martes, abril 23, 2024

Viaje al interior de uno mismo

Por Rafael Serrano

“…es el mal lo que pone a prueba la libertad del hombre…”

Henry Miller

 

Reseña de Viaje hacia la levedad del  sentir. Mercè de Clascà (2021). Editorial Círculo Rojo. España. Henry Miller escribía sin tapujos, su estilo era “crudo/rudo”. En realidad lo que hacia era escribir con el sentimiento, sin hipérboles. Julio Aurrecoechea decía: “Lo imagino en medio de la rambla… sin más atuendo que su propia piel. …” y así escribía, sin más atuendo que la piel. La crónica, ¿novelada?, de Mercè Clascà, Viaje hacia la levedad del sentir, es una escritura sin atuendos en medio de la rambla de la vida.

¿Relatar es la forma superior para redimirnos? Tal vez. Sin  crítica ni autocrítica ni predica. Contar, sólo contar, humildemente. Es  considerarse existencia, dejando fluir el recuerdo de lo que hemos vivido, de lo que hemos sufrido y nos ha dolido; y también del reconocimiento de nuestros rencores, odios y malevolencias que han empañado nuestras conductas. Y  como Miller, encontrar el colibrí que somos (soy) descrito en el Colosio de Marusi y que nos abre un sendero luminoso para caminar al final de la vida:se estremecerá en el aire, deslumbrará con un resplandor iridiscente. Pero algunos nos faltaría valentía para mostrarnos y ejercer nuestra quebrantada libertad para caminar desnudos en la Rambla. Mercè Clascà  tiene esa valentía y arrojo para contar lo íntimo que desgarra y la infinita búsqueda de para qué un breve instante aquí…ella camina desnuda en la Rambla y nos anuncia: “-¡No tengas miedo, por favor, no tengas miedo!¡Yo también me moriré pronto!-“. Sin embargo, irremediablemente tenemos miedo. Lo demás es atuendo.

Después de leer el relato de Mercè, me queda claro que somos existencias pequeñas,  inacabadas,  maltrechas, aventadas y vapuleadas por el remolino de la vida: a unos nos fue leve y a otros, les llovió sobre mojado. No subimos al Everest, ni descubrimos  las cataratas Victoria ni pisamos la Luna; tampoco caminamos victoriosos en las calles de La Habana, no combatimos en la liberación de Angola, no estuvimos defendiendo a Allende en La  Moneda, no morimos en La Higuera  ni estuvimos en el derrocamiento de Somoza. Somos un compendio de sencillas efemérides sin actos heroicos, espectadores de un mundo en marcha. Entonces sólo nos queda reconocer que existimos y como Neruda, confesar que hemos vivido nuestro propio drama: “miré el cadáver, pero sentí que ese cuerpo ya no tenía relación conmigo, había dejado de tener sentido.”

Nos tocó vivir en tiempos de la paz mediatizada de la sociedad de consumo, transitar en una sociedad enferma. Dice Miller: una sociedad frenética, donde ricos y pobres, poderosos y débiles “…(estamos) atrapados en sus garras… (donde) los hospitales, los manicomios desbordan de gente…” destruyen  existencias y nos quitan respuestas para seguir viviendo.  Aparecen las muertes, enfermedades y agonías, y uno se pregunta ¿de qué me estoy curando?;  o a ¿a quien estoy curando: a mi, a los otros?; ¿a qué árbol me arrimo?; o  simplemente: ¿me estoy muriendo y grito para avisarlo? Es el mal.  Habita nuestro ser y los males que inundan el mundo y nos vuelven insoportable la levedad de vivir. Hay que combatirlo y destruirlo  porque,  “… es el mal el que pone a prueba la libertad del hombre”, dice Miller: Relatar los males es un acto de libertad; “Sí, la enfermedad y el sufrimiento son una buena escuela de aprendizaje, nos muestran quienes somos”. Contar no es una explicación es sólo mostrar, enseñar.

Al leer esta crónica en despoblado, ajena a las argucias de las metáforas y viajar con levedad por el texto, Mercè de Clascà hace un ejercicio de inmersión que no por ser intimista deja de ser de todos. No requiere “profundidad” sino franqueza. Tiene efectos terapéuticos: ¿A quién estoy curando?; ¿acaso el pasado puede revivir y explicar el presente y precursar hacia el futuro? Eso cree el psicoanálisis, la metafísica, la herbolaria de los chamanes, las drogas químicas y la fenomenología de Heidegger. Finalmente uno termina donde comenzó: ¿y para qué?; ¿qué encontramos? Sino más misterios y revelaciones  desde otros lugares que no habíamos visto, con otros personajes en busca de Godot. Se trata de aliviar el dolor y atenuar el sufrimiento. Mercè de Clascà lo teje en cada capitulo de su novela: es ella, reinventada. Sus búsquedas son las nuestras y su escepticismo es compartido.

