Miguel Tirado Rasso
mitirasso@yahoo.com.mx
Renuente a ceder el poder,
toma decisiones y ordena
acciones que tendrán efecto y
consecuencias en la nueva administración.
Restan a la presidencia de López Obrador sólo 18 días para concluir y, contra lo que ocurría anteriormente, en que, en los últimos meses del sexenio, la actividad gubernamental disminuía considerablemente por los procesos de transición de las carteras de gobierno y la atención se concentraba, al ciento por ciento, en la figura del mandatario entrante, en esta ocasión, el cambio de estafeta presidencial, ciertamente camina de manera diferente.
En primer lugar, el todavía inquilino de Palacio Nacional continúa controlando el escenario político y sigue dando la nota del día, sus mañaneras no pierden efectividad. Renuente a ceder el poder, toma decisiones y ordena acciones que tendrán efecto y consecuencias en la nueva administración. Algunas de estas, muy riesgosas para el gobierno entrante, como la mal llamada reforma al Poder Judicial.
Además, en su estilo, y cuando apenas le quedan menos de tres semanas de su mandato, López Obrador no ha dejado que su sucesora tenga su propio espacio político. Hasta el momento, no se conoce bien cuál pueda ser su programa de gobierno, pues, prácticamente, la Presidenta Electa se ha limitado a avalar y respaldar todo lo que plantea su mentor.
Esto no quiere decir que ella no esté convencida de lo del segundo piso de la 4T, pero, seguramente, tendrá sus ideas y estilo propio y, esto es, lo que no ha dado a conocer, suponemos por prudencia.
Pero ni siquiera en los nombramientos de su equipo de trabajo, la Dra. Sheinbaum parece haber actuado con plena libertad. En la integración de su gabinete, posiciones estratégicas han quedado en personajes de la actual administración. Varios casos, podríamos suponer, no los habría incluido sin la recomendación de Palacio. Se entiende el compromiso con quien la llevó de la mano hasta la silla del Águila, pero la injerencia ha ido más allá de lo razonable.
En secretarías como Gobernación, Relaciones Exteriores, del Bienestar, Función Pública y Economía, los nuevos titulares llevan el sello de la administración actual. Sin juzgar su capacidad, no parecieran ser sus más allegados. Se entiende el caso de la Secretaría de Hacienda, pues, con tan dispendioso final de sexenio, la confirmación del actual responsable del manejo hacendario resultaba necesaria y conveniente. El mismo funcionario que abrió las arcas de los dineros de la Nación en el último año del sexenio, tendrá que encontrar la fórmula para obtener los recursos necesarios para el funcionamiento del nuevo gobierno.
Por lo que toca a los nombramientos de los secretarios de la Defensa y de Marina, tema delicado, la doctora había afirmado que los daría a conocer en “las últimas semanas de septiembre.” Por alguna razón desconocida, decidió cambiar tiempos y formas. En la primera semana de septiembre y, a través de un boletín, publicó las designaciones y no de manera presencial, como lo hizo en el caso de los nombramientos de todos los demás miembros del gabinete legal.
De llamar la atención lo que sucede en el partido en el poder.
Independientemente de que Morena no forma parte de la estructura de gobierno, no se puede ignorar su dependencia del Ejecutivo. Más aun, cuando el mandatario actual fue su fundador y no pierde su liderazgo. Resulta que, a sugerencia del todavía titular del Ejecutivo, la actual secretaria de Gobernación ha sido propuesta para presidir Morena y como segundo de a bordo, ya sea en la secretaria General o en la secretaría de Organización, el candidato que se menciona es Andrés López Beltrán, uno de los hijos del Presidente. Quien, por cierto, ha declarado que él no “va a influir en nada”.
De esta manera, además de los recomendados para su gabinete que tuvo que aceptar, a la Dra. Sheinbaum no le queda más que comentar lo atinado de estas propuestas, aunque a ella no le hayan corrido la atención de opinar, en su carácter de Presidenta Electa, sobre los nombres de los personajes que, durante su gobierno, habrán de dirigir su partido.
Sin que sea lo mismo, pero tratándose de partido en el poder con control presidencial, vale señalar lo que sucedía en el PRI de sus mejores años. En los tiempos de sucesión presidencial, toda la fuerza política del partido se trasladaba, incondicionalmente, al servicio y en apoyo de su candidato presidencial y, en su caso, al nuevo titular del Ejecutivo. El mandatario saliente dejaba el liderazgo del instituto político que, automáticamente, lo asumía el candidato sucesor. Se trataba de un partido institucional. A ningún presidente saliente se le ocurría, ni siquiera, sugerir nombres para dirigir el partido en el nuevo período de gobierno. Consciente de que su tiempo había concluido, más le valía retirarse.