lunes, mayo 13, 2024

OTRAS INQUISICIONES: Nuestro hombre en México

Pablo Cabañas Díaz
Jefferson Morley, veterano periodista trabajó durante 15 años como editor y redactor para el Washington Post , y también escribió en publicaciones como New York Review of Books , The Nation , The New Republic , Slate , Rolling Stone y Los Angeles Times.  Su  libro, “Nuestro hombre en México”, una biografía del espía de la CIA Winston Scott es un aporte  de primer nivel sobre lo acontecido en México en 1968.
El libro de Morley, nos lleva a  la ciudad de México de la década de los años sesenta la llamada  “Casablanca de la Guerra Fría”, un santuario para espías, revolucionarios, asesinos y provocadores.  Winston Scott fue el confidente de tres presidentes mexicanos, y uno de los espías favoritos del presidente Lyndon Johnson. Presidió  muchas de las operaciones encubiertas de la CIA durante el período de deserciones dramáticas, complicados proyectos de vigilancia, operaciones encubiertas, traiciones y, la sospechosa visita de Lee Harvey Oswald a la Ciudad de México poco antes del asesinato de John F.Kennedy.
Señala Morley,  que conforme las manifestaciones estudiantiles se hicieron más grandes, los cables del embajador Fulton Freeman, a Washington eran cada vez más alarmantes, informando que Gustavo Díaz Ordaz y la gente alrededor de él se expresaban con creciente dureza de los momentos que estaban viviendo. El gobierno “implícitamente acepta que, como consecuencia, esto va a acarrear víctimas”, escribió el embajador. “Los dirigentes de la agitación estudiantil han sido y están siendo llevados a la cárcel… En otras palabras, la ofensiva [gubernamental] contra los desórdenes estudiantiles se ha abierto hacia frentes físicos y psicológicos”.
Scott sabía que Díaz Ordaz pensaba que la aplicación de la fuerza era la única solución. “La política gubernamental que está actualmente en curso para desactivar los levantamientos estudiantiles, hace un llamado a la inmediata ocupación por el ejército y/o la policía de cualquier escuela que esté siendo ilegalmente utilizada como centro de actividad subversiva. Esta política continuará siendo aplicada hasta que prevalezca la calma total”, participó Scott a sus superiores en Washington.
A fines de septiembre de 1968,  se reportó que el gobierno “no está buscando una solución de compromiso con los estudiantes, sino más bien poner fin a todas las acciones estudiantiles organizadas antes de que empiecen los Juegos Olímpicos… Se cree que el objetivo del go[bierno] es cercar a los elementos extremistas, y detenerlos hasta que pasen las Olimpíadas”, programadas para su inauguración a mediados de octubre.
Los cables secretos señalan que la manifestación en Tlatelolco se inició alrededor de las cinco de la tarde. Los tanques rodeaban la plaza y, sentados en ellos, los soldados limpiaban sus bayonetas, pero no había una situación particularmente tensa. Al atardecer, se habían reunido ahí entre cinco y diez mil personas.
Las órdenes indicaban el aislamiento y la detención de los dirigentes, y su entrega a los agentes de la Dirección Federal de Seguridad. Un grupo de oficiales vestidos de civil, conocido como el Batallón Olimpia, llevaba sus propias instrucciones. Debían llevar ropa civil con un guante blanco en la mano inzquierda, y apostarse en los pasillos del edificio Chihuahua que miraban hacia la plaza. Cuando recibieran la señal, en forma de una bengala, debían impedir que cualquiera entrara o saliera de la plaza, mientras los dirigentes estudiantiles eran detenidos. Finalmente, un grupo de oficiales de policía recibió la orden de arrestar a los líderes del Consejo Nacional de Huelga.
Lo que prácticamente nadie supo sino hasta treinta años después, fue que Luis Gutiérrez Oropeza, el jefe de Estado Mayor del ejército mexicano, situó en el piso superior del edificio Chihuahua a diez hombres armados, y les había dado órdenes de tirar sobre la multitud. Actuaba por órdenes de Díaz Ordaz, según una reveladora historia publicada en Proceso, en 1999.
Oropeza también era amigo de Scott y cenó por lo menos una vez en su casa, de acuerdo con un libro de invitados conservado por su familia. No existe evidencia de que Oropeza haya sido un agente de  la CIA o que haya actuado bajo sus indicaciones el 2 de octubre.
Después de los graves hechos acontecidos en Tlatelolco, Scott envió su primer reporte alrededor de la medianoche. Fue procesado en el cuartel general [de la CIA] y transferido a la Casa Blanca, donde fue leído a la mañana siguiente.
“Un adulto [fuente clasificada] contó ocho estudiantes y seis soldados muertos, pero un puesto cercano de la Cruz Roja recibió 127 estudiantes y treinta soldados heridos”.
Ninguno de los reportes de Scott resulto cierto. El FBI reportó que Díaz Ordaz había dicho a un “visitante norteamericano”, que podría haber sido el propio Scott, que creía que los disturbios habían sido “cuidadosamente planeados”. En Washington, Walt Rostow, asesor de seguridad nacional del presidente Lyndon B. Johnson, intentó clarificar los contradictorios reportes. Le mandó una serie de preguntas a Scott, quien fue a ver a Díaz Ordaz. Regresó con respuestas que evidenciaban lo poco que sabía.
La Casa Blanca y el cuartel general de la CIA no dejaron de advertir que Scott parecía saber muy poco sobre lo que había pasado en Tlatelolco, que los reportes sobre el involucramiento cubano y soviético estaban inflados y que el alegato gubernamental de una provocación izquierdista no podía ser probado.
Wallace Stuart, un consejero de la embajada de Estados Unidos en la Ciudad de México, dijo más tarde que la estación de la CIA había presentado 15 diferentes, versiones de lo que había ocurrido en Tlatelolco, “¡todas provenientes de ‘fuentes en general confiables’ o de ‘observadores entrenados’ en el terreno!”
Scott había caído en una clásica trampa de espías. Se había vuelto demasiado dependiente de sus fuentes bien colocadas. No tenía forma independiente de allegarse información sobre un acontecimiento político sumamente importante.
Una semana después de la matanza, Win se tomo el tiempo para escribir una carta de agradecimiento a Luis Echeverría. El secretario de Gobernación acababa de darle un regalo: un gran mapamundi electrónico enmarcado, que proporcionaba la hora correcta en cada huso horario del mundo.
Ocho meses después, Scott fue obligado a retirarse de su trabajo como jefe de estación de la CIA. Su salida nada tuvo que ver con los acontecimientos de octubre de 1968, de acuerdo con William Broe, el jefe de la división de la CIA para América Latina en ese entonces. “Él era uno de nuestros oficiales más destacados. Era una estación fuerte. Él hacía una buena labor”, dijo Broe en una reciente entrevista telefónica. El motivo de su remoción, explicó, “fue su estancia de tanto tiempo. Fue lo que decidimos hacer, empezar a cambiar a la gente. No es que haya hecho algo mal. Simplemente creímos que no era adecuado tener a una persona en un lugar tanto tiempo. Trece años son muchos”.
En junio de 1969, Scott fue al cuartel general de la CIA, en Washington, para recibir uno de los honores más altos de la Agencia, la Medalla a la Inteligencia Distinguida. Scott murió de un ataque al corazón en su casa de las Lomas de Chapultepec, el 26 de abril de 1971. Tenía 62 años

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