De Octavio Raziel
El vici impuni de leer no me deja; aunque estoy consciente de que no todo se puede saber.
Un compañero del periódico El Nacional, que también lo era de copas, se sacaba frases de la manga que supuestamente aparecían en alguna novela o libro famoso. Desconfiado como siempre, tomaba de mi biblioteca el ejemplar en cuestión y me daba cuenta de que mi colega, las más de las veces, como en el póker, “blofeaba”.
El profesor de literatura y psicoanalista francés Pierre Bayard ha presentado un antilibro titulado “Cómo hablar de los libros que usted no ha leído”
La modernidad ha traído ahora libros electrónicos que, en tabletas, aparecen completos o la síntesis que alguien se encargó de escribir. También están los audiolibros, forma legítima de no leer mientras manejas, cocinas o reparas un mueble: una música de fondo nos evita gastar la vista en las páginas de Paulo Coelho o cosas peores.
Hay personas que repasan con la vista el final o la conclusión de un texto o memorizan frases, ideas o párrafos completos de una obra, y luego alardean frente a amigos neófitos.
El título libro de Bayard es sólo ironía. Su teoría se refiere al espacio que existe entre los libros que hemos leído y los que no. Reconoce que él no ha leído a Hegel, Kant o Lacan, pero sí fragmentos de ellos. Esto es, una lectura diagonal, incompleta, que muchas ocasiones hacemos el común de los mortales, pero sobre todo los periodistas.
Bayard plantea que no se trata de no leer sino admitir la imposibilidad de leer y saberlo todo.
Esto, obviamente, no va con los creyentes que leen exclusivamente biblias, coranes o devocionarios; memorizan colectivamente, por ósmosis, contenidos por los cuales, llegado el caso, morirán, matarán o quemarán los libros infieles.
En su conclusión exhorta a los estudiantes a sortear la solemnidad de la lectura. “Obligados a memorizarlos o saber qué ‘contienen’, muchos de esos estudiantes pierden su capacidad interior de evasión y se niegan a acudir a la imaginación”.
“Lo que discuto –escribe- es esa actitud de leer/no leer. Creo que muchas veces, sobre todo los periodistas, se encuentran entre lectura y no lectura. Esa distinción leer/no leer no es relevante porque genera culpa. Estoy más bien a favor de una práctica libertina de los comentarios de libros. Lo que no quiere decir que aliente a los periodistas a no leer los libros que comentan sino a trabajar ese espacio intermedio que es de creación del libro”.
Para la élite de las letras mexicanas contemporáneas esta obra fue calificada de antiintelectualismo (Letras Libres) Libro deplorable, dijeron otros. Ninguna de sus frases -dice la intelectualité autóctona- promueve la inteligencia o crear lectores inteligentes. Se enaltece al pícaro (¿mi cuate de cantina?) En contra, Francine Prose, considera el libro “un himno a los placeres de leer”
La educación moderna, los medios informativos de todo tipo, trabajan para que las nuevas generaciones no tengan capacidad de análisis, de interpretación, de comprensión de lo que ven, leen o escuchan. Son autómatas que repiten, repiten y repiten sin entender lo que dicen, piensan o escriben.
Se aprenden algunas frases, párrafos, sentencias de libros que nunca leyeron completos y las remachan en una erudición fantasma.
En las escuelas o universidades se han olvidado de enseñar la interpretación de los textos. La materia de comprensión de la lectura en las escuelas primarias se ha perdido, y las actuales generaciones realizan sus trabajos con pegotes salidos de Google o Wikipedia; en ocasiones sin cohesión entre una y otra idea. Y lo peor es que nunca sabrán explicar de qué demonios escribieron.
El bibliómano italiano Humberto Eco (Alessandria, 1932), declaró en alguna ocasión que el internet debe ser una herramienta y no un fin en sí mismo. El internet dispersa la mente, hace perder concentración. A lo que agregaríamos: las mensajerías electrónicas atrapan en sus redes a quienes piensan que en 140 caracteres encuentran cultura.