CIUDAD DE MÉXICO / SemMéxico/Nueva Mujer.- Un día como hoy, hace 51 años, en la Plaza de las Tres Culturas en Tlatelolco aconteció uno de los episodios más sensibles y lamentables del siglo XX en la historia de México: la represión (y matanza) de involucrados en el Movimiento Estudiantil.
La matanza del 2 de octubre de 1968 comprende un panorama bastante amplio, desde la perspectiva que se quiera entender, sea social, en torno a la educación, a la prensa, la libertad de expresión, la libertad sexual, libertad democrática, la conciencia política civil, las leyes, los derechos humanos o la revolución femenina; pero todas parten de una declaración que, a base de sangre y de cobrar cientos de vidas, el gobierno impuso: represión.
Al respecto, hay algo de lo que sabemos poco, y es sobre la participación de las mujeres en el movimiento estudiantil. En comparación con la cantidad de hombres involucrados, la presencia femenina fue reducida. En los 60 una mujer universitaria era un caso rarísimo; de que existían no cabe duda, pero eran muy pocas: dos, tres o cuatro por facultad académica, y de ellas se adhirieron a la causa las que tenían un trasfondo político de izquierda.
Si bien, que haya mujeres estudiantes de universidad era un signo a favor de la revolución femenina, aun así eran tratadas con hostilidad por parte de maestros y compañeros. Pero además de estas estudiantes, hubo otro sector femenino involucrado: las madres de los activistas.
Pero ¿qué papel desempeñaron las mujeres? Propiamente no hubo líderes femeninas como tales, aunque Elena Poniatowska reconoce a dos: “Tita” y “Nacha”. La labore que desempeñaron en principio fue la de preparar el café e ir a los mercados donde la gente les proporcionaba alimentos en apoyo a la causa para los miembros de las asambleas.
Sin embargo, fueron ellas quienes tuvieron contacto con la comunidad y quienes a través de pintas, discursos breves en espacios públicos, de entregar propaganda y panfletos del movimiento, así como obteniendo donaciones en efectivo bajo la forma de “boteo” y otras actividades brigadistas, aportaron las bases para la participación femenina en futuras movilizaciones civiles.
Nacha Rodríguez
Una de estas mujeres fue Ana Ignacia Rodríguez Márquez, conocida como “Nacha”. Ella era estudiante de Derecho y su primera detención fue cuando el ejército irrumpió en las instalaciones de la UNAM, violando la autonomía de la universidad. Estuvo presa por 72 horas en Lecumberri, pero tras su liberación, no desistió de mantenerse activa en el movimiento.
Vivió en carne propia los acontecimientos del 2 de octubre en Tlatelolco; le tomó minutos creer lo que veía, era algo insólito, ella y sus compañeros creían que las balas que disparaban los francotiradores no eran reales, que el gobierno matara estudiantes era una posibilidad impensable para ellos; cuando cayeron en la cuenta corrieron por su vida.
La “Nacha” fue detenida por segunda vez en la casa donde se refugiaba, una vez más fue liberada y se fue a su hogar familiar en provincia. Volvió los primeros días de enero del 69, y poco después fue secuestrada junto con un compañero, por la policía secreta, iniciando así un período amargo, acusada de delitos como homicidio, robo, lesiones, ataques a las vías generales de comunicación, sedición e incitación a la rebelión, acusaciones que firmó admitiéndose responsable al tiempo que era torturada psicológicamente por un extranjero, que ella afirma era miembro de la CIA.
Dos años duró presa, tiempo que a ella le sirvieron para reforzar sus ideales y mantenerse informada del movimiento desde la cárcel.
A la fecha, “La Nacha” Rodríguez no ha desistido, forma parte del Comité68, un grupo que exige justicia y castigo a los responsables de la matanza, además de perpetuar el testimonio de lo que vivieron en Tlatelolco. Ana Ignacia reconoce que si bien la represión del 2 de octubre define el fracaso del movimiento, es indudable que existe un antes y un después determinante en la historia del país.
El 68 marcó el inicio para los cambios democráticos y sociales que le sucedieron, como la alternancia y la fundación de partidos políticos de oposición a los dominantes existentes, la generación de ONGs y la defensa de los derechos humanos, modificaciones en las leyes respecto a los delitos y presos políticos, la conciencia política y social de la población, libertad de expresión, libertad de prensa, el derecho a la huelga, la revolución sexual, hasta algo tan básico como la libertad de vestirse sin ser señalado como delincuente.
Sobre las mujeres en el movimiento, concluye:
Y siempre digo que nosotros no valemos nada frente a las verdaderas heroínas del movimiento estudiantil: esas mujeres anónimas, esas mujeres cuyos nombres no salen, que no son reconocidas. Pero algunas dieron su vida y muchas, no sé si por temor o por sus hijos, no aparecen ante las cámaras ni hacen presencia pública. Si hubo algún cambio, si hemos avanzado en las libertades democráticas, se debe a ellas.
Aunque el 2 de Octubre, fue el inicio para la ejecución de libertades que ahora nos parecen comunes, queda un camino por recorrer para lograr una plenitud como tal. El movimiento estudiantil nos enseñó que debemos luchar por nuestros derechos, a favor de la justicia, de la libertad y la igualdad, mientras “represión” sea una palabra que no se haya borrado y persista en el contexto actual de México.
AM.MX/fm