Miguel Tirado Rasso
La semana pasada comentábamos sobre el tema de las alianzas de los partidos políticos, con miras a la elección presidencial de 2018, una estrategia necesaria e indispensable para triunfar. Y es que, como casi todos lo tienen claro, ante la crisis de credibilidad, el desprestigio y la decepción que llevan a cuestas esas instituciones, cosechada a pulso, sin duda, la participación sin socios en la próxima elección, es prácticamente un suicidio.
Desde luego que conciliar intereses y objetivos entre organizaciones diversas, no es algo sencillo, para no entrar en el espinoso terreno de la conjugación de principios ideológicos opuestos, posibilidad que para los ortodoxos resulta una barrera infranqueable. Pero el pragmatismo y los intereses pueden superar convicciones. En particular, cuando de la lucha por el poder se trata, como es el caso.
En estos días, los dirigentes del PAN, Ricardo Anaya, y del PRD, Alejandra Barrales, anduvieron muy activos hacia el interior de sus institutos para alcanzar acuerdos sobre lo que ya, en el mes de mayo pasado, habían adelantado: la formación de un frente de oposición, con una convocatoria abierta a todas las fuerzas políticas y sociales contrarias al PRI. El objetivo, echarle montón al partido en el poder, para derrotarlo en la próxima elección presidencial. La noticia sorprendió a unos y provocó el rechazo de otros. Pero, por lo que se vio este fin de semana, aquella declaración no se trató de un simple aviso de ocasión sino del manifiesto de un complot en ciernes.
Con diferencia de unos días, los dirigentes de estos dos partidos convocaron a sus cúpulas. El PAN, a su Asamblea Permanente, y el PRD a su Comité Ejecutivo Nacional (CEN) y a su Consejo Consultivo, con un mismo propósito: obtener los acuerdos favorables para avanzar en la formación de este frente opositor rumbo al 2018. Y si bien, el planteamiento no convenció a todos, el ex joven maravilla y la senadora, salieron airosos en su intención, logrando, con holgura, el visto bueno para su propuesta.
En el caso del partido blanquiazul, tras una maratónica sesión, la Asamblea aprobó, por una amplia mayoría, la integración del frente. Con esto, y la definición del proceso interno y los tiempos para elegir candidato presidencial, Ricardo Anaya, logró evadir el acoso de la aspirante presidencial Margarita Zavala que lo ha venido presionando para que abra su juego político y deje de aprovechar el cargo de presidente del partido en su promoción de aspirante embozado, así como para que anticipe la postulación de los candidatos más competitivos. Como era de prever, por el control que tiene el queretano sobre el Consejo Nacional, ninguna de las dos demandas de la ex primera dama tuvieron éxito. Así que el joven dirigente, avanza tranquilo con su proyecto personal.
Por su parte, la senadora Barrales se anotó un buen punto, al conseguir la aprobación de su CEN y del Consejo Consultivo del Sol Azteca para impulsar el Frente Amplio Democrático (FAD), que así lo bautizaron, para cuya formación se ha invitado hasta a Morena, con muy pocas expectativas, por los desaires y críticas que su fundador ha proferido en contra del PRD.
Por supuesto, que el consenso no ha sido total y, de inmediato, dirigentes de la corriente Izquierda Democrática Nacional (IDN), llamaron a la rebelión en contra de la dirigencia de su partido, manifestando su absoluto rechazo a formar un frente con el PAN. Esto, a nadie sorprendió, pues su fundador, René Bejarano y demás dirigentes de esta corriente, tienen su propio juego en el que no se descarta su incorporación a Morena. Y es que dicen que donde hubo fuego, cenizas quedan.
Por lo pronto, el frente avanza como una posibilidad que permite recordar, guardando la debida proporción, aquel Frente Democrático Nacional que hace casi 20 años congregara a partidos y organizaciones sociales, eso sí, todos de izquierda, en torno a la candidatura presidencial de Cuauhtémoc Cárdenas, semilla que más tarde daría origen al PRD que, al menos por un tiempo, se convertiría en la segunda fuerza política del país.
Pero los tiempos cambian y no siempre para bien. Ahora este partido, disminuido y fracturado, ante una izquierda dividida, busca en la alianza con la derecha recuperar algo del liderazgo que se le esfumó con la dispersión de las izquierdas y que lo ha llevado hasta el borde del precipicio.
El Frente no es una mala idea en una partidocracia en crisis que requiere de la suma de fuerzas para estar en la competencia, aunque, en este caso, signifique mezclar el agua con el aceite, porque, por otro lado, los partidos promotores, por sí solos, no tendrían ninguna oportunidad.
Preocupa, sin embargo, que se declare como razón de ser del Frente, sacar al PRI de Los Pinos, derrotarlo en la elección presidencial, según su propia confesión, porque empobrece su proyecto a un objetivo de coyuntura. Y luego, ¿qué? El país requiere contendientes propositivos, que presenten programas, que ofrezcan soluciones, que seduzcan al electorado con planteamientos para mejorar sus condiciones de vida, que luchen por el voto ciudadano y no una lucha entre perdedores, en la que se gane por la eliminación del contrario. Tampoco es buen aval, si como por ahí se dice, es también una estrategia para evitar la llegada del fundador de Morena a la silla presidencial.
El gran reto de este Frente, y de lo que depende su consolidación, es la figura de su candidato, que deberá tener características especiales para que lo acepten unos y otros. Un personaje que sea bien visto por las izquierdas y la derecha, que, de preferencia, no provenga de las filas de los partidos convocantes, porque entonces los egos y la rivalidad acabarán con el proyecto.
En 1988, no se presentó este problema porque primero fue el hombre y luego el Frente, formado casi a su imagen y semejanza. Ahora se trabaja a la inversa, primero el Frente y después el candidato, que tiene que satisfacer los requerimientos, condiciones y exigencias de un frente plural y diverso.
¡Vaya tema!