jueves, abril 25, 2024

El futuro incierto de los estadios de Rusia

Luis Alberto García / Moscú

*Abandono y dispendio como en Brasil 2014

*Gastos excesivos para acabar como “elefantes blancos”.

*Poquísimos aficionados para tanto gigantismo deportivo.

*Solamente Moscú, San Petersburgo y Rostov tienen fanáticos leales.

*Las arenas futbolísticas podrían ser escenarios musicales.

 

 

Países o ciudades que son sedes de eventos deportivos de categoría universal –torneos mundiales de determinadas modalidades, Juegos Olímpicos u otras actividades relacionadas a las actividades deportivas-, casi siempre tienen serios problemas que, habitualmente, persisten y se heredan a futuro con costos sociales y económicos increíblemente altos.

 

Para no ir tan lejos en el tiempo, habría que preguntarse cuál es la situación de las faraónicas instalaciones deportivas utilizadas en los Juegos Olímpicos de 2016 en Río de Janeiro, la antigua capital de Brasil cuya alcaldía las tiró al olvido, sin darles mantenimiento ni aprovecharlas como se había dicho y prometido.

Los estadios de una docena de ciudades, construidos para la Copa FIFA / Brasil 2014, incluido el legendario “Mario Filho” del barrio de Maracaná, permanecen vacíos, algunos rodeados de selvas magníficas que los han devorado, invadidos por la humedad, sujetos al saqueo, carentes de mantenimiento por falta de recursos.

¿Qué harán los rusos con igual cantidad de coliseos que se remodelaron, reconstruyeron o se edificaron en su gran territorio, los mismos que, en el país latinoamericano, se levantaron años antes del Campeonato del Mundo ganado por Alemania a Argentina? En Rusia, esas estructuras costaron millones de dólares, rublos o euros; pero no todos ellos seguirán en uso.

En el caso de las doce ciudades que atestiguaron un torneo mundialista irregular desde el punto de vista futbolístico, no se tiene certidumbre ni seguridad sobre el futuro de los estadios, no obstante las proclamas solemnes y optimistas hechas por el comité organizador de la justa cuatrienal y del mismo gobierno de Vladimir Putin, quien obtuvo la reelección presidencial el 17 de marzo de 2018.

Terminado el evento que concitó la atención de miles de millones de seres humanos a lo largo de un mes, la cuestión consiste en saber cómo hacer redituables esos sitios, modelo de tecnología, modernidad y lucimiento, para que no supongan una pérdida de recursos para los nuevos ricos de Rusia que, alegre y generosamente, invirtieron en ellos.

La mitad de esos estadios albergan a equipos de la Primera División que, con regular éxito, participan en la Premier League (Rosískaya Futbólnaya Premier Liga en ruso), cuyos seguidores no alcanzan a llenarlos, con un aforo promedio de trece mil aficionados por temporada, cifras bajísimas de acuerdo con estadísticas de 2017.

El diario “Kommersant” reveló que el mantenimiento de cada uno de los estadios se estima en cien millones de dólares anuales, costos que comparten los gobiernos federal y estatales, sin que seis de los principales inversionistas den un céntimo de rublo para ello.

Hay deudas como ésa que, también, son una herencia que se debe a un evento de esas dimensiones, además de que la administración de Putin deberá contribuir con, al menos, 200 millones de dólares anuales, suma que deberá compartirse y liquidarse en cuotas durante cinco años.

La Segunda División rusa solamente capta cerca de dos mil espectadores por juego, equivalente ni siquiera a mitad del aforo de seis de los estadios que tuvieron partidos del XXI Campeonato del Mundo, por lo que mantenerlos luce de lo más inviable, viéndose sus administradores a darles otro uso, como alquilarlos para funciones musicales, por ejemplo.

Antes de concluir el gran banquete balompédico del verano de 2018, los administradores empezaron a buscar otras alternativas y nuevos clientes para los estadios, al menos dos de los cuales estaban en riesgo de desaparecer como el Volgogrado Arena, domicilio del Rotor, igual que el Mordovia Arena -que puede acabar en lujoso centro comercial-, casa del FC Saransk.

En la misma situación están el Kazán Arena del Rubín Kazán de la Tercera División; el Fisht Stadium de Sochi; el Kaliningrado del FC Baltika; el Nizhni Novgorod del FC Nizhni; salvándose acaso el Rostov Arena del FC Rostov; el Otekrytie Arena del Spartak de Moscú; y el San Petersburgo Stadium del Zenith, que tienen sus aficiones leales y presentes.

El Luzhnikí moscovita -escenario de la inauguración mundialista entre la Sbornaya y Arabia Saudita, de la final entre Francia y Croacia, y sede de la selección de Rusia, que deberá participar por contrato en cinco juegos internacionales anuales-, seguirá utilizándose para partidos de futbol, conciertos musicales y actos diversos más o menos bien pagados.

El Samara Arena, sede del modesto Krylia Sovetov de la Primera División, también está en veremos, y sus constructores, previsores por decir algo, planearon incluir otras opciones para hacerlo económicamente redituable; pero a tres meses de concluido el Campeonato Mundial de futbol de Rusia todavía no se sabía su futuro.

Como Dimitri Chialkhtin, ministro de Deportes de Samara –ciudad con un centro tecnológico del que han salido los cohetes y los cosmonautas del programa aeroespacial del país-, Sergei Shvidnt, alcalde de Ekaterimburgo, informó que las tribunas desmontables no habían podido retirarse por falta de dinero y debido a su alto costo.

El munícipe de la ciudad, escenario del fusilamiento del zar Nicolás II y su familia en julio de 1918, aseguró que el Ekaterimburgo Arena –en el cual Suecia derrotó (3-0) a México casi cien años después, el 27 de junio de 2018- no puede vivir exclusivamente del futbol, que tiene buena aceptación entre sus habitantes.

Shvidnt esperaba que algunos conciertos de rock y galas de música clásica sirvieran para cubrir o, al menos, reducir los gastos del “elefante blanco” ubicado en un suburbio céntrico de la ciudad histórica en la que murieron los últimos  Románov y su leal servidumbre, además del perro “Jimmy”, propiedad del zarevitch Alexis, heredero del imperio perdido.

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