Miguel Tirado Rasso
Si como se dice, en política, la forma es fondo, más allá de las cifras, logros y programas, muchos basados en “otros datos”, que resultan cuestionables y difíciles de verificar, no habría que pasar por alto algunos detalles del acto en el que el Presidente Andrés Manuel López Obrador rindió su primer informe de gobierno, el domingo pasado, muy a su estilo, con un mensaje dirigido a los suyos.
A partir de que las bancadas de la oposición le cerraron las puertas del Congreso al Presidente de la República, impidiéndole de esta manera cumplir con el mandato constitucional que señalaba: “A la apertura de Sesiones Ordinarias del Primer Período del Congreso asistirá el Presidente de la República y presentará, un informe por escrito en el que manifieste el estado general que guarda la administración pública del país” (Art 69), esta disposición se modificó, para liberar al Jefe del Ejecutivo de la obligación de asistir al Congreso para presentar el informe, por lo que, a partir de la reforma constitucional de 2008, el documento lo entrega un funcionario de su administración.
Eran los tiempos en que la hegemonía parlamentaria del partido del Presidente de la República, había desaparecido en un proceso progresivo. Primero, en 1988, el PRI, entonces el partidazo, perdió la mayoría calificada de dos terceras partes en el Congreso General. Posteriormente en 1997, la LVll Legislatura arrancaría con una Cámara de Diputados en la que, por primera vez en su historia, el tricolor no alcanzaba la mayoría absoluta. La Cámara quedaba integrada por minorías. Eso sí, la suma de los diputados de los partidos de oposición (PRD, PAN, Verde Ecologista y PT) lo superaban en número, así que ellos habrían elegido a quien presidiría la Cámara, recayendo el cargo en el diputado, entonces perredista, Porfirio Muñoz Ledo. En 2000, el PRI perdería, también, la mayoría en el Senado.
Veintiún años después, y con Morena, vuelven al Congreso de la Unión las mayorías. En la Cámara de Diputados, este partido tiene la mayoría absoluta, y en el Senado, poco le falta, casi como en la época de gloria del tricolor. En estas circunstancias, parecería que las condiciones estaban dadas para que el Ejecutivo regresara por la puerta grande al Congreso y presentara y rindiera el informe presidencial, como lo ordenaba originalmente la Constitución. Sin embargo, con la 4T, el Presidente López Obrador ha insistido en que nada será igual y esto incluye estilos y formas de gobernar, ceremonias, protocolos, formalidades, etc. Sin mencionarlo, queda muy claro que no está de acuerdo con los ritos de la presidencia que califica de neoliberal y que está dispuesto a acabar con ellos.
Podría parecer trivial la discusión si lo del domingo en Palacio Nacional se trató del primer o tercer informe de gobierno, como él quiso que se destacara; que el mensaje lo diera antes de entregar el documento ante el Congreso, o que no portó la banda presidencial, como se acostumbraba.
Pero todo esto está a tono con otros cambios que al Mandatario le gusta reiterar y que le han servido de apoyo a su popularidad: clausurar Los Pinos, como residencia presidencial; vivir en Palacio Nacional, como lo hizo Juárez; usar líneas comerciales para sus giras, para convivir más con el pueblo; deshacerse del avión de la Presidencia, por ostentoso; eliminar al Estado Mayor Presidencial, porque a él lo cuida el pueblo; no usar la banda presidencial en la entrega de cartas credenciales de los embajadores, porque cambiaron los protocolos. Nada de esto es circunstancial, todo tiene un sentido y un mensaje que refuerza su propósito de “hacer historia”, como lo advertía su lema de campaña.
Bajo esta perspectiva, pareciera que para el Presidente este primer o tercer informe no fue lo relevante o de la importancia que sus antecesores le daban. Por eso había adelantado que no incluiría novedades. De ahí la informalidad y un contenido que podríamos considerar como la suma de varias de sus conferencias “mañaneras”, pero sin cuestionamientos. Creo que, si hubiera podido, habría dado por visto el informe, pero resultaba difícil omitir el acto.
Para la crónica del acto presidencial, vale considerar algunos detalles que pudieran significar mensajes subliminales. El único secretario mencionado por su nombre fue Manuel Bartlett a quien una reciente investigación periodística le había detectado millonarias propiedades no incluidas en su declaración patrimonial. Su inclusión en el informe podría considerarse un espaldarazo de su jefe. Destacar con sus nombres a algunos empresarios, tampoco es usual, por lo que deben considerarlo como una distinción presidencial. Colocar en segunda fila al secretario de Seguridad y Protección Ciudadana, atrás de otros invitados, pareciera una llamada de atención y tener en lugar preferente al gobernador electo de Baja California, el polémico Jaime Bonilla, pudiera interpretarse como un aval a su pretensión de extender a 5 años un mandato para el que originalmente fue elegido por dos años. El comentario sobre la oposición, podríamos considerarlo como rudeza innecesaria, atendiendo a su muy considerable índice de popularidad y aprobación.
Una ceremonia con pocos invitados y muchas ausencias, lo que tampoco es casual, por su resistencia a ser incluyente en el ejercicio de su gobierno.