Francisco Gómez Maza
¿Calladito te ves más bonito, pueblo?
Si eres el patrón, tienes derecho a criticar
Me da pena repetirlo, pero a este escribidor le ocurre lo que al periodista, poeta y escritor estadounidense, nacido en Alemania, Henri Charles Bukowski, frente a su presidente, que ciertamente no pudo ser Donald Trump, ya que Charly murió en 1994 y el entonces presidente era Bill Clinton, que también tenía gestos de bufón mañoso y con quien otro presidente, también con risa de payaso, Carlos Salinas de Gortari, firmó el ahora NAFTA, condenado por la casa blanca a la desaparición.
Y es que Bukowski es muy duro para juzgar, para calificar, para retratar a su presidente, a cualquier presidente (en mi vida de reportero he conocido y tratado, como periodista, a nueve presidentes mexicanos, y a otros tantos de países extranjeros, y todos padecen del mismo trauma) por como se comportan ante el pueblo. Por como quieren controlar hasta la conciencia, lo más íntimo, de los ciudadanos. Por como se sienten dioses bajados dignamente del panteón para bañar de bendiciones a los pobres mortales. Y por tanto, no aceptan en su corazón ningún tipo de cuestionamiento, de crítica. Ni siquiera de análisis, que confunden con ataques que les pegan directamente en su otro yo.
Miren, por ejemplo, el actual presidente (y podría haber sido cualquiera de los nueve que he conocido), al final del día, siempre trata de silenciar a los críticos, y la historia la narra, no yo, sino un reportero del The New York Times, Azam Ahmed: De acuerdo con cinco personas que narraron una reunión privada realizada en mayo pasado, el presidente se dirigió a Claudio X. González Laporte, empresario respetado en México, dice el journalist del diario estadounidense, pero siempre asido de la mano del poder político. Y el presidente le dijo: Tu hijo debería dejar de ser tan crítico con el gobierno.
Todos los influyentes empresarios presentes guardaron silencio, describe Ahmed. El hijo de González Laporte, Claudio X. González Guajardo, ha pasado casi dos décadas combatiendo la corrupción y la impunidad, que tanto deterioran a México. Pero su proyecto más reciente, “Mexicanos Contra la Corrupción”, una organización de periodismo de investigación que ha revelado contratos corruptos de aliados del gobierno, estaba haciendo demasiado ruido para gusto del presidente.
El hombre de Los Pinos habló alto y claro, y ex catedra, como hablaban hace años los papas de la iglesia católica: “La sociedad civil no debe pasar tanto tiempo hablando de corrupción”, le dijo el presidente a González Laporte. El poderoso grupo de magnates se quedó atónito ante el ataque asestado contra uno de los suyos.
Claudio X, González no pudo ser más sincero y valiente: “Estoy orgulloso de mi hijo y del trabajo que está haciendo”, respondió.
Incluso en México, donde el Estado a menudo ejerce presión con mano dura, se consideró muy extraño que el presidente intentara silenciar, abiertamente, a un miembro de una de sus bases electorales más confiables. La oficina del presidente negó que Peña Nieto estuviera presionando directamente a González Guajardo, sino que simplemente comentó, de manera general, ante su audiencia y la invitó a enfocarse tanto en los errores como en los logros de su gobierno.
Pero el comentario del presidente sólo fue el intento más reciente de silenciar a González Guajardo y obstaculizar su trabajo.
Y a raíz de esta horrible, temeraria, peligrosa, preocupante advertencia presidencial, recordé a mi amigo Bukowski, que no pudo ser menos duro con su presidente:
“Cuando veo fotos de mi presidente, o le oigo hablar, me parece una especie de payaso, una criatura torpe y repugnante, a la que se ha otorgado decisión sobre mi vida, mis libertades y las de todos los demás”.
No podía ser menos claro y sincero el poeta. No se han dado cuenta, ni se darán, los presidentes de que sólo presiden, que son empleados, que el pueblo les paga para que trabajen por el bienestar común de la sociedad. Y si no lo hacen correctamente, el patrón, la sociedad, el pueblo, tiene la obligación de hacérselos saber, de criticarlos, como lo hace cualquier patrón con el empleado, el dependiente, como se decía hace unos 50 años.
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