viernes, noviembre 29, 2024

TEXTOS EN LIBERTAD: Juan O’Donojú, olvidado protagonista de la Independencia

Ø Firmó los Tratados de Córdoba con Agustín de Iturbide

José Antonio Aspiros Villagómez

 

         Enviado por el Ministerio español de Ultramar, el 30 de julio de 1821 llegó a las costas del Golfo de México el teniente general de origen irlandés, masón y de ideas liberales, Juan José Rafael Teodomiro de O’Donojú y O’Ryan​. Venía como capitán general y jefe superior político de Nueva España, ya que el título de virrey había sido suprimido, pero nunca ocupó el cargo y se sumó a la causa trigarante.

         Es uno de los personajes más importantes en el proceso de consumación de la Independencia mexicana hace 200 años. A su arribo a San Juan de Ulúa tuvo conocimiento del caos imperante en la aún Nueva España, lanzó una proclama donde expresó su “deseo de alcanzar un acuerdo que fuera grato para los mexicanos” y por ello invitó al jefe del Ejército Trigarante, Agustín de Iturbide, a conversar sobre el proyecto de emancipación en la villa de Córdoba.

         Se reunieron el 24 de agosto de 1821, seis meses exactos después de que Iturbide y Vicente Guerrero habían convenido el Plan de Iguala, mismo con el cual O’Donojú estuvo de acuerdo en términos generales, firmó un pacto con su interlocutor y así lo hizo saber a las autoridades de España aunque no tenía autorización para ello, ni de las cortes, ni del rey.

         En los Tratados de Córdoba, que fueron el documento surgido de esa reunión, se asienta que fue O’Donojú quien convocó a Iturbide, “deseoso de evitar los males que afligen a los pueblos en alteraciones de esta clase y tratando de conciliar los intereses de ambas Españas”, y para discutir “el gran negocio de la independencia”.

         Al final, “después de haber conferenciado detenidamente sobre lo que más convenía a una y otra nación” -sostiene el propio documento-, firmaron por duplicado los acuerdos que constan de 17 artículos en su mayoría coincidentes con las 23 “bases sólidas” del Plan de Iguala.

         Dicen los Tratados de Córdoba que “esta América se reconocerá por nación soberana e independiente y se llamará en lo sucesivo Imperio Mexicano”, el cual “será monárquico constitucional moderado”. En el Plan de Iguala convenido con Guerrero, se mencionaba un “gobierno monárquico, templado por una constitución análoga al país”, según los textos originales que consultamos en la obra Escritos diversos (Agustín de Iturbide, Conaculta, México, 2014).

         Dicho Plan estableció también la formación de una junta gubernativa provisional en tanto llegaba el emperador del nuevo país, de la cual -según se agregó a los Tratados- sería miembro O’Donojú “en consideración a la conveniencia de que una persona de su clase tenga una parte activa e inmediata en el gobierno”. Por eso su nombre aparece entre los firmantes del Acta de Independencia, aunque no asistió a la ceremonia el 28 de septiembre de 1821 por encontrarse ya enfermo, lo cual le impidió también ocupar el cargo de regente del nuevo gobierno.

         Además, debido a que la Ciudad de México seguía ocupada por tropas españolas al mando de Francisco Novella, enviado por España en sustitución interina del último virrey, Juan Ruiz de Apodaca,  se registró en los Tratados que O’Donojú ofrecía “emplear su autoridad” para que esos militares salieran “sin efusión de sangre y por una capitulación honrosa”. Y así ocurrió, ya que Iturbide no deseaba que se empleara la fuerza, pese a que para ello “sobran recursos” y la capital estaba sitiada por el Ejército Trigarante con Nicolás Bravo y Vicente Guerrero al frente.

         Dice el doctor en Historia Ignacio González-Polo en el Boletín de 2006 del Instituto de Investigaciones Bibliográficas de la UNAM, que O’Donojú aceptó “de buena gana” el Plan de Iguala con excepción de “la candidatura del archiduque Carlos a la corona del imperio mexicano”, y de buena fe sugirió que si los Borbones rechazaban ésta, fuera designado por las cortes “un candidato sin condición de nobleza (lo que permitió a Iturbide ascender al trono)”.

         Pero el documento firmado en Córdoba sí asienta que serían llamados a “reinar en el Imperio Mexicano”, en primer lugar Fernando VII y, “por su renuncia o no admisión”, su hermano Carlos, el infante Francisco de Paula y en última instancia el también infante Carlos Luis. Y en tanto tomara posesión alguno de ellos o en su defecto quien fuera designado por “la corte del Imperio”, se crearía una Junta Provisional de Gobierno “compuesta de los primeros hombres del Imperio por sus virtudes, por sus destinos, por sus fortunas, representación y concepto, de aquellos que están designados por la opinión general, cuyo número sea bastante considerable para que la reunión de luces asegure el acierto en sus determinaciones”.

         Se encargó a esta Junta nombrar una Regencia que se ocuparía del Poder Ejecutivo y convocaría a Cortes, que serían el Legislativo. Todo ello, en tanto hubiera monarca en México. Como sabemos, Iturbide fue elegido al frente tanto de la Junta como de la Regencia, antes de ser nombrado emperador por el rechazo de los Borbones.

         Por su parte, O’Donojú sobrevivió solamente unos días al surgimiento de la nueva nación. Según el historiador español Juan Córdoba Toro, “falleció repentinamente” el 8 de octubre de 1821, a los 59 años, “al parecer de pleuresía, aunque hubo rumores de que pudo ser envenenado”. Y atribuye la versión –“que hasta el momento (febrero de 2016) no ha podido demostrarse”- al escritor oaxaqueño Carlos María de Bustamante (1774-1848).

         En mayo de 1824, nos dice también Córdoba Toro en un pequeño ensayo para iberoamericasocial.com, Fernando VII estableció “un indulto y perdón general”, con excepción de los españoles europeos que “tuvieron parte en el convenio o tratado de Córdoba”, en especial el ya para entonces fallecido Juan O´Donojú, cuyos restos fueron inhumados en el Altar de los Reyes de Catedral Metropolitana de la Ciudad de México. Es probable que sigan ahí.

         La autora Silvia Isabel Gámez dice en un texto en el sitio web que lleva su nombre, que la viuda de O’Donojú, María Josefa Sánchez de Barriga, conservó por un tiempo la cabeza del personaje, que habría sido sustraída subrepticiamente y devuelta en 1843, un año después de que ella murió, por cierto en la soledad y “en la miseria” porque nunca se le entregó la pensión vitalicia de 12 mil pesos anuales asignada por el gobierno mexicano. Las arcas estaban vacías.

Post data.- Nuestra gratitud por los diversos y estimulantes comentarios recibidos con motivo de cumplirse en este mes, 15 años de teclear los Textos en libertad. Seguirán por un tiempo.

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