viernes, marzo 29, 2024

Fracaso del golpe de Estado contra Mijaíl Gorbachov

Luis Alberto García / Moscú

* La intentona comunista que mantuvo en vilo a la Unión Soviética y al mundo.

* La crisis de dos días en Moscú duró del 19 al 21 de agosto de 1991.

* Concluyó con el mandatario de vacaciones y la detención de los conspiradores.

* Lección para todos los rusos y continuación de las reformas.

* El testimonio de los hechos en palabras de la periodista Pilar Bonet.

* Borís Yeltsin acusó directamente a la estructura del PCUS.

 

El intento golpista en la Unión Soviética en contra del presidente Mijaíl Gorbachov mantuvo en vilo a ese país y al mundo desde la madrugada del 19 de agosto de 1991 hasta dos días después, con la detención de los conspiradores.

El 21 de agosto por la tarde, Gorbachov admitió que no hizo “todo lo posible para evitar el golpe”, como se supo entre algunos corresponsales de medios extranjeros en Moscú, seguros de que Rusia, la república que recuperaba un día después su dignidad histórica y celebraba el fin del comunismo, no estaba dispuesta a dejar que le arrebataran un capital político importante.

Se trataba nada menos que de la victoria sobre el golpe de Estado que sorprendió a la llamada comunidad internacional desde esa madrugada. “Este fue el mensaje principal que trasmitió ayer Borís Yeltsin, el triunfante líder ruso a una multitud jubilosa, liberada por fin del fantasma de violencia y guerra civil”, escribió la periodista española Pilar Bonet.

“Hemos vencido”, dijo Yeltsin a una multitud que coreaba su nombre: “El golpe ha sido derrotado, sus dirigentes están arrestados y esto no debe suceder nunca más en nuestro país”, exclamó el mandatario vestido con un traje gris y una corbata roja, disfrutando el gusto de ese triunfo en una plaza antes desangelada, ahora rebosante de gente, que quedó bautizada como plaza de Rusia Libre.

Por su parte, Mijaíl Gorbachov mostraba su deseo de seguir siendo fiel a sí mismo y al Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS), donde había permanecido durante toda su vida adulta, y al mismo tiempo avanzar, con él, por la senda de la democratización.

En su comparecencia ante la prensa, el dirigente se mostró convencido sobre la necesidad de actuar con fuerzas políticas distintas y nuevas, unas fuerzas, según dijo, que estuvieran dispuestas a ir hasta el final y luchar por los cambios.

El Presidente admitió que tendría que haber hecho caso al Congreso de los Diputados en diciembre de 1990, cuando ese organismo se negó a aprobar la candidatura de otro político para el puesto de vicepresidente, y él, en cambio, insistió en que lo eligieran.

En su crónica, Pilar Bonet escribió que Gorbachov también se equivocó en su elección de Yuri Bóldarev, el jefe del aparato presidencial, que fue quien, para sorpresa del líder, abrió la puerta a los cuatro golpistas que se aparecieron en la residencia de Gorbachov en las orillas del Mar Negro –donde el jefe de Estado vacacionaba- después de haber cortado las comunicaciones.

El presidente de la Unión Soviética tenía confianza en Bóldarev, ya que también insistió ante el Sóviet Supremo para que éste formara parte de su consejo de Seguridad, cosa que no consiguió, para ser destituido y sustituido por Grigori Revenko, funcionario ucraniano que había tenido un papel relevante como artífice del Tratado de la Unión, texto que no se firmaría con la redacción preparada para el 20 de agosto.

Con la asonada anulada por Yeltsin, Gorbachov se reunió con los dirigentes de las nueve repúblicas soviéticas que habían elaborado ese texto, entre ellos con el hombre a cuyo valor el presidente de la Unión Soviética debía su liberación, quien expresó su agradecimiento a los autores de la resistencia contra el golpe y que, finalmente, consiguieron cambiar el rumbo de los acontecimientos.

Sin embargo, algunos periodistas señalaron que el líder se había mostrado demasiado tímido a la hora de elogiar a Borís Yeltsin, ciertos de que el país tenía por delante una profunda reestructuración de las estructuras de poder y una operación de limpieza en los sectores comunistas ortodoxos, entre los aventureros que emprendieron el golpe de Estado de agosto.

Las esperanzas que Gorbachov depositaba aún en el partido -organización que, a juicio de muchos, había recibido un tiro de gracia con la intentona golpista- quedaron de manifiesto cuando expresó su deseo de que Alexandr YakovIev, que fue su consejero jefe, volviera al PCUS.

La esperanza de Gorbachov en la renovación de las instituciones del antiguo régimen no se vieron corroboradas por el estado de ánimo de la sociedad, como quedó demostrado ante la decisión del Ayuntamiento de Moscú, que ordenó derribar “civilizadamente” la estatua de Félix Dzerzhinski, fundador y director del KGB, el temible aparato de seguridad y arma de terror de la Unión

Soviética.

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