Miguel Tirado Rasso
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A pesar de que los pronósticos de los servicios de inteligencia norteamericanos, apuntaban, con meses de anticipación, a una invasión rusa sobre Ucrania, había resistencia de muchos para aceptar algo que podría originar un conflicto armado de trascendencia mundial. La evolución tecnológica en la capacidad destructiva, significa, al menos en teoría, un freno a los ánimos belicistas y expansionistas que tanto daño y dolor causaron en el pasado y que nadie, o casi, quisiera que se repitieran.
Los pronósticos se cumplieron, sin embargo. Rusia invadió a Ucrania y se desató una guerra desigual en la que el oso gigante no parece estar dispuesto a ceder en su pretensión de incorporar a Ucrania bajo su dominio. El argumento del presidente ruso, Vladimir Putin, es que histórica y culturalmente esa nación es parte de Rusia. “Los rusos y los ucranianos son un solo pueblo”, ha dicho. Pero, además, con esto busca evitar que ese país se una a la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), a la que el mandatario ruso considera una amenaza para la seguridad de su país. Y es que, desde 2008, Ucrania solicitó su incorporación a la OTAN, cuya aprobación continúa pendiente y a la que el Kremlin se opone terminantemente.
La preocupación por la seguridad de su país, ante el crecimiento de la OTAN, que Putin considera un enemigo más, fue el gran pretexto que encubre su anhelo expansionista y que, desde que asumió el poder, hace 22 años, ha estado planeando para recuperar la grandeza rusa, la dignidad del pueblo ruso, según su dicho; siempre añorando los buenos tiempos de la Unión Soviética cuya desintegración, en 1991, la califica como la “catástrofe geopolítica más grande del siglo XX”.
La guerra estalló, con la invasión rusa al territorio ucraniano, este 24 de febrero. La descalificación, rechazo y condena de muchas naciones no se hizo esperar. Algunos países afines al Kremlin, como Siria, Irán, Cuba, Venezuela y Nicaragua, justificaron abiertamente la agresión rusa, acusando, unos, a la OTAN de provocador y, otros, formulando críticas a Occidente por “apoyar fuerzas terroristas”. Otros, como India y Sudáfrica, sin censurar el ataque ruso, se concretaron a hacer votos por que se encuentre una solución pacífica al conflicto.
La posición de China, la gran potencia, es cauta. Sin condenar a su socio, pero tampoco apoyando de manera expresa las acciones rusas, han pedido moderación a las partes. Atribuyen a “legítimas preocupaciones de seguridad”, la incursión de su aliado y, sin dejar de exponer su poca afinidad con los EUA, acusan al Tío Sam de haber alentado esta crisis.
Del otro lado, los EUA, los países de la Unión Europea y muchas naciones más, inclusive Suiza, el país tradicionalmente neutral, definieron de inmediato su posición, condenando enérgicamente la invasión rusa. Bueno, algunos tardaron un poco en sumarse, lo que, en momento delicados como éste en que se hace necesaria la solidaridad y apoyo al pueblo de Ucrania ante una injustificable agresión bélica que viola todo principio de derecho internacional y pone al mundo entero en vilo, es difícil de entender.
Ante la gravedad del conflicto, la comunidad internacional decidió imponer sanciones financieras contra Rusia para apretar su economía y bloquear sus finanzas y, de esta manera, presionar al Kremlin para que suspenda los bombardeos a Ucrania. Algunas de estas medidas incluyen congelar los bienes del presidente Vladimir Putin, de su ministro de Relaciones Exteriores, Sergei Lavrov, y de otros personajes más, en los territorios de los países sancionadores, así como los activos, en EUA, de los dos bancos más grandes de Rusia, Sberbank y VTB Bank, y cortar los vínculos de corresponsalía de los bancos norteamericanos con el principal banco ruso, Sberbank.
Varios países aliados se han sumado a esta estrategia, aplicando sanciones diversas que implican suspensión de actividades comerciales con Rusia, prohibición de acceso a barcos de ese país y a vuelos rusos en su espacio aéreo, veto a las importaciones de petróleo rusas, y otras más que han obligado al presidente Putin a tomar medidas drásticas para evitar la caída de su moneda que llegó a devaluarse hasta más de un 30 por ciento a principios de esta semana.
En este contexto, la reacción de nuestro país se ha visto lenta y cauta en exceso, como tratando de evitar comprometerse. Primero, simplemente rechazando la invasión rusa, posición que horas más tarde tuvo que elevar al rango de condena expresa, como los países del bloque occidental de aliados lo habían hecho con anticipación. No quedaba de otra, pues nuestro principal socio comercial y vecino esperaría una definición categórica, ante el estado de guerra Rusia-Ucrania. Por lo que toca a las sanciones aplicadas al agresor, por parte de los países aliados, el presidente Andrés Manuel López Obrador ha declarado que México no aplicará sanciones.
Hay circunstancias en las que la neutralidad puede ser no muy bien vista, cuando la gravedad del caso impone definiciones. No podemos ignorar que, por razones geográficas, económicas, comerciales, estratégicas y, hasta políticas, en condiciones de guerra, el margen de actuación es limitado.