*¿Es atentar contra la libertad de expresión el que los jefes de información se vuelvan selectivos? ¿Es malo que los dueños de los medios apuesten a la sociedad y no al poder? ¿Es necesario llamar a la cordura y objetividad a los usuarios de las redes, para que dejen de confundir y confundirse? ¿Se puede vivir sin la conferencia matutina?
A Ignacio Morales Lechuga,
Priscilla Pacheco Romero y
José Manuel Cuéllar Moreno
Gregorio Ortega Molina
Todavía no concluye, al menos en México, la discusión del papel de los medios informativos frente al Estado y sus sucesivos gobiernos, cuando la revolución cibernética nos ofrece un nuevo y automático frente- por aquello del tiempo real y la multiplicación de las imágenes facilitada por el reenvío- desde el cual combatir, con razonamientos serios, los abusos de los gobernantes y los turiferarios de los poderes Legislativo y Judicial.
El poder de comunicación y convencimiento de las redes sociales radica en su espontaneidad y rapidez de respuesta. Pronto, hasta los no avezados, se dan cuenta de los nombres ficticios, las historias inducidas, la multiplicación falsa de los clics y los me gusta. Lo que se transmite en tiempo real, cuando un transeúnte o aprendiz de periodista con teléfono inteligente en mano, sube al ciber espacio video y voz de lo que sucede, y recurre al streaming para que nos enteremos de lo que ya no puede ocultarse.
Ante la velocidad del tiempo real y el deseo siempre insatisfecho de saber algo más, de conocer aquello que los gobiernos ocultan o, al menos, disfrazan, la función de los jefes de prensa está totalmente rebasada, sobre todo porque la multiplicidad de las fuentes de información niega, en automático, la posibilidad de centralizarla, a menos de que -al margen de los independientes que se sirven de las redes- se restablezca de manera funcional esa complicidad entre los dueños de los medios y el poder político, para que se repitan esas llamadas que puso de moda Mauro Jiménez Lazcano por el lenguaje usado en ellas: “Ahí como cosa tuya, hermano”.
Las filtraciones de lo que realmente importa también dejaron de ser funcionales a las necesidades de control de daños desde el poder, o como instrumentos de confrontación con los otros competidores por un negocio, o entre aquellos que sueñan con ascender y terciarse la banda presidencial sobre el pecho.
Impensable el regreso de quien haga las funciones de Carlos Denegri, pero también queda sin posibilidades una nueva edición de Scherer García, de Becerra Acosta, de Carlos Pereyra, de Octavio Paz. La información privilegiada dejó de ser útil y funcional, ante el alud en las redes, ante esa sobreabundancia de data generada, para convertirla en desinformación, o elementos distractores de lo que ocurre a la vista de todos, pero nadie quiere ver o se niega a aceptar. Es un juego de manos tan torpe como el de Beto “El Boticario” y su llamado a poner atención al mago.
¿Es atentar contra la libertad de expresión el que los jefes de información se vuelvan selectivos? ¿Es malo que los dueños de los medios apuesten a la sociedad y no al poder? ¿Es necesario llamar a la cordura y objetividad a los usuarios de las redes, para que dejen de confundir y confundirse? ¿Se puede vivir sin la conferencia matutina?
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