Francisco Rodríguez
En el mundo hay sistemas jurídicos de todos los tipos posibles. Desde los que centran los alcances de su estructura en la imposición de modelos tecnocráticos o burocráticos, hasta los que legislan para sentar concepciones corporativas, los que modernizan horizontalmente, o más aún.
Los que reforman sus leyes para perder su libertad, o los que, bajo el supuesto de alcanzar su plenitud, aglomeran sociedades sin mañana, sin impulsos reivindicadores, “aburridas de su bienestar”, hasta las que sin visión histórica instalan en la cúspide camarillas de privilegiados.
El alud de reformas legislativas mexicanas de los últimos tiempos, pertenece a esta última categoría. En muchas materias, aquí se ha legislado a modo para encubrir la rapiña de grupos enquistados en el poder que sólo han buscado proteger la impunidad histórica de quienes han ordenado los cambios jurídicos constitucionales.
Y de ninguna manera se crea que han sido displicentes u omisos. Toda la energía del Estado ha sido aplicada con este objetivo, al menos en las normatividades penales, fiscales, administrativas, comerciales, financieras, y de toda laya que estén dirigidas a proteger la ansiada inmunidad. El reconocimiento histórico a la sevicia y a la intocabilidad.
Asimismo, tenemos miles de leyes que existen en blanco y negro, pero que nunca son aplicadas en el sentido justo. Las que si logran efectividad y vigencia son las que admiten interpretación laxa del Poder Judicial al servicio de los poderosos, a través de cuyas rendijas o lagunas se cuelan un sinfín de delincuentes.
Son las leyes a modo, las que funcionan para aparentar que todo transcurre conforme a Derecho, las que eternizan en el poder social y económico a las camarillas de siempre, las que están blindadas ante cualquier ocurrencia de la justicia común y corriente.
Imaginación política y gubernativa para compensar los vacíos legales
El sistema jurídico mexicano es para un país de fábula, de esos que sólo existen en la fantasía o en la magia de la naturaleza. Jamás ha pasado por él un acontecimiento magno que en verdad revele que vivimos en un entorno de civilidad y de reivindicaciones obreras, agrarias y populares que den lustre a la grandeza del país. Es penoso reconocerlo.
Las grandes franjas de la población han vivido en los últimos cincuenta años sin conocer el funcionamiento de un sistema legal, de un aparato de procuración e impartición de justicia que se apegue mínimamente al decoro y a la pulcritud que reclama un país sobrepoblado y con enormes diferencias sociales.
Por eso el país sigue siendo el mismo. Los vientos y las épocas del cambio pasan más allá de nuestras ventanas. Por eso es urgente la intervención del régimen ahí donde la ley no alcanza para la eficacia, la eficiencia o la restitución de lo perdido. Esa es la función indispensable de la imaginación política y gubernativa para compensar los vacíos legales.
En Gobernación todo se convierte en dislates, errores, inconsciencias
La ley es ciega por definición. Tan ciega que es indispensable auxiliarla cuando no llega a ser casuística. Cuando no señala en los articulados el guión esencial, el punto y coma para su correcta aplicación, la guía imprescindible para dar a cada quien lo suyo, para otorgar el derecho y la razón a quien la tiene.
Las facultades del aparato político de control interno, del que vigila la relación con los poderes federales y locales, del que debe garantizar la gobernabilidad y la concordia no se agotan en confirmar que la ley se aplica, sino que se aplica correctamente a fin de no causar desaguisados colectivos.
Si no es así, todo navega al garete. Cualquier desatino se convierte en acto de gobierno y se paraliza la confianza ciudadana. Brota la decepción y se pierde el sentido del orden y de la justicia. Pasa también si se pone al frente de la Secretaría de Gobernación a una persona que no sabe a qué debe dedicarse.
Y eso es lo que ha pasado durante el primer año de ejercicio del nuevo régimen de la Cuarta Transformación. La Secretaría de Gobernación ha quedado reducida a añicos. Sólo le restan algunas atribuciones menores, cosillas migratorias de poco nivel, actos protocolarios que no sirven para nada sustancial.
