jueves, noviembre 28, 2024

Tlaxcala, tierra bravía con historia y vida

Adrián García Aguirre / Tlaxcala, Tlax.

* La entidad más pequeña, de fuerte presencia y cercana al corazón.
* Tepecticpac, Ocotelulco, Tizitlán, Quiahuiztlán, primeros señoríos.
* Arte, tradiciones, vestigios prehispánicos y un gran pasado.
j* Atlihuetzia y La Malinche, atractivos visuales incomparables.
* Cacaxtla fue un baluarte de la cultura olmeca-xicalanca.
* Hacienda de La Laguna, fundada por Romárico González en 1908.

No obstante ser el estado territorialmente más pequeño de la República Mexicana, Tlaxcala es grande en historia, con un pueblo de enorme fortaleza, de los pocos que –como ocurre actualmente- no se han doblegado ante el embate de la modernidad arrasadora ni, como en el pasado, ante las feroces campañas emprendidas por los poderosos tlatoanis del imperio azteca, en épocas lejanas cuando su territorio se componía por cuatro señoríos.

Estos eran Tepeticpac, Ocotelulco, Tizitlán y Quiahuiztlán, cada uno autónomo; sin embargo, sus jefes depositaban en uno de ellos el mando de los ejércitos, quedando federados y unidos en una sola nación, como lo explicó René Delgado, experimentado guía de la Secretaría de Turismo estatal, quien nos llevó a conocer lo mejor de su tierra bravía.

Con la cascada de Atlihuetzia y el volcán de La Malinche –Malintzin en náhuatl- como escenarios visuales incomparables del más bello lugar de esos taurinos parajes, Delgado refirió que estas tierras se distinguieron por haber acunado a una de las culturas más importantes de Mesoamérica.

En una lección histórica que se agradece, nos enseñó que, en esa época, los señoríos vivieron una etapa de bonanza, gracias al intercambio con los pueblos de la costa del Golfo de México, el Océano Pacífico y Centroamérica, de modo que, través del comercio, los tlaxcaltecas obtenían cacao, cera, textiles, pigmentos, oro y piedras preciosas, pieles finas, plumas de aves exóticas y sal.

Simultáneamente al esplendor de Tlaxcala, los tenochcas realizaban sus conquistas, convirtiendo a muchos pueblos en tributarios; pero Tlaxcala y otros lugares quedaron fuera del control político de México-Tenochtitlan.

Con la integración de una triple alianza entre Tenochtitlan, Texcoco y Tlacopan en 1455, ésta dio origen a las llamadas “guerras floridas”, con el propósito religioso de obtener prisioneros y sacrificarlos a sus deidades ancestrales.

Conociendo la importancia de asimilar la historia de Tlaxcala antes de emprender un viaje por su minúsculo aunque extraordinario territorio, sepamos que aquí surgieron en el mundo indígena dos concepciones políticas diferentes, las cuales chocarían inevitablemente.

Así, Tlaxcala desarrolló un sistema de ciudades-estados que conformaron una república, mientras que México-Tenochtitlan se convirtió en imperio, con el mito de Quetzalcóatl como el común denominador de los pueblos de origen náhuatl, entre ellos los tlaxcaltecas, dueños hoy de una entidad sumamente atractiva, vigorosa, segura y, en otras palabras, amable e inquieta por poder servir al turismo nacional y extranjero.

Este singular estado posee una riqueza arqueológica interesantísima, y uno de sus orgullos es Cacaxtla, baluarte de la cultura olmeca-xicalanca localizado a 19 kilómetros al sureste de la capital, habitado entre los años 400 al 1200 de la era cristiana, en cuyo basamento hay una pirámide truncada, producto de varias etapas constructivas que representan diferentes épocas.

Con el predominio de los colores verde y azul, el mayor atractivo de Cacaxtla es el mural del Hombre Jaguar, el guerrero cubierto con la piel de un felino de cuyas fauces salen un rostro y un atado de lanzas de los que caen gotas sobre una cabeza de serpiente.

A este se suma otro mural, el de la Batalla, que se extiende a lo largo de 22 metros, ubicado en la fachada de una plataforma estucada que tiene una escalera central, con la posibilidad de caminar a lo largo y ancho de ese espacio fascinante para ser admirado en todas sus dimensiones.

Esta obra representa un combate entre dos grupos: uno de los cuales porta atributos de fieras majestuosas, mientras el otro tiene tocados de aves que, magníficos, conservan sus colores iridiscentes originales.

Xichitécatl es el “Lugar del linaje de las flores”, otro importante asentamiento arqueológico que ofrece un espléndido panorama del proceso histórico del lugar, que acepta visitas de martes a domingos de 10:00 a 17:00 horas, además de que existen otros lugares con mucha historia prehispánica.

En la tierra que hemos conocido no sólo encontraremos vestigios del pasado, sino también –principalmente hacia San Antonio Tepetzala y la laguna de Atlangatepec- las grandes haciendas para la crianza de toros de lidia, famosos por su bravura dentro y fuera de un país como México que gusta de la fiesta brava.

La nación mexicana, sin duda, tiene en Tlaxcala un orgullo en materia taurina, pues hay cerca de una veintena de esas haciendas en su minúsculo territorio, entre las que destaca La Laguna, fundada en 1908 por don Romárico González con vacas de Tepeyahualco.

El lugar posee un hermoso casco colonial -con todos los ingredientes nostálgicos imaginables: carteles, cabezas de toros inmortalizados por las más grandes figuras de todas las épocas y un bar acogedor sin igual-, conservado intacto por sus actuales propietarios, los hermanos Luis Javier y Jorge Antonio Rojas Cardoso.

Ellos forman parte de una dinámica coalición de prestadores de servicios turísticos, incluidos hoteles y restaurantes que, con preciosos sitios ubicados también en el corazón de la capital estatal, hacen honor a tradiciones de hospitalidad.

Con el fin de solucionar necesidades de espacio y entretenimiento, con una afición taurina que los desborda, los dueños de La Laguna ofrecen servicios diseñados para lograr la máxima satisfacción de su clientela, con campamentos, cabalgatas y tientas de becerros y vaquillas.

Estos ingredientes campiranos refrendan la fama de La Laguna y su prestigio de más de un siglo de existencia, sin que falte la cocina regional, los pulques curados y otros elementos que sirven para animar gratamente el alma, el cuerpo y el corazón.

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