Miguel Tirado Rasso
mitirasso@yahoo.com.mx
La votación más baja para
la elección de un presidente
del CEN del PRI, en toda su historia.
Con la novedad de que, por una abrumadora mayoría del 97 por ciento de votos a favor, el presidente del PRI, Alejandro “Alito” Moreno, “ganó” su primera reelección al frente de su partido, con posibilidades de repetir el numerito, una vez más, dentro de cuatro años.
Y es que, de acuerdo a las reformas de los estatutos, promovidas por este personaje, no sólo acabaron con el principio consagrado e incuestionado de no reelección, que suponíamos básico del instituto político, sino que ahora se autoriza la reelección no sólo por un período, sino hasta por tres consecutivos, de cuatro años cada uno. Lo que, en teoría, le permitiría al dirigente priista prolongar su estancia ocho años más al frente del tricolor. Claro, si éste lograra sobrevivir.
La estrategia desarrollada por el actual dirigente, no oculta su ambición de poder. Las reformas a los estatutos promovidas durante su gestión han buscado la concentración de funciones y facultades en la dirigencia, a costa de quitárselas a los órganos colegiados, desde el Consejo Político Nacional hasta los comités directivos estatales y municipales.
Si en las primeras reformas de 2020, se arrogó la facultad exclusiva para nombrar a todos los candidatos a cargos de elección popular, federales, estatales y municipales, en las últimas aprobadas en la pasada Asamblea Nacional del 7 de julio, se adjudicó la de designar a los coordinadores de los grupos parlamentarios en el Congreso de la Unión y en los congresos estatales.
Entre otras reformas aprobadas, está una reducción considerable del número de integrantes del Consejo Político Nacional, al que se le otorgaron facultades para elegir a los presidentes nacionales para nuevos períodos. Un Consejo reducido que le permite al presidente del CEN un control total, como quedó demostrado en la reciente elección interna.
Alito se regodea de su triunfo y afirma: “Llevaremos a nuestro partido por un nuevo rumbo de reflexión y trabajo, para construir triunfos desde cada rincón de México.” Algo que la militancia priista le hubiera agradecido llevar a cabo cuando asumió el cargo, allá por 2019, porque durante los cinco años que presidió al tricolor, sucedió exactamente lo contrario. Derrotas en cada rincón del país. Recibió el partido con 11 gubernaturas y termina el cuasi sexenio con solo dos. Y qué decir de las 32 elecciones para gobernador celebradas durante todo el gobierno de la 4T, en las que el PRI perdió de todas, todas. (Hubo dos elecciones extraordinarias).
Pero Alito tiene otros datos y, muy al estilo de la 4T, no acepta críticas, ni atiende razones. Califica a quienes le demandan que respete los términos de su período en la dirigencia, de cínicos, esquiroles y de ser el peor lastre del partido y, con un estilo democrático muy sui generis, promueve la expulsión del partido de todo aquél que tenga una opinión diferente a la suya. Antes de que inicie la nueva legislatura, ya excluyó del próximo grupo parlamentario priista en el Senado al ex presidente del PRI, Manlio Fabio Beltrones, por atentar contra la unidad ideológica, programática y organizativa del partido. O sea, por ejercer su libertad de expresión.
Presume que en 2019 ganó la elección para la presidencia del PRI con dos millones de votos. Muy lejos de esos números, ahora, para su reelección, obtuvo solo 440 votos de miembros de un Consejo Político Nacional muy a modo. La votación más baja para la elección de un presidente del CEN del PRI, en toda su historia.
Al PRI le afecta su orfandad presidencial. Surgido desde el poder, no se haya en la oposición. Sin la guía de Los Pinos, en sus tiempos, el agandalle ha sido un riesgo para su sobrevivencia, aunque no se había dado el caso de que alguien se atreviera a apoderarse del partido y secuestrarlo para fines de un proyecto político personal, como sucede en esta ocasión.
Las circunstancias han facilitado el caso, porque habría que reconocer que, en la maniobra casi exitosa de Alito para prolongar su dirigencia, se nota un guiño de Palacio, que se refleja en la lentitud con la que las autoridades electorales, el INE y el Tribunal Electoral, han actuado en el trámite de los recursos interpuestos por ex dirigentes priistas impugnando la ilegalidad de la Asamblea Nacional en tiempos electorales y las reformas aprobadas. Tortuguismo que ha permitido que el proceso de reelección interna de la dirigencia del Revolucionario Institucional, continue, impunemente, su curso.
Queda claro que a la 4T le conviene un PRI débil, pero presente, con un dirigente impopular, muy cuestionado y con algunos pendientes con la justicia. Siempre podrá ser un factor para negociar ventajosamente. Al tiempo.