Rajak B. Kadjieff / Moscú, Rusia
*“No hay nada más importante que aprender del pasado”.
*Vladímir Ilich Uliánov era muy divertido.
*Las memorias de Nadezhda Krúpskaya.
*”La mayor guerra mundial contra nuestra memoria”.
*Danilkin y Kirpichónok expresan pensamientos vigentes.
Vladímir Ilich tenía una gran capacidad de auto ironía, y esto es particularmente evidente en las memorias intimistas de su esposa Nadezhda Krúpskaya. ¿Quién podría esperar que ella mostrara a Lenin en divertidas situaciones incómodas?, define Lev Danilkin, biógrafo del dirigente de la Revolución de octubre de 1917.
“Ella lo hace, y además ¡cómo lo hace! Él era muy divertido. Mucha gente recuerda mucho de eso. Lenin siempre se estaba riendo. No es la risa de un psicópata que se alegra de que alguien se haya resbalado con una cáscara de plátano, sino la risa de un hombre que sabe algo que los demás aún no saben, pero que algún día él les va a enseñar”.
En otra conversación, Danilkin agrega: “A Lenin le molestaban los eslóganes como que ‘el reino de los obreros y los campesinos no tendrá fin’, etc. Porque para él la dictadura del proletariado era solo una medida temporal.
“Y el sentido de la revolución no era la represión ni la venganza, sino la construcción de una sociedad en la que el Estado no fuera necesario, en la que no hubiera clases ni estamentos”.
“Para entender esto es necesario saber ver la historia más allá de las coyunturas inmediatas. En los momentos de crisis como este, no es algo fácil. Pero lo necesitamos para armar correctamente el rompecabezas del tiempo en el abigarrado vacío que nos deja el capitalismo.
“Al paso de estos cien años después de Lenin, estamos enfrentando a la mayor guerra mundial contra nuestra memoria. Todo hace pensar que, si la Revolución de Octubre no hubiera sido el acontecimiento más importante del siglo pasado, es poco probable que tantos mercenarios intelectuales hubieran sido contratados por la prensa y las editoriales de tantos países para destruir su ejemplo.
El historiador ruso, investigador de los movimientos sociales contemporáneos Artiom Kirpichónok cuenta: “Crecí en la Unión Soviética, donde Lenin sin duda era una figura de culto y en los tiempos de mi infancia lo percibían como parte del paisaje de fondo”.
Y prosigue: “Cuando se vive en un país y se ven los retratos de sus grandes estadistas, de los destacados personajes de su historia, normalmente no se fija uno en ellos. Es algo que todo el tiempo está presente. Para mí, Lenin se volvió relevante cuando lo proscribieron, cuando su nombre se convirtió en objeto de calumnias”.
“Es interesante que lo criticaban las personas quienes, digamos, no eran ejemplos de valores morales, eran personas relacionadas con la corrupción, personas que hicieron mucho para que la gente sencilla viviera mucho peor. Ellos en su mayoría odiaban a Lenin, con todo su corazón. Todo tipo de chovinistas, xenófobos…
“Y me surgió una pregunta lógica, por qué toda esta gente odia tanto a Lenin, qué problemas tienen con él. Así fue como empecé a interesarme por sus obras, estudiarlas, leer sus artículos y después de eso, llegué a entender a Lenin de una forma totalmente diferente”, agrega.
“Era una persona que iba hacia su objetivo claro, pero en este camino fue muy flexible. Su flexibilidad no significaba hacer acuerdos que desviasen del camino, sino todo lo contrario, eso ayudaba a su objetivo.
Él hacía acuerdos con personas de todo tipo y al final estas personas terminaban trabajando en pro del triunfo de su proyecto, su programa, para el triunfo de la justicia social”, concluye Kirpichónok, quien remata así sus conceptos:
“La lucha contra nuestra memoria requiere la creación de estereotipos y clichés masivos que nos distraigan de la esencia de los acontecimientos. No hay frase más adorada por tiranos y esclavistas del mundo que todas las revoluciones hacen daño”.
Como corolario y para dar claridad a sus ideas, el Kirpichónok deja establecido que “ellos mismos, los que hablan tanto de las ‘víctimas del socialismo’ no se preguntan cuántas vidas humanas salvó éste.
“No hay nada más importante que aprender del pasado, de los errores propios y ajenos, liberar a nuestros fantasmas de la historia de los dogmas y de los miedos. Sacar la extraña palabra ‘futuro’ de los sótanos de la memoria, limpiarla del polvo para luego acercarla a los rostros e iluminarlos”.
“La historia que un día pertenecerá a los pueblos necesita despertadores. El nombre de Lenin es uno de ellos”, dijo Nadezhda Krúpskaya, al acuñar una de sus frases de amor más afortunadas.