Luis Alberto García / Sevina, Michoacán
* Más de tres siglos de una vivienda tradicional.
* Dos piezas se exhiben en el Museo Nal. de Antropología.
* Pueden ser edificadas sobre cimientos o bases de piedra.
* Terminada la construcción, se pone un rebozo de las guaris.
La troje michoacana de 1643 que heredó don Luis Filiberto García Romero de su madre, colindante con una de las paredes del templo de este pueblo sin edad, es el prototipo de las viviendas tradicionales de la Meseta Purhépecha.
Junto a él hay otras edificaciones de dimensiones menores como la cocina, casi siempre puestas en ese espacio, enseguida del gallinero y el corral para los borregos, caballos, burros y reses, así como de una huerta de árboles frutales y otros cultivos para el consumo familiar.
Para mostrar una mínima porción de esa cultura surgida en el antiguo Mechuacan de los purhépechas, purhembes o porhés entre 1250 y 1521, el Museo Nacional de Antropología e Historia (INAH) de la Ciudad de México, hay un par de ellas.
Tiene bajo su resguardo esas dos trojes: la que se exhibe en los jardines del recinto inaugurado en 1964, y otra de menores proporciones ubicado dentro de la Sala Etnográfica dedicada al Purhéecherio o civilización purhépecha.
Ambas comparten la historia de haber sido adquiridas por un motivo meramente museográfico; sin embargo, con el tiempo, se han convertido en un importante registro histórico arquitectónico de los purhés o porhés, como se les denomina en El Colegio de Michoacán.
Las trojes se edifican sobre cimientos o bases de madera o piedra, permitiendo que exista una distancia entre el suelo y el piso de la vivienda, construida con vigas largas de madera de pino o encino colocadas una sobre otra, embonando en las esquinas, dándole estabilidad a la construcción, posibilitando desarmarla y trasladarla de un lugar a otro.
Están compuestas por la habitación, el portal, el tapanco y el techo, usados como espacios familiares que también son dormitorio y para guardar bienes personales, en los que se coloca el altar familiar, imprescindible y venerado por generaciones.
Los postes del portal y de la puerta de madera de oyamel, son artística y finamente labrados, creando esculturas que suelen ser coleccionadas para residencias en diferentes ciudades del país, como pasó con la troje que se incorporó al museo del INAH en 1968, originaria de Cherán, aunque existe poca documentación sobre su adquisición, ingreso y posterior montaje.
En el interior presenta restos de pintura, que sugieren pensar que fue decorada en colores azul, blanco y rojo; pero el uso, el paso del tiempo y los cambios de clima degradaron poco a poco esa ornamentación, por lo que hoy es apenas visible.
La razón por la que es correcto hablar de la troje, es porque es un ente femenino, pues se trata de una idea que da continuidad al pensamiento purhépecha de resguardo, creación y cuidados, reflejada en la distribución interna del lugar.
En los terrenos era costumbre construir las trojes mirando hacia el oriente, por donde nace el Sol, asociado con la protección de la familia y su sustento, pues recuérdese que en el tapanco se guarda el grano y todos los productos cosechados y recogidos por el hombre en el campo.
Al término de la construcción de una troje, se debe colocar en la parte superior una cruz vestida con un rebozo, y por otro lado, la cocina es el lugar de trabajo propio de las mujeres, donde pasan la mayor parte de su tiempo y no sólo para preparar los alimentos.
Es lugar de reunión, espacio para tejer y realizar actividades propias de su género, y al igual que con la troje, al finalizar su edificación se coloca una cruz en el techo; pero envuelta con esa prenda negra con rayas azules, como la que portan las guaris, las mujeres de los pueblos.
Cuando una nueva familia decidía construir su propia troje, se hacía partícipe a la parentela consanguínea -hermanos, primos y tíos-, a la de afinidad -compadres y padrinos- y a las amistades más cercanas.
Al colocar la primera viga -como seguramente lo hicieron los antepasados de don Luis Filiberto García Romero en 1643-, se talla el nombre del propietario junto a una inscripción religiosa si así se desea, lo cual supone la creación de un vínculo entre la familia y la troje, símbolo de identidad étnica y de la presencia sin tiempo de los purhembes de Michoacán.