Carlos Galguera Roiz
Es hora ya de confesarlo, yo no me he casado nunca porque en realidad
– mi propia valoración – soy una víctima evidente, yo diría clamorosa, sin renunciar a culpabilidades personales, de una educación fallida, lo cual me orilló a vivir una larga época, coincidente con desmadres en mi patria española, sin una madurez suficiente, mínimamente necesaria…
Mi bachillerato, época de formación básica, lo cursé en los Jesuitas, me enseñaron ahí, a pesar de su excelente fama, muy poco en terrenos de formación intelectual, escasísimas e inútiles nociones sobre idiomas, aunque hube de memorizar innumerables textos de Latín, requisito para superar el marco educativo vigente.
Me enseñaron en esa época, crucial para mi desarrollo existencial, que había actuaciones prohibidas; siempre me atrajeron las mujeres, pero esta inclinación clara, tenía componentes pecaminosos, que debían ser contenidos o borrados, mientras la sangre bullía por mis trasfondos, apenas iniciando los caminos…
Nunca pude aprender a canalizar esa, para mí, difícil ecuación, pues con mis padres, los mantengo en mis recuerdos como unos maravillosos seres humanos, nunca pude tener la confianza que yo necesitaba, en unos momentos clave de mi vida, no pude lograr una comunicación en profundidad, así era la coyuntura prevalente
Me lancé, desde esa fase de adolescencia a una escalada “imposible” en esa época, tenía que aportar una alegría especial en casa, especialmente para mi padre; debía conseguir ingresar en la Escuela de Ingenieros Navales, representaba un reto extremadamente duro, en el que muy pocos lograban triunfar…
A partir de aquí, conseguida esta meta, mi trayectoria fue de un relax absolutamente irresponsable, sin mayores esfuerzos conseguí el título oficial y durante un largo trayecto navegué muchos, muchos años a la deriva…
Innumerables aventuras femeninas, sin una madurez para fijar metas que estaban incrustadas en mi subconsciente, pero que nunca he sabido como culminar; he dejado muchos jirones de mi vida en estas azarosas aventuras…
Siempre hay causas de fondo para nuestras derivas existenciales, pero casi nunca nos atrevemos a confesarlas, ni siquiera reconocerlas…
A mis casi 83 años, los candados se van abriendo, quizás un problema químico de oxidación…lo cual no deja de ser un triste colofón a una ya larga trayectoria vital, con bastantes espacios vacíos, pero, tengo que reconocer, casi lo calificaría como milagroso, he mantenido vivas unas palancas, para mover y mantener valores que para mi han resultado fundamentales…
Así que en mis trasfondos más íntimos, aparecen con misteriosa intermitencia, luces poderosas, nunca fáciles de traducir pero portando fuerzas para escalar en solitario, como he hecho siempre…; luces que se encienden y apagan en secuencias indescifrables.
En esas andamos, con el enigma de la muerte acercándose, mientras el concepto de la Eternidad va diluyéndose entre infinitas brumas… reconozco que este panorama me da cada vez menos miedo, mientras va ganando en mi interior una insaciable curiosidad, sin mayores calificativos…