Fernando Irala
Lo quemaron intencionalmente hace unos días, y con el incendio se ha sellado el destino de uno de los recientes símbolos de Acapulco.
No se sabe si fue la delincuencia organizada, dice el gobierno, cuyo deber es investigarlo. Pero por lo pronto todo el mundo ha visto los videos de un trío de rufianes que a todas luces son delincuentes y que lucen lo suficientemente organizados.
El Baby’o abrió sus puertas cuando Acapulco había iniciado su decadencia, aunque entonces nadie lo advertía. Por aquellos años de mediados de los setenta había nacido Cancún, territorio al que el gobierno federal le daría todo su apoyo para convertirlo en lo que es ahora: la joya del turismo internacional en México, en lo cual desplazó precisamente a la bahía más hermosa del mundo, como se le había bautizado.
Hoy ha pasado medio siglo, y en ese largo lapso han pasado muchas cosas, la mayor parte de ellas desfavorables. Primero, el desvío del turismo de gran clase hacia la denominada Riviera Maya; luego, la incapacidad de los empresarios y de todos los servidores turísticos acapulqueños para apreciar el tesoro que poseen para hacer su negocio con calidad y atención, la clave en su ramo.
Vino entonces una larga decadencia a contracorriente de la tendencia mundial. Mientras en el planeta entero viajar se convirtió en la actividad de moda, Acapulco dejó de ser referente turístico internacional, vino a menos, se abarató.
Luego llegó el crimen organizado, y ésos a los que el gobierno no ve, sí supieron aprovechar la situación estratégica y de negocios. Y mayor decadencia tuvo el puerto, que sobre su belleza natural había posicionado una vida nocturna de esplendor.
Para acabarla, nos atropelló a todos la pandemia, pero en todo el planeta la primera actividad obligada al cierre fue el turismo y sus servicios conectados.
Ahora, el fuego criminal significa algo más que el ataque a un negocio, anuncia el triste destino de un puerto icónico de la vida mexicana.
Entretanto, como mencionamos al inicio de estas líneas, el gobierno no sabe qué pasó. Es que hay tantas cosas que no saben.