Priscilla’: balada del mal querer

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LOS ÁNGELES, CALIFORNIA.- “¿Cuál es tu canción favorita?” le pregunta el recluta Presley (Jacob Elordi) a la niña Priscilla (Cailee Spaeny) en uno de sus primeros encuentros. “Heartbreak Hotel”, ronea ella, sus ojos todo pupilas y chiribitas. A partir de ahí, se inicia la historia de una huésped del hotel de los corazones rotos. Sin embargo, la canción que más se ajusta a este atípico biopic sería, por concepto, la igualmente popular El rock de la cárcel.

Como María Antonieta (2006) el proyecto más ambicioso de Sofia Coppola y el más criticado, su narrativa está marcada por la estancia en la prisión de oro en la que encierran a sus protagonistas hasta su empoderamiento final. Si la primera relata la vida de la monarca en el palacio de Versalles, la segunda se centra en el tiempo que la mujer del Rey del Rock habitó la mansión de Graceland. Ambas películas, además, denuncian cómo la estructura patriarcal condena el desarrollo emocional y personal de las mujeres, por más privilegiadas que sean.

Sus penas de amor se alargan durante varias décadas en las que el deseo femenino nunca es satisfecho por sus parejas, al tiempo que plasman los quehaceres cotidianos de sus protagonistas. Son la cara B, la no radiada, de la historia. Difieren, sin embargo, en la escala de su antagonista. María Antonieta llevaba el yugo y el escrutinio de todo un país. En Priscilla, el enemigo es íntimo, un Elvis insólito convertido en carcelero impotente, chantajista emocional, artista frustrado maleado por su agente, y torturador psicológico.

Pero aquí hemos venido a hablar de ELLA, que de él ya se ha hablado lo suficiente. Priscilla Beaulieu empieza siendo la proyección del deseo masculino. Víctima del machismo ancestral y de una rampante objetificación, se pliega a los caprichos de su cónyuge, intelectual, sexual y estéticamente… hasta que un día se pone la permanente por montera y dice basta. Tan frágil, tan delicada ante la colosal estatura de Elvis/Elordi y de sus amigotes, convertidos en una amenaza vital y física, Cailee/Priscilla recupera su dignidad y su vida.

Sin el presupuesto versallesco, y con las trabas de unos herederos que se han negado a ceder una sola canción, Coppola ha hecho de la necesidad virtud: menos actores y casi ningún figurante aumentan la soledad de la heroína y de su perrete; la falta de hits del de Tennessee provoca la desacralización de un rey del rock que queda desnudo sin las canciones que lo hicieron famoso. La venganza alcanza su momento climático en una actuación en Las Vegas: frente al über macho hiperbólico y asfixiado en brilli brilli del Elvis (2022) de Luhrmann, Coppola solo nos ofrece la visión de su espalda, lo que viene a ser la cara B de una persona.

La cara A es para ella. En este sentido, al igual que On the Rocks (2020) era la versión optimista de Las vírgenes suicidas (1999), Priscilla lo es de María Antonieta. La última reina de Francia decidió sacrificarse por su marido; Priscilla, cortar los hierros de su calabozo. Porque lo que dice la letra de El rock de la cárcel es solo una fantasía y la música, como el amor, se disfruta mejor en libertad.
AM.MX/fm

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