Tal vez como ente masculino no me es dable comprender el espíritu femenino, insondable como lo es para Mercè el espíritu masculino que la perturba. Veo con pena y angustia el uso del sexo como poder machista, violento y violador. Los hombres, nublados por el velo patriarcal: ¿“comprendemos” la justeza de las demandas y carencias femeninas de “otra forma”? O ¿las in-comprendemos? Hemos abusado tanto de nuestro ADN masculino que habrá que guardar silencio y meditar. Como navegante solitario sigo la máxima de callar: “no se puede contar lo que se ha visto navegando en solitario, de noche o de día”. Los hombres, cínicos e hipócritas desde las cuevas de Altamira serán rodeados por lobas  y domesticados. Mercè nos dice que las mujeres son lobas, la “fuerza lunar romana”… ¿bastará con eso para comenzar a desmantelar el patriarcado? Creo que no. Necesitamos el diamante que otorgan los agentes del más allá para rasgar los velos que nos impiden alcanzar la paz interior: ¿Recuperar la inocencia?;  ¿es el poder verdadero?; ¿es la sanación?: ¿y qué hacemos con el pasado-presente perverso?  Se requiere un nuevo ente masculino y eso implica una nueva antropogénesis: ¿es lo que viene en la deriva biotecnológica de nuestro tiempo? Lo dice el relato: “la violencia vivida tiene repercusiones mentales que pueden manifestarse durante siete generaciones (Bert Helliger)”.

La psicodelia de los finales de lo sesentas y de los setentas nos mostraban que un aullido desde el dolor era ya un signo benigno de nuestro karma y una sanación en sí misma. La cultura o contra-cultura beat lo vio y lo vivió. Los juglares musicales modernos vivieron y murieron uno tras otro; como decimos en México, “piraron” como moscas en el panal de la mente buscando sanar las heridas de una sociedad que los hizo polvo, intelectuales y artistas también fueron devorados en esas angustias. Los que somos generación 68, aparcados en el mundo líquido de nuestros días, nos disolvimos en esas purgas mentales y algunos cerramos la Caja de Pandora o dejamos que las “nuevas” generaciones inventen nuevas terapias para reconstruir el “YO”, si eso es posible. Somos cobardes pero sobrevivientes. Esos viajes metafísicos nos ayudaron a  mitigar la pesadumbre de cargar con tanto pasado doloroso/culposo, aligeraron la carga, exaltaron los momentos de congruencia y valentía; evidencian los errores y nos revelan que somos víctimas de la domesticación cultural de la que Nietzche hablaba en “Cómo se filosofa a martillazos”.

Tenemos un mundo hundido en un caos de violencia en el micro y en el macro cosmos. En las últimas paginas de su crónica, Mercè nos describe a martillazos como las guerras moleculares  de Irlanda, los Balcanes,  tienen en la mujeres no sólo a sus víctimas sino un espectáculo horrendo después de la lluvia ácida de las guerras “fratricidas”. Miller decía: “antes de volver a casa es necesario darse una vuelta por el caos y observar el mal”. Y callar que es contemplar con una lágrima tanta miseria. Salir de la caja de espejos que es nuestra mente y revolcarla  de realidad tal vez sea el camino para encontrar el verbo que nos mueve: SER.

Las letras, las palabras, los textos hilan el tejido del SER pero este se descose todos los días:  un camino de terapias, encuentros metafísicos y una vida intensa nos convierte en sobrevivientes,  aventados al stream violento de la vida, donde hay pocos remansos de agua. Se rescata algo en esos estanques de tranquilidad, existe “la fuerza del perdón”  que es sanador y se dice ¨mágico”, “conjura  el abuso” y diría yo,  es el tratamiento para las enfermedades del alma cuyo origen están en el exterior y no en interior: es viral, pandémico. En estos tiempos perturbados y perturbadores, Viaje hacia la levedad del sentir es un relato de cómo desde la pérdida hay todavía un espacio y terreno para sembrar una sonrisa en el ojo de la mente (Durrell dixit).

Muchos no se salvaron de las terapias light y de los impostores metafísicos que hoy proliferan acarreando prosélitos en las clases medias y altas de la sociedad. No pacifican sino crean placebos en guarderías mentales para personas extraviadas en la sociedad del como si, en la esquizofrenia que habitamos creyendo que ejercemos la la libertad del “YO”. Nuestros jóvenes siguen la ruta que seguimos con la “novedad” de que las guerras continúan, la internas/privadas y la externas/públicas y ahora se visibilizan en Instagram. Ambas desastrosas. No hay paz.

Somos a través una máscara decía Octavio Paz; atrás de la máscara está un sujeto, atado a su ser; y un individuo, único, irrepetible e intransferible.  A esa máscara le llamamos “persona” que es la que se presenta todos los días ante nosotros ocultando el drama que encierra y nos arroja una pregunta existencial: ¿vivir es un encierro de si mismo que cuando se abre llega la paz, la cura o la sanación? El Bhagavad Gita nos enseña que la única terapia realmente restaurativa es des-hacernos de nuestro yo: “hasta cuando me miro en el espejo no soy yo, yo no estoy , en su lugar un joven moreno de ojos azules, un desconocido, me devuelve la mirada”. Habitamos la otredad que es el espejo y la ilusión de un yo nunca encontrado.

 

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