo inusitado. Si de esas hazañas es capaz el gobierno mexicano, la pregunta sería por qué no aplicaron antes sus talentos, ante las amenazas de aplicar aranceles extraordinarios a las mercancías mexicanas, o ante el trato violatorio a los migrantes de México y América Central.
El factor a ponderar es la intervención del Ejército, en particular de sus altos mandos. Aunque para una mirada superficial el peso militar mexicano no es comparable con la fuerza del Imperio, la estabilidad al sur de la frontera sí es un elemento en el que las fuerzas de seguridad de este lado juegan un papel determinante, indispensable para la operación de agencias como la propia DEA y otras instituciones del gobierno de aquel país.
Unos días después, el discurso del secretario actual de la Defensa, al celebrar el aniversario de la Revolución Mexicana, debe leerse a valores entendidos. En particular, una de sus frases de conclusión: “es evidente que no anhelamos ningún poder, porque nuestra razón de ser está alejada de pretensiones políticas o de otro tipo”.
Como gustan decir en la 4t, se oyó muy fuerte y se oyó muy claro, luego de lo sucedido, y aplicando aquel dicho de abogados que empieza diciendo: “aclaraciones no pedidas…”