¿Y todo lo demás qué? ¿No existe? Cuando en el aparato de la gobernación y en el asiento del Poder Ejecutivo no se tiene la idea de hacia dónde se va, cuando nadie se echa sobre los hombros el funcionamiento integral del sistema, todo se convierte en dislates, errores, inconsciencias, y todo es descalificado en automático si se señalan los riesgos.
Ella, en lo mismo. El manejo de influencias. Utilización de la fe pública
Cuando algún operador designado es enviado a dialogar con los grupos al margen de la legislación penal, surge el desconcierto, aunque lo que haga esté orientado a suplir las deficiencias. Lo importante es que aún se pueda dialogar, conciliar, empatar. Un sistema político sin dientes, es un sistema permisivo por definición. Debe preocuparse cuando ni esto se pueda hacer.
Pero la Secretaría de Gobernación ha sido despojada de toda autoridad legal y moral. La carrera completa de la titular de esa dependencia se debe a las influencias de su papi, y las habilidades de una ayudante de la Notaría que presentó todos los exámenes en suplencia. Inaudito pero cierto.
Ella sigue dedicándose a lo mismo. El manejo de influencias. La utilización de la fe pública para certificar los negocios ilícitos y off shore de, entre otros, Carlos Romero Deschamps, el desvío de todos los negocios del aparato hacia las notarías familiares para darles certidumbre y encubrimiento oficial. Así no se puede.
Se dice feliz, feliz, porque la mandan a encabezar actos protocolarios
Por más que muchos atribuyan su permanencia en el cargo a su participación menor en el famoso desafuero, todos saben que el autor fue Clemente Vega, el entonces titular de la Sedena, quien se opuso a las órdenes de Vicente Fox, salvo si venían firmadas. Y aquí reculó el patán de San Francisco, Guanajuato.
Pero cuando los periodistas le preguntan a la señora si es cierto que ya se va, ella contesta que no, que está feliz, porque el Ejecutivo le acaba de encargar que la represente en un acto protocolario de empresarios. Feliz, consolidada en el cargo, ella sigue contenta y campante. ¿Y la gobernabilidad y el manejo de la política interior? ¿Con qué se come?
Por ahí sólo se va al revoltijo, al chile huevillo del caprichato, a sentar las bases del autoritarismo cómplice. Luego se quejan de que el producto nacional bruto marque cero, de que no funcione el aparato productivo, de que los niveles de aceptación ciudadana estén en los deciles más bajos. De que haya decepción generalizada hacia la Cuarta Transformación.
En el torbellino de la impericia. En la vorágine de la ingobernabilidad
La política interior anda dando tumbos. Su participación se reduce a la ampliación inconstitucional del mandato del tal Bonilla en Baja California. De lo demás no hay nada bueno qué informar a la Nación. El entreguismo es argumento que ya pasó, como el agua del molino. El sistema en su conjunto seguirá tocando fondo.
Estamos entrando al torbellino de la impericia. A la vorágine de la ingobernabilidad, al país de la desesperanza. Pero ellos, muy felices. Ojalá así puedan enfrentar la prueba electoral para la revocación del mandato.
¿Esto es por lo que votamos?
¿Usted qué cree?
Índice Flamígero: Cuando, a finales de julio, arreció el rumor de la inminente renuncia de la ocupante del palacete de los Covián, el Presidente de la República respondió así a la pregunta que, al respecto, le plantearan en la conferencia de prensa matutina: “Estoy muy contento con el trabajo que está haciendo la secretaria de Gobernación, la licenciada Olga Sánchez Cordero. Es extraordinaria como profesional, tiene mucha experiencia con todo lo que tiene que ver con la impartición de justicia. Es una mujer con convicciones, defensora de las mujeres y muy trabajadora. Además, piensen que todos los días, desde antes de las 06:00, está en el gabinete de Seguridad… Estamos muy contentos con ella y no queremos que se vaya. No es como otros casos, donde si nos gustaría [que se fueran]. Los que están ahí agazapados, de tiempo atrás, que no comparten el proyecto nuevo y que quisieran que continuara lo mismo. En un acto de honestidad deberían decir ‘ya me voy, esto no me gusta, no estoy de acuerdo’. No son trabajadores de base, por lo que no se puede alegar que de eso viven”.
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