Francisco Gómez Maza
Pantalón de mezclilla, huaraches y una cruz de rústica madera
Fiel acompañante de los pueblos indígenas, desde Tehuantepec
Miembro de la generación de los obispos comprometidos con la liberación y el bienestar material y espiritual de sus pueblos, y con el título popular de Obispo de los Pobres, Arturo Lona Reyes, ciudadano hidrocálido, vestido de mezclilla raída, calzando huaraches y con una cruz de rústica madera al pecho, obispo emérito del Istmo de Tehuantepec, estado mexicano de Oaxaca, abandonó este mundo el sábado 31 de octubre de 2020, a los 95 años de edad, en la víspera de la celebración de los santos del cristianismo histórico.
Sólo hay que hojear los archivos de la historia para asomarse un poco a la vida de este obispo, que levantó ámpula entre las clases dominantes de su diócesis, por su cristiana defensa de los grupos indígenas, siempre aplastados por una sociedad racista, excluyente; siempre explotados por caciques y autoridades políticas corruptas.
Arturo Lona Reyes nació en Aguascalientes el primero de noviembre de 1925 y murió en Lagunas, Oaxaca, el 31 de octubre de 2020. Fue ordenado sacerdote el 15 de agosto de 1952 y consagrado obispo de Tehuantepec el 15 de agosto de 1971, designado por el papa Paulo VI. Renunció a este cargo en 2001 por razones de edad. Fue presidente de la Comisión Episcopal de Indígenas en 1972 y fundador del Centro de Derechos Humanos Tepeyac de Tehuantepec.
En 2008 fue galardonado con el XVI Premio Nacional de Derechos Humanos Don Sergio Méndez Arceo por “reconocimiento a toda una vida entregada a la defensa y promoción de los Derechos Humanos de los pobres e indígenas de Huejutla, Hidalgo, y Tehuantepec, Oaxaca”. Sufrió 11 atentados contra su persona. Y el 15 de octubre pasado fue internado en el hospital Médica Sur de Lagunas en Oaxaca.
El Centro Nacional de Ayuda a las Misiones Indígenas (Cenami) reprodujo y divulgó este viernes el testamento que el obispo escribió en 2011 en el cual se confiesa ante las comunidades cristianas.
En el documento, Lona Reyes afirma que él es fruto de la cultura que se fue conformando en el siglo XX en nuestro naciente país, después de la revolución. Era un niño en la guerra cristera; joven espectador de un mundo que se confunde con la violencia en la segunda guerra mundial; de organizaciones mundiales y americanas que se construyeron para bien de la humanidad. Fue influenciado por cambios sociales como la revolución cubana, el movimiento juvenil de Praga, París y México 68, coartado por el poder, los golpes de estado en América Latina, la convulsión centroamericana. (También por) los cambios eclesiales generados por la reunión de Río de Janeiro, el Concilio Vaticano Segundo, la (carta-encíclica) Populorum Progressio, Medellín, la Evangelii Nuntiandi, la muerte de su amigo Monseñor Oscar Arnulfo Romero (República de El Salvador) del grupo de Obispos Amigos; el sueño de Martin Luther king -“soñé que todos somos hermanos”- y decía: “no me preocupan los gritos de los violentos, sino el silencio de los buenos”; la propuesta pacífica de libertad de Mahatma Gandhi, la Conferencia de Puebla, la colegialidad de la Región Pacífico Sur, el contacto directo cotidiano con los hermanos indígenas y, sobretodo, influenciado, marcado, animado, impugnado por el Evangelio de Jesús de Nazaret, que leía, meditaba y vivía día a día.
Cuenta Lona, en el testamento, que fue ordenado sacerdote para la diócesis de Huejutla, el día 15 de agosto de 1952, y consagrado obispo para Tehuantepec el día 15 de agosto de 1971 por monseñor Manuel Jerónimo Yerena y Camarena.
Monseñor Lona Reyes será recordado por católicos y no católicos, todos comprometidos con los pobres de los pobres, como un acompañante fiel de estos.