Ramón Ojeda Mestre
Cuando uno pasa de los sin cuenta años, las fechas se tornan borrosas, se difuminan o, tal vez, deliberadamente se esconden a nuestras entendederas, así que no me exija exigente lectora precisión, pero tiene que haber sido por allá de los años noventa que en la ciudad de México se tuvo que quitar o sacar a las industrias que generaban humos, polvos o gases y en ese proceso difícil conocí a un hombre extraordinario, el señor Simón Feldman.
Hoy en la madrugada me enteré de que su hijo acaba de fallecer, uno de los pocos industriales humanistas íntegros que conocí en esta vida –en la que viene no conoceré a ninguno, pues estaré en el infierno con puro pícaro como yo- (según el son del Jarabe Jarocho que todos conocemos). Sí, estoy muy triste, pero no se me da la gana despedir como plañidera a un tipo extraordinario como el Ing. Israel Feldman Punsky.
Él como Ingeniero Químico se tituló en la UNAM y se casaría con la Bióloga Rosa Niesembaum y empezaría una intensa carrera profesional, empresarial, y, sobre todo filantrópica y humanista. Simpático, sencillo, lo vi la última vez en su silla de ruedas lleno de padecimientos que no impedían su lucidez y optimismo, ya no pudo hablar en esa ocasión, le pidió a su hijo Nathan, también Ingeniero Químico, que hablara por él.
En la comunidad judía, tuvo siempre un papel destacadísimo, muy activo y no me alcanzarían estas cuartillas para siquiera enumerar sus participaciones, pero lo que más me gustó fue su tarea voluntaria para ayudar a los ancianos y otros grupos necesitados, mientras día y noche trabajaba fundando empresas o produciendo todo tipo de metales, gases o lo que se le ocurría como buen Ingeniero Químico y a quien se recuerda no sólo en Veracruz o el Estado de México y la CDMX, sino en muchas partes del país por su incansable labor empresarial discreta, sin fanfarronerías, ni apabullamientos. En política no se metía, para nada, pero si en la agricultura y hace unos años hablaba con entusiasmo de cómo estaba produciendo pepinos y jitomates a lo grande.
¿Quiere que le diga más de este ser extraordinario que fue Israel Feldman? Bueno, pues también fundó escuelas, desarrolló tecnologías, impulsó científicos y a muchos mexicanos a fortalecer este país en todas las trincheras. A veces presumía bromeando de que sabía los nombres de todos sus trabajadores, y yo no sé si de todos, pero alguna vez en una de sus plantas que producía 30 mil toneladas por mes, saludaba y bromeaba con los trabajadores con sus nombre y hasta con sus apodos. Siempre tuvo actitud humanista, sincera, profunda, hasta alegre diría yo. Nunca supe por qué a los veracruzanos nos trataba tan bien. Lo vi con mi hermano y muchos otros.
Otra lección, vivía con sencillez pero sin pichicatería, no fue dispendioso. Era un maestro de la vida y así lo recordaré. Sus hijos y nietos deben estar orgullosos de él. Su viuda más, porque ella fue fundamental para todo lo que él hizo, e inventó. Mentiría si no dijera que tuvo tropiezos y momentos amargos, pero siempre supo salir adelante. Como debe ser y es por eso que en esta época aciaga que vivimos, esa es una lección de vida que él nos deja. Hasta pronto Israel amigo ejemplar.
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