CABEZA DE PLAYA: Un suceso insignificante…

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Carlos Galguera Roiz

Tres ejecutivos, multinacional de alimentos, negociaban la compra de cosechas con un poderoso terrateniente sudamericano. Habían volado al pequeño, destartalado, aeropuerto de provincia, acababan de cerrar un trato multimillonario para su poderoso consorcio.

La confrontación negociadora había sido durísima y larga, pero las firmas estaban en los documentos. El lujoso automóvil del cacique local los llevó a la terminal aérea con el tiempo muy justo, hubieron de sortear por el trayecto una manada de ovejas e innumerables y profundos baches en la rudimentaria pista de tierra.

Los tres salieron corriendo a la puerta del barracón que hacía las veces de “terminal aérea”, no podían perder el único avión de la semana que los llevaría a la capital, a la “civilización”; iban a toda la velocidad que les permitían sus pesadas carteras, repletas de papeles, portando los detalles del tesoro negociado…

Al doblar un pequeño pasillo, irregular, que enfilaba a la pista, había en el suelo una pila de mangos cuidadosamente construida, detrás una preciosa niñita vendiéndolos; la velocidad de nuestros apresurados negociantes y la pequeña curvatura del pasillo, provocaron el tropiezo de los ejecutivos con las frutas apiladas, rodaron por el suelo, casi se caen los tres presurosos negociantes…

Un llanto inconsolable sonó en medio de los mangos desparramados, dos de los ejecutivos continuaron su carrera desesperada hacia la avioneta, el tercero se detuvo, volvió sobre sus pasos rápidamente y se puso a recoger con celeridad máxima las piezas desperdigadas por los rincones; cuando se acercó a devolverlos a la pequeñita se dio cuenta que era ciega. Mira – le dijo con repentina dulzura – alguna fruta se ha estropeado, la infeliz seguía llorando, te doy 100 dólares, te compro los mangos…

La preciosa indígena agarró a tientas el billete y de repente sonrió; es como si todo el Universo hubiera sonreído en ese instante. El ejecutivo emprendió el camino al avión, remota posibilidad de alcanzarlo, aceleró por si acaso…, de pronto la cieguita lanzó, con toda su alma una misteriosa pregunta-afirmación, tono de sinceridad, alegría indescriptible “ ¡¡¡ ¿es usted Jesús, no? !!!”

El hombre no pudo aguantar este formidable impacto, se paró bruscamente, cerró los ojos y se apoyó en una columna, ya no importaba nada…

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