Adrián García Aguirre / Cdmx
*Su origen se debe a los frailes mercedarios.
*Fue la primera orden religiosa en el siglo XVI.
*Se volvió eje de la actividad económica.
*Su arteria vital fue el canal de La Viga.
*El abasto llegaba de los pueblos de Xochimilco y Chalco.
En lo más hondo del corazón de la Ciudad de México, entre pasos apurados y el bullicio inacabable del comercio diario, se encuentra La Merced, un barrio que ha sido testigo de siglos de transformación, cuya historia se teje entre la tradición, el comercio, la fe y la migración, formando una de las zonas más emblemáticas y complejas de la capital mexicana.
Su historia real se inicia en 1521, poco después de la caída de Tenochtitlán, cuando los conquistadores españoles empezaron a trazar su nueva ciudad sobre las ruinas del imperio mexica.
En el siglo XVI se establecieron en esta zona diversas órdenes religiosas, entre ellas la perteneciente a los frailes mercedarios, quienes fundaron el Convento de Nuestra Señora de la Merced, presencia que marcó el inicio de la identidad del barrio, que adoptó ese nombre.
Durante la época virreinal, el barrio comenzó a consolidarse como un centro de actividad económica por su ubicación cercana al canal de La Viga y otros cuerpos de agua, convirtiéndose en un punto estratégico para el abasto de productos provenientes de Xochimilco, Chalco y Texcoco.
Por los canales llegaban verduras, frutas, flores y otros bienes, alimentando el mercado que allí comenzaba a crecer.
Ya en el siglo XIX, con la independencia consumada y el país en búsqueda de su identidad, La Merced floreció como una de las zonas comerciales más importantes y el mercado se expandió, adaptándose a los tiempos.
Hacia mediados del siglo XX, se construyó el imponente Mercado de la Merced, que en su momento fue el más grande de América Latina con interminables pasillos, olores vibrantes y un ritmo propio, el mercado fue un símbolo del México popular, trabajador y mestizo.
La Merced también fue, y sigue siendo, un crisol de migrantes: libaneses, judíos, chinos, coreanos, oaxaqueños, veracruzanos y muchos otros llegaron al barrio para comenzar nuevas vidas.
Cada grupo dejó su huella en la gastronomía, el comercio y la cultura local, dejando en La Merced una mezcla viva de lenguas, colores y sabores.
Sin embargo, no todo ha sido bonanza, pues a finales del siglo XX y principios del XXI, el barrio enfrentó el deterioro urbano, la marginación y fenómenos como la trata de personas; pero aún así, resistió.
Ha sobrevivido incendios como el de 1989, inundaciones en 1629, reconfiguraciones urbanas y crisis económicas, y siempre vuelve a levantarse, como si llevara en su alma el espíritu tenaz de quienes la habitan.
Hoy, entre puestos de fruta, carnicerías, fondas, templos y vecindades, La Merced sigue latiendo, porque es un lugar donde el pasado y el presente coexisten, donde la historia no está escrita en los libros, sino en las calles, en las paredes gastadas y en las miradas de sus comerciantes.
En otras palabras, es un barrio que, pese a todo, nunca deja de vender, nunca deja de vivir, como la calle de Manzanares entre el segundo Callejón de Manzanares y Circunvalación y al fondo la capilla del Señor de la Humildad, construida a finales del siglo XVIII, considerada la capilla de menos dimensiones del Centro Histórico de la Ciudad de México
Actualmente atraviesa una seria problemática, consistente en el azote que es la marea coreana que cayó sobre vecindades y hermosas casas arrasadas, sin conocimiento de su valor histórico, su arquitectura centenaria, invadidas con mercancía ilegal y falsa, destrozándolas por completo.
Los tranquilos jardines hoy están ocultos entre puestos y basura, y es de esperarse que el comercio que siempre ha sido su vida siga; pero con respeto a los ciudadanos, a su historia y a su dignidad.
El comercio bien planeado debe resaltarse y mostrar con orgullo un Centro histórico en toda su tradición e importancia.