Francisco Gómez Maza
Hechos son amores y no buenos pareceres
El hándicap de la oposición: el individualismo
Lo que importa a los miembros de la derecha es velar por su hacienda personal
Los partidos y los grupos del ala derecha de la historia han perdido un invaluable tiempo, entre pataleos, insultos y gritería, en su intento de minar la legitimidad del gobierno de la 4T, pero no logran tener eco en los sectores populares porque están desagregados y porque no les ofrecen más que la misma alternativa del pasado inmediato, un modo de gobernar desde el vértice de la pirámide, que sólo ha repartido maleficios, malos farios, entre las mayorías pobres y muy pobres.
En esta historia de la desigualdad tendrían que poner la atención los opositores y los críticos de un presidente de la república legítimo, que fue elegido por la inmensa mayoría de los ciudadanos que fueron a sufragar, hace un par de años, cuando los órganos jurisdiccionales que organizan y cuentan los votos, o velan por su constitucionalidad avalaron constitucionalmente la elección.
Pero los opositores se pierden en el cotidiano discurso de la diatriba, del insulto, del odio, que no los llevará más que a mayores insatisfacciones personales, no de grupo, porque ellos no creen en lo grupal, siendo practicantes del individualismo, y prepararse con una nueva visión de la política; organizarse democráticamente, para ganarle espacios políticos a López Obrador y a Morena, en la Cámara de Diputados, y ser representantes, renovados, no del pasado de corrupción, impunidad, simulación y cinismo del PRI y del PAN, sino alternativa que construya, sobre las ruinas de su pasado, una nueva sociedad, en donde imperen los grandes valores de la política y de la economía, sin corrupción y menos impunidad, simulación y cinismo. El cinismo fue la puntilla que hizo pedazos a quienes encabezaron el Viejo Régimen. Fueron tan avorazados. En mi tierra tienen un adagio que dice: “se puede ser cochi, pero no tan trompudo”, con lo que por supuesto no esto de acuerdo.
Sin embargo, parecen nuevos y nuevas. No han aprendido de la historia que ellos mismos escribieron con la sangre de muchos, desaparecidos, mujeres y niñas violentadas y asesinadas, secuestrados, detenidos, torturados, ejecutados, asesinados, una historia negra escrita con la tinta de la inconciencia, de la injusticia, de la pobreza de las mayorías, de la explotación de la mano de obra, de la desigualdad profunda.
Si en medio de su camino hacia el infierno que ahora están viviendo no les funcionó la experiencia de entender el poder político como una opción de éxito económico, la presidencia como una presidencia de consejo de administración, las cámaras legislativas como casinos o centro de negocios, y todo el aparato estructural de gobierno como una opción para enriquecerse a como diera lugar, pisoteando a quien se atravesara en su camino, buscando sólo el beneficio de su hacienda personal, por qué no cambian, reconocen sus gravísimos errores, muchos criminales, y le dicen a la nación que intentan el retorno por el camino de la razón y de la justicia, de todo lo contrario que sembraron y que cosecharon hace dos años cuando las mayorías los aborrecieron.
Felipe Calderón y su mujer son el ejemplo claro de esta soberbia que guía la inconciencia de muchos panistas (hubo y hay panistas dignos, respetuosos y respetables, ciertamente). Durante el sexenio en el que encabezó al poder ejecutivo se desataron los demonios de la violencia, del crimen, de la desaparición por secuestro o detención, de la inseguridad pública, de la corrupción, de la impunidad, de la simulación y el cinismo, de la represión, del odio a los desheredados, de la sevicia y de la confabulación del poder gubernamental con los poderes fácticos (imposible que el michoacano ignorara lo que hacía su superpolicía, enrolado en las filas de la delincuencia organizada)
No pueden volver a la escena electoral sin cambiar sus prioridades personales y de partido, porque las mayorías van a volver a rechazarlos. Y no sólo tienen que cambiar de piel, sino demostrar que su mandato es servir, más que nada, al pueblo y no sólo a los magnates del capital. Tienen que probar que ya no entienden la política como negocio porque la política es ser empleados y no padrones de lo que se llama pueblo, y que prefiero llamar la gente, gran colectividad integrada por seres humanos que tienen necesidades materiales y espirituales que satisfacer so pena de muerte.
Sólo así podrían tener autoridad para cuestionar al nuevo régimen y no para imponerse mediante la violencia del golpismo, sino para demostrarle a los que pueden sufragar en las urnas que son elegibles, que no van a volver a traicionar a quienes los eligen. Mientras, pueden continuar con sus bravatas y pataleos, como diariamente lo practica un ya no tan joven locutor que fue de la televisión y de la radio y que ahora sólo alcanza a tener un canal en la web.