En la gran Tenochtitlán y después de un aguacero, muchas personas se enferman, por la “empapada”, y porque en el agua de lluvia hay bacterias y elementos químicos, partículas sedimentables, sólidos, coliformes fecales (KK), etc.
Las primeras lluvias de la temporada son importantes porque limpian la atmósfera de contaminantes…pero… si tenemos dos días de precipitaciones, y tres o cuatro no llueve nada, entonces el aire estará de nuevo contaminado con humo y metales pesados.
Según estudios del Centro de Ciencias de la Atmosfera (CCA) de la UNAM, el agua de lluvia de la Ciudad de México no es apta para consumo humano directo, porque además de microorganismos, contiene aluminio, plomo, zinc, mercurio, arsénico y níquel, los cuales son venenosos y tienen su origen en los convertidores catalíticos de tu coche.
Los “chilangos” quemamos combustibles fósiles, con gusto y desparpajo: cuando los gases procedentes de su combustión reaccionan con el oxígeno del aire y el vapor de agua, se transforman en ácidos que transporta la lluvia a través de cientos de kilómetros.
Entonces la lluvia ácida nos baña, a personas animales, vegetales, infraestructura urbana y en general deteriora el medio ambiente.
Cito a mi siempre admirada abuela Cuca: “Cuando el amor es parejo, están de más los elotes.”
Si te proponen reutilizar el agua de lluvia, como siempre pasa un poco antes de las campañas electorales, piensa querido lector, que no se trata de una opción 100 por ciento ecológica y que (después de filtrarse) el agua se debe encauzar a tareas como el lavado de la ropa, agua de riego, como alternativa en desagüe de las tazas de baño, y a lo mejor para lavar pisos.
Si vamos a “cosechar agua de lluvia”, bien podría la autoridad advertirnos que no debemos bañarnos, ni lavarnos manos o dientes con agua de lluvia. No es sano en la CDMX.
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