Pablo Cabañas Díaz
Para Malcolm Lowry, más que para ninguno de los muchos autores ingleses que visitaron el país a inicios del siglo XX, México fue un lugar en el cual vivir. Si bien, otros llegaron interesados por su historia y por sus conflictos políticos, la principal razón de Lowry para establecer su residencia en México es que se trataba de un lugar barato en el cual subsistir con la pensión que le enviaba su padre desde Inglaterra. Lowry llegó a México en 1936. Abordó un buque en San Diego, Estados Unidos, que lo llevó al puerto de Acapulco. De ahí se trasladó a Cuernavaca, donde comenzará a escribir su célebre novela Bajo el volcán. Lo acompaña su esposa, la actriz estadounidense Jan Gabrial.
En Cuernavaca descubrirá las cantinas, el mezcal, y en sus viajes por Oaxaca apreciará los paisajes montañosos, las celebraciones, la mitología indígena, la historia de México y después algunos personajes que lo imantarán, como Hernán Cortés o Victoriano Huerta. A este último, en su novela, le erigirá una estatua ecuestre en la plaza principal de Cuernavaca y lo utilizará como metáfora del alcoholismo y la falta de compromiso con una causa, que en su caso será hacia su pareja su esposa lo abandonará en 1937 y Lowry encontrará refugio en Oaxaca, donde “ahogará sus penas en mezcal”. También recorrió Tlaxcala, Puebla y Ciudad de México.
Su obra cumbre Bajo el volcán, publicada en 1947, comienza así: “Dos cadenas montañosas atraviesan la República, aproximadamente de norte a sur, formando entre sí valles y planicies. Ante uno de estos valles, dominado por dos volcanes, se extiende a dos mil metros sobre el nivel del mar, la ciudad de Quauhnáhuac”. Malcolm Lowry elegirá Cuernavaca –y preferirá el nombre indígena, que puede significar “junto a los árboles”– como el escenario principal de su novela, y “la hora del crepúsculo del Día de Muertos, de 1939” como el punto de arranque. Quauhnáhuac será la geografía imaginada de su paso por México.
Bajo el volcán refleja la lucha de uno mismo por su vida, con sus propios fantasmas, de su combate contra sí mismo, contra sus sueños y desilusiones, contra el desamor, con la obsesión por ser libre. Porque todo acaba en un infierno del que nunca se sale, en una guerra que después de la cual existe el reflejo inútil de un mundo mejor, pero que el destino conducirá a otra conflagración, más terrible si cabe, y así sucesivamente en un proceso ineluctable. A Lowry parecía gustarle el fracaso, incluso cuando alcanzó el éxito con su novela.