Ø Se cumple un siglo de ‘La suave patria’, de López Velarde
José Antonio Aspiros Villagómez
Todavía deben ser muchos los que conocieron y tal vez conservan la Historia Gráfica de la Revolución Mexicana, que originalmente publicó en varios cuadernos el Archivo Casasola en los años 40 del siglo XX, con las fotografías tomadas o adquiridas por Agustín Víctor Casasola, “protorrepórter gráfico de la Prensa mexicana” como se le identifica en el tomo 1, cuaderno 1, sin fecha.
Pero tal vez muchos más ni la conozcan a pesar de ser una valiosa obra de consulta, memoria y testimonio, y por eso deseamos compartirles lo que en ella se publicó sobre la conmemoración del primer centenario de la consumación de la Independencia hace un siglo, para hacer comparaciones con la forma como se festejará el bicentenario en 2021.
Como sólo tenemos los primeros 14 cuadernos originales, que abarcan hasta el magnicidio de Venustiano Carranza, consultamos el tomo 5 de una edición posterior también a la mano (Editorial Trillas, 1992) donde consta que el entones presidente de la República, Álvaro Obregón, encabezó durante septiembre de 1921 diversos actos celebratorios de la consumación, con la participación destacada de diplomáticos y militares.
Aunque sin mayores detalles, el divulgador de la historia Alejandro Rosas dice en el libro La ciudad que ya no existe, con imágenes del coleccionista Carlos Villasana (Planeta, 2021) que una de las primeras trasmisiones de radio que hubo en México “se realizó durante la visita del presidente Álvaro Obregón a Córdoba, Veracruz, para conmemorar el centenario de la consumación de la Independencia”.
Y según las reseñas de la Historia Gráfica de Casasola, a las “suntuosas y solemnes fiestas” que hubo fueron invitadas “todas las naciones del mundo” y la mayoría envió misiones especiales incluida España, la potencia de la que en 1821 se había independizado el naciente Imperio Mexicano. Estados Unidos, Bélgica, Cuba, Ecuador, Francia, Inglaterra y Paraguay, no mandaron representantes.
Aparte de los actos en el Zócalo, no hubo festejos populares como los organizados por el gobierno de Porfirio Díaz en 1910 en el centenario del Grito de Dolores. Al menos, lo que muestra Casasola sólo son recepciones y banquetes al cuerpo diplomático, a los “attachés” militares y marinos extranjeros que vinieron, y un agasajo de la esposa de Obregón, María Tapia, en el Castillo de Chapultepec a los familiares de esos personajes.
El pueblo solamente presenció en la capital del país el desfile militar del 27 de septiembre en el centenario exacto de la entrada a México del Ejército Trigarante, mientras que días antes 50 mil niños fueron formados sobre el Paseo de la Reforma y otras arterias, desde el Palacio Nacional hasta el Alcázar de Chapultepec, para que ondearan banderas tricolores durante un recorrido de Obregón y los dirigentes de los poderes Legislativo y Judicial en un carro descubierto tirado por caballos, para pasar revista al “elemento escolar”.
El 15 de septiembre de 1921 tuvo lugar la ceremonia del Grito de Independencia en Palacio Nacional (con tal caos que hubo unos 20 heridos de bala en el Zócalo) y luego una cena para los invitados foráneos, y el 16, el presidente Obregón acudió a la catedral metropolitana donde se encontraban los restos de los iniciadores del movimiento insurgente, y que hasta cuatro años después fueron trasladados a la Columna de la Independencia (pero no visitó los del consumador, que también estaban y siguen en ese templo).
En las fotografías con que Casasola ilustró su obra, aparecen el gobernante, su gabinete y los omnipresentes embajadores y enviados especiales con vestimentas de gala y las señoras con sombreros y pieles en algunos casos.
También el día 16, Obregón entregó estandartes a 13 batallones del Ejército en el Hipódromo de la Condesa. En otra fecha fue ofrecido un concierto a los diplomáticos en el Salón de Embajadores del Palacio Nacional, seguido por un banquete. Los invitados recibieron asimismo homenajes en una sesión del Poder Legislativo.
Los militares mexicanos igualmente tuvieron atenciones. Obregón inauguró en la población de Tacubaya un asilo para los veteranos de las guerras de intervención, y ofreció en el bosque de Chapultepec una comida –en “rústicas mesas”, aclara e ilustra Casasola– “a los miembros del Ejército Nacional que asistieron y tomaron parte en las fiestas de la Consumación de la Independencia”.
A la tropa y elementos de la marina les fue dedicada en la plaza de toros una función de ópera con la interpretación de ‘Aída’, de Giuseppe Verdi y Antonio Ghislanzoni. En las fotos de Casasola se ve a los “juanes” y sus “soldaderas” -como les llama- que no parecen muy entusiasmados al escuchar la ‘Marcha triunfal’.
Es de atenderse lo que dice la Historia Gráfica sobre el desfile militar del 27 de septiembre, pues en dos de los tres párrafos del texto informativo ilustrado con siete fotografías, explica que fue “el generalísimo don Agustín de Iturbide” quien “hizo su entrada triunfal” a la Ciudad de México al frente del Ejército de las Tres Garantías en 1821, pero añade que la ceremonia organizada por el gobierno de Obregón “fue para glorificar al gran insurgente general Vicente Guerrero, consumador de la Independencia”.
Como sabemos, detrás de esta centenaria distorsión histórica existen propósitos ideológicos y políticos que los historiadores profesionales se han encargado de rebatir basados en documentos que guardan los archivos públicos y privados, pero no hay indicios de que el gobierno actual vaya a corregir esa versión oficial, ahora que se conmemora el bicentenario.
Con el título en portada de “Nacionalismo de Estado”, la acreditada revista Relatos e historias en México dedica su número 155 de septiembre de 2021 a los festejos del primer centenario en 1921 y otros sucesos y personajes relacionados, en las plumas de maestros y doctores en la materia. Y entre sus selectas ilustraciones, está la imagen de la escultura anónima del siglo XIX, ‘Iturbide y la Patria’, que se exhibe en el Museo Nacional de Historia (Castillo de Chapultepec).
Recordemos que también se cumple un siglo de que el nombre de Agustín de Iturbide fue borrado del muro de honor de la Cámara de Diputados, y de que, para sustentar su proyecto de nacionalismo revolucionario, Álvaro Obregón se arropó en el poema ‘La suave patria’ de Ramón López Velarde -escrito en abril de ese ese año- y nombró a éste, “poeta nacional”, cuando murió tres meses antes de las celebraciones septembrinas. Ese mismo año, el poeta zacatecano había publicado con el mismo enfoque el ensayo ‘Novedad de la patria’ en la revista vasconcelista El Maestro.