Buenas noticias; malas noticias

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Fernando Irala
Con base en la reciente Encuesta Nacional de Ingreso y Gasto de los Hogares 2022, publicada por el INEGI, el Consejo Nacional para la Evaluación de la Política Social, CONEVAL, ha difundido su estudio de medición de la pobreza en México.
En él se detalla lo que ya se ha presumido en los medios de comunicación: que la pobreza en general ha disminuido a lo largo del sexenio, y que la pobreza extrema, la que padecen quienes literalmente no tienen ni para comer, también ha bajado, aunque ésta en mucha menor proporción.
En tanto que los pobres a secas pasaron de casi 42 por ciento de la población a un poco más de 36 por ciento, los pobres extremos sólo se redujeron en menos de un punto, de ocho a 7.2 por ciento.
Estas cifras optimistas se ven matizadas cuando se entra al detalle de las carencias sociales. Ahí las cosas no han ido tan bien. El rezago educativo se viene incrementando desde 2016, y en los últimos cuatro años ha crecido unas décimas, de 19 a 19.4 por ciento.
La carencia de servicios de salud creció a más del doble, de un poco más de 16 a más de 39 por ciento, es decir, cuatro de cada diez mexicanos carece de atención en salud, y a la fecha más de la mitad de la población no tiene acceso a la seguridad social.
Cómo es que la pobreza puede disminuir y al mismo tiempo las carencias de la población aumentar tiene una explicación simple: al concentrar la política social en un ejercicio de reparto de dinero se ha abandonado la atención de las necesidades de la gente en el resto de los rubros. Ahora todos tienen más ingresos por efecto de las dádivas, pero los servicios médicos y educativos son ahora más escasos y deficientes.
Además, la reducción de la pobreza es por ello un efecto artificial: la gente no es más productiva, no tiene un mejor empleo o una mejor situación económica. Lo único que ocurre es que se ha vuelto dependiente de las transferencias monetarias del gobierno.
Todavía más, la escasa disminución de la población en pobreza extrema, muestra que el delirante reparto de ayudas monetarias beneficia a mucha gente, pero a la que menos es a quienes más lo necesitan. Es que se ha abandonado el esfuerzo de evaluación y focalización para llegar realmente a los más pobres, y se distribuye dinero, porque es lo fácil, lo mismo a quienes habitan en pueblos y comunidades que a quienes viven en Polanco.
Todo eso tiene efectos nefastos para un verdadero desarrollo social y para la construcción de una sociedad realmente igualitaria.

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