Luis Alberto García / Moscú
*”Jugamos como nunca, perdimos como siempre”.
*Las derrotas honrosas, futbol y “nembutalización”.
*Olvidar penas y problemas, recomendación de los corruptos.
*Éxodo de futbolistas por la crisis económica de América Latina.
*Brasil es buen ejemplo de cómo jugar para evadir la pobreza.
“Jugamos como nunca, perdimos como siempre, y esta vez los inventores del beisbol nos ganan hasta en el futbol”, afirmó en la capital de Corea del Sur Ignacio Suárez, alías el “Fantasma”, comentarista de Televisa, después de la derrota (2-0) de México ante Estados Unidos en la Copa FIFA / Corea Japón 2002, con goles de Brian McBride y Landon Donovan.
El resultado de aquel partido del 17 de junio de 2002 jugado entre ambas selecciones, supuso un predominio que, traducido a términos políticos, reflejó la hegemonía que han impuesto los gobiernos estadounidenses sobre el planeta entero.
Y como política y deporte a veces se dan la mano, esta es parte de la historia de eso que algunos intelectuales marxistas, junto con la religión, llamaron el “opio de los pueblos”, el “pan et circenses” (pan y circo) de los romanos; la “nembutalización” de las masas, según el incisivo y ya fallecido periodista mexicano Jorge Saldaña.
En otras palabras, el futbol ha sido la invención o creación de medidas distractivas para olvidar las penas y los problemas que han sido habitualmente minimizados con mediatización y enajenación colectivas por cuenta de regímenes corruptos y criminales.
Así lo dijo y denunció un uruguayo inteligente y sabio -director técnico de futbol del club mexicano León en la década de 1970-, de nombre Washington Etchamendi, a quien se recuerda por su carácter enérgico y sus declaraciones claras y rotundas dentro y fuera de las canchas de futbol.
¿Qué ha ocurrido en algunas naciones latinoamericanas y europeas con el balompié usado para entretener a los jodidos, como alguna vez llamó Emilio Azcárraga Milmo a los mexicanos pobres, dueño de Televisa, también propietario del estadio Azteca -escenario de dos Copas del Mundo- y del futbol mexicano, al imponer directivos y ser factor determinante en maniobras de todo tipo?
Aquí se intenta ofrecer respuesta a cómo un deporte idolatrado por millones de seres humanos ha sido pretexto para querer olvidar calamidades y ocultar horrores y errores de malos gobiernos, unos tiránicos y otros soberbios en tiempos pasados y presentes; pero igualmente dañinos.
Y así, Brasil en 1958, 1962, 1970 y 1994; Uruguay en 1930 y 1950. Argentina en 1978 y 1986, han sido las representaciones latinoamericanas ganadoras de los eventos mundialistas de esos años, que resumen la calidad de un deporte practicado y visto con veneración y hasta con fanatismo en esas tres naciones -y muchas más- del subcontinente.
Sin embargo, esos trofeos fueron logrados -especialmente en los casos brasileño y argentino- bajo circunstancias políticas complejas y trágicas en las que, como en la Italia de Benito Mussolini y en la Alemania de Adolfo Hitler, el balompié fue utilizado como cortina de humo para ocultar una realidad inenarrable.
Más de dos centenas de jugadores latinoamericanos se desempeñan en las exigentes ligas europeas -también altamente cotizados en China y Japón-, al salir de sus tierras deslumbrados por salarios millonarios ante la situación de crisis económica endémica, secuelas de fases dictatoriales que los obligaron a emigrar.
Algunos han encontrado fama y fortuna en tierras y países lejanos cuyas existencias, idiomas y costumbres ignoraban, entre ellos Edson Arantes do Nascimento “Pelé” -se fue en 1975 al Cosmos de Nueva York invitado por Henry Kissinger, secretario de Estado de Estados Unidos-, cuya infancia pobre -en Tres Corazones, Minas Gerais- contrasta con la riqueza que después lo rodeó.
¿Qué ocurría en Brasil en 1958, cuando el equipo que entonces comandaba Vicente Feola obtuvo por primera vez la Copa Jules Rimet en Suecia? Se desataba la euforia desarrollista propiciada por el presidente Juscelino Kubitschek, cuyo empeño mayor fue la creación de Brasilia al asumir el gobierno tres años atrás.
Kubitschek abrió al exterior las puertas del mercado brasileño, con la consecuente penetración de capitales trasnacionales bajo condiciones excepcionalmente favorables, como luego ocurrió en México y otros países, aunque las pequeñas y medianas industrias desfallecieran con permiso de los tecnócratas enquistados en los gobiernos.
El cesarismo militar se impuso en Brasil el 1 de abril de 1964 y, dos años después, la verde amarela perdió toda posibilidad en la Copa Rimet disputada en Inglaterra con un equipo mediocre, diezmado además por los rivales portugueses que cosieron a patadas a “Pelé”, que debió abandonar el torneo.
La fiesta fue diferida para mejores tiempos, porque entonces las calamidades fueron mayores, debido al gigantismo deportivo alentado por la cúpula militar, cuyos mariscales y generales hicieron del contratismo un negocio pleno y redondo, al construirse estadios que resultaron inservibles.
La gran selección de Brasil de 1970 fue inventada para gloria de esa nación que parecía renacer luego de un pasado de pobreza secular, sin que fuera concebible que, con recursos infinitos, los brasileños siguieran viviendo en el atraso, la miseria y otras calamidades.
Ante ese escenario, el director técnico Joao Saldanha fue contratado en 1969 para salvar a un equipo nacional en crisis, encargándose de integrar el cuadro que después sería conocido como el scratch de ouro, con Félix, Brito, Piazza, Clodoaldo, Gerson, “Tostao”, Jair, “Pelé”, Rivelino y Paulo César Lima.
Ellos capturaron para siempre el trofeo Rimet al vencer tres veces a sus rivales en una docena de años solamente, y el estadio Azteca era el escenario de esa felicidad desbordada que rubricó Carlos Alberto Torres con el último de los cuatro goles, para el inolvidable 4-1 que impusieron a Italia el domingo 21 de junio de 1970.