Versión corta. Homenaje a Manuel / De la pasión y de la razón

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Homenaje mínimo a Manuel Martín Serrano

Por Rafael Serrano

 

Hace 40 años, en 1984, llegué a Madrid para realizar un posgrado. Venía de haber estudiado en la UNAM de CU; de haber transitado por una carrera que cambiaba de nombre cada semestre: al principio era periodismo después ciencias de la información, luego comunicación colectiva y ya al final de la carrera terminó llamándose eclécticamente Periodismo y comunicación colectiva. Nunca supe ni asumí que licencia me daba. Pero fue lo de menos porque tuve grandes maestros: Pablo y Henrique González Casanova, Juan José Arreola, Fernando Benítez, Enrique González Pedrero, Froylán López, Víctor Flores Olea, Miguel Granados Chapa, Fedro Guillén entre otros. Sin duda un privilegio que se lo debo a la Universidad: pública, republicana y mexicana.

 

Ahí, en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM,  de la mano de mi maestro y mentor Henrique González Casanova aprendí que la escuela es un pretexto para aprender. Que el currículo es solo una vereda con muchos caminos y que lo importante es la pasión por  conocer y éste, el conocimiento, no tiene sentido si no sirve para alcanzar con los otros una sociedad justa, fraterna y solidaria. Que la información y la comunicación humana es un principio civilizatorio que se rige por la fraternidad, fuente de la verdad y el compromiso. Poco importa si somos periodistas, publicistas, profesores, productores o comunicadores institucionales. Lo importante es unir la pasión con la razón.

 

Con ese bagaje llegué a la Facultad de Ciencias de la Información de la Universidad Complutense de Madrid. Era un edificio gris y grotesco construido para ser una prisión. España ya había abandonado la Dictadura y se respiraban aires de libertad. Ahí en unas oficinas que querían ser modernas, entre escritorios amontonados y salas para otra cosa convertidas en aulas, se encontraba Manuel Martín Serrano. Encabezaba a un grupo de brillantes profesores que se habían atrevido a construir un teoría de la comunicación y darle un lugar en las ciencias del comportamiento humano. Se ofrecía como un proyecto científico en el que convergían viejos y jóvenes españoles, todos demócratas y que con el espíritu republicano de la otra España, la marinera, compartía con los becarios latinoamericanos el ilustre saber del mejor humanismo europeo: una ciencia para la libertad.

 

Ahí me encontré con Olivia Velarde, una mexicana silenciosa, discreta y profunda, hija también de la UNAM. Fuimos compañeros y aprendimos juntos en los intensos seminarios de Manuel, fuimos discípulos de él y nos hicimos fraternos. Cuando terminamos los cursos de doctorado ella se quedó en España, hubo motivos radicales para hacerlo. Se hizo doctora e investigadora/profesora de la Complutense. Fui muy afortunado en encontrar ese tesoro. Encontré un lugar donde la amistad y el saber dialogaban. Un lugar del cual no queremos irnos y donde he permanecido 40 años. Donde hallé el sentido integrador de lo que mis ilustres maestros de la Facultad de Ciencias Políticas me enseñaron.

 

Manuel Martín Serrano se presentaba como un profesor weberiano; distante y frío, académico y serio. Sin embargo, esta dramaturgia institucional escondía un espíritu andaluz, alegre  y solidario lleno de bonhomía. Muchos de los estudiantes no entendían como este hombre corpulento con manos campesinas podía formalizar y darle un estatus de ciencia a un saber que invadía todos los campos de la ciencia de manera disruptiva. Costó mucho trabajo para que las rancias academias aceptaran el nuevo paradigma comunicativo propuesto por Manuel y que por fin, reconocieran que la comunicación  es un saber ordenado, con leyes, método, técnicas e instrumentos propios. Los Colegios invisibles tardaron más de 20 años en aceptar el modelo propuesto por Manuel y su equipo madrileño. Todavía hay quien  lo desdeña o simplemente lo ignora. El nativismo epistemológico y la ideologización lo impidieron. Hasta la fecha, los que suscribimos este paradigma nos enfrentamos a algunos intolerantes que nos acusan de tribu o secta.

 

Manuel ha hecho grandes contribuciones a la ciencia social. Pero también ha logrado incorporar las ciencias naturales, la lógica y la teoría de sistemas a las explicaciones sobre los cambios socio-históricos. Es el padre de la teoría de la mediación que permite explicar procesos complejos que relacionan mundos, o realidades diferentes; y también, el que formaliza la teoría de comunicación. En sí mismo un logro epistemológico de primer orden. La comunicación como saber asciende a ciencia. Su complejidad hizo que tardara en constituirse como un saber que amalgama  sistemas/ordenes  que constituyen la vida social y natural.

 

Ahora sabemos que la comunicación humana o no humana es un sistema complejo, abierto; equi-finalizado por la historia o por las derivas de la evolución de las especies. Ahora sabemos que el concepto   producción social de la comunicación es el correlato de los modos de producción de la formaciones sociales (bloques históricos); que las leyes de cambio comunicativo se rigen por las leyes de los cambios socio-históricos. La historia de los sistemas de comunicación son el resultado de las relaciones de producción y de su evolución, del avance de las fuerzas productivas. La comunicación es sobre todo una práctica social estratégica para el cambio y la conservación de la vida social. Por tanto  es un proceso en marcha, abierto y libre.

 

En la obra de Manuel se sintetiza lo mejor de la tradiciones sociológicas de nuestro tiempo. Recupera la tradición marxista y lo mejor de las utopías del Renacimiento y de la Ilustración. Prescribe que los descubrimientos de la ciencia moderna y sus portentosas prestaciones tecnológicas deben servir para construir una sociedad donde vivir felices y libres. Es sin duda un utopista pero no un iluso, cree en la fuerza de la utopía y en la necesidad de poner en relación la solidaridad como principio mediador entre la naturaleza y la cultura. Es decir unir la pasión con la razón desde el humanismo. Como lo ha señalado Walter Benjamin: la utopía no es solo desear un mundo mejor sino redimir los pasados negros y los presentes deprimentes.

Bastaría con eso para homenajear a Manuel Martín Serrano. Pero sus viejos alumnos, como yo, no dejamos de admirar su monumental obra y seguir aprendiendo de él y propagando sus conocimientos. Aquí en Acatlán, esta isla a la deriva de nuestra querida Universidad Nacional… hace ya unos ayeres incorporamos la poderosa visión epistemológica de Manuel y sus utopías. Me reconozco en mis compañeros que algunos  fueron mis alumnos y después mejores maestros y que contribuyeron a difundir su obra: Alejandro Byrd, Mario Revilla, Jaime Pérez, Jorge Pérez, Diego Juárez, Enrique Arellano, Arturo Salcedo, Miguel Ángel Maciel, Beatriz Gómez Villanueva, Adriana Ulloa, Diana Álvarez, Claudia Pallares, Carlos Prego, Daniel Castillo, Ángel Saiz y por supuesto, a nuestros inolvidables María Gómez y Xavier Ávila…

 

Extramuros de Acatlán la obra de Manuel se ha extendido y ya ocupa un lugar destacado. Ya no es una rara avis que habla de abejas y ciervos en Cantabria ni el lógico determinista implacable e inaccesible: ahora es un faro de luz en estos tiempos sinuosos y tempestuosos… Larga y grande ha sido su vida … Gracias Manuel…

 

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