Miguel Tirado Rasso
mitirasso@yahoo.com.mx
“La palabra no mata, quienes matan son las personas”, con esta retórica algunos se escudan para dar rienda suelta a sus odios contra aquéllos que no consideran estar a la altura de su circunstancia, a quienes no ven como iguales y, esgrimiendo el derecho a la libertad de expresión, los clasifican, los califican y los denigran, con propósitos segregacionistas, por considerarlos un peligro para su comunidad. Práctica cada vez más común, a nivel mundial, agravada por una ola incontenible de flujos migratorios que se da a lo largo y ancho de todo el planeta, las más de las veces por razones de supervivencia.
A quienes no miden el peso de sus palabras o consideran que sus expresiones no generan enconos, habría que preguntarles a qué atribuir, entonces, masacres como la sucedida el pasado fin de semana en una tienda departamental en la ciudad de El Paso, Texas, en donde un joven de 21 años, de nombre Patrick Crusius, armado con un rifle de alto poder, mata a 22 personas y deja heridos a 26, si no es a un odio irracional exacerbado por una propaganda que descalifica y señala como delincuentes a todos aquellos que no pertenecen a la misma etnia.
Está claro, que, en los EUA, lamentablemente, el caso de tiroteos sin ton ni son, ocurren no pocas veces. Una sociedad con el más alto índice de consumo de drogas a nivel mundial, que significa un multimillonario negocio que salpica para todos lados y niveles, y contra el que los esfuerzos del gobierno han resultado infructuosos, por incapacidad o negligencia, genera, también, personajes inestables psicológicamente. Verdaderos energúmenos que, armados, se convierten en un peligro para la sociedad.
Y es que, en nuestro vecino país del norte es notable la facilidad con la que se puede adquirir toda clase de armamento. Tema polémico que no se ha podido someter a una regulación y control más rigurosos, por los poderosos intereses que se oponen, y que, sólo cuando ocurre una masacre como la del sábado pasado, se alude al tema que, finalmente, queda como un buen propósito, sin que nadie haga nada al respecto.
Si a lo anterior se agrega un discurso que alerta sobre la inmigración como una emergencia nacional que requiere de la participación de las Fuerzas Armadas, y, como recurso de campaña, se asestan calificativos de violadores, asesinos, narcotraficantes y otras linduras más, a los inmigrantes, como lo hizo ya durante su campaña electoral para la presidencia, Donald Trump, el odio, la ira, la furia de muchos de sus seguidores que, poco se necesita para acelerarlos, los lleva a cometer atrocidades como la ocurrida.
No hay duda de la motivación que existió en esta masacre, cuando por propia confesión, el asesino habría declarado que su objetivo era “matar el mayor número de mexicanos”. Se habla, además, de un manifiesto contra la invasión hispana de Texas, titulado La verdad inconveniente, que circuló por internet, hora y media antes del tiroteo y en el que se promueve la teoría supremacista blanca, conocida como “el gran reemplazo”, del autor Renaud Camus. Un típico crimen de odio, pues.
Por eso, es importante considerar el peso de las palabras y, más aun, el de quien las pronuncia, por el grado de influencia que pueda tener y las reacciones que provoque. Para ciertos sectores de la población, para sus seguidores, los discursos xenofóbicos y racistas del presidente Trump, resultan atractivos y convincentes. Estratégicamente, golpea a sus adversarios demócratas, al señalarlos como responsables del “desastre migratorio”, al mismo tiempo que siembra odio y temor entre la población norteamericana por la “invasión” de inmigrantes que hay que detener antes de que “infeste” su país, ha twiteado. Y mensajes con contenido de odio, como el anterior, según el periódico estadounidense USA Today, sólo en los últimos seis meses, hay dos mil en las redes sociales del presidente.
Este discurso puede ser efectivo para fines políticos, pero también riesgoso y hasta fatal, por lo que, el presidente Trump deberá bajarle el tono. Porque entre sus fanáticos fomenta el odio, despierta pasiones e incita a la violencia, aunque él no se dé por enterado y atribuya a otras causas estas masacres, pues según declara “el odio no se da en nuestro país”.
¡Vaya inconciencia!