José SÁNCHEZ LÓPEZ
“Mis hijos de 4 años querían ir a alguna playa en el verano, por lo que pedimos vacaciones una semana para ir a Acapulco en coche. Salimos el lunes por la mañana por la autopista de cuota rumbo a Cuernavaca. Uno de mis hijos estaba teniendo un episodio de alergia y asma.
Por lo que quise detenerme para buscar en la cajuela su inhalador. Me orillé en un punto donde el acotamiento se hacía un poco más ancho y cuando abría la cajuela, salieron de los matorrales tres tipos armados que me encañonaron para subirme al coche.
Nos secuestraron durante todo el día en la camioneta que nos prestó mi suegra. Nos quitaron todo, la camioneta, los teléfonos, laptops, tarjetas, todo lo que pudieron sacar de ellas pidiendo créditos en cajeros, todo. Pero, lo peor es que nos hicieron creer que nos iban a matar.
Muchas veces estuvimos seguros de eso mi esposa y yo. Nos tuvieron muchas horas en un campo donde se escuchaban balazos. Teníamos las caras tapadas y no vimos nada.
Después de todo un día de estar privados de la libertad, en pánico, amedrentados, abrazando a nuestros hijos, pensando que sería la última vez, nos movieron a otro lugar en donde nos dijeron que tal vez pasaríamos la noche, pero después nos movieron a otro coche.
Nos llevaron a una zanja hasta arriba de un cerro en las afueras de la ciudad. Ya era de noche, hacía frío y empezaba a llover. Nos advirtieron que esperáramos a que volvieran, que no nos moviéramos. Esperamos un rato, llenos de miedo, pero decidimos que si queríamos vivir, más valía movernos.
Empezamos a bajar el cerro hasta cruzar propiedades cercadas con miedo de llegar o entrar a donde no debiéramos. Afortunadamente una familia nos ayudó para volver a nuestra casa, algo que durante casi todo el día creímos que nunca volveríamos a hacer.
Hoy estamos vivos y eso es lo importante. Todo lo demás sobra. Tenemos mucho miedo de vivir en un país que está gobernado por el crimen.
Yo quiero mucho a México, pero ya no quiero estar aquí”.
Ese fue el relato de uno más de los miles de casos que forman parte de la llamada “cifra negra” (casos que no se denuncian) y que se considera que rebasan hasta en un mil por ciento las estadísticas oficiales.
Miedo a represalias, desconfianza a las autoridades, pérdida de tiempo y muchas otras razones más, argumentan las víctimas para no presentar sus denuncia.
Muchas veces los mismos culpables son los que reciben la denuncia o cuando se pide el apoyo la policía, lejos de auxiliar a la víctima los mismos elementos avisan a los victimarios quien los está acusando.
Esa es la realidad lacerante que se vive en el país, donde la inseguridad y la violencia se han vuelto comunes, se han “normalizado”, mientras que las autoridades, cada vez que rinden su informe de seguridad, mienten de manera descarada, insultante, para los que día a día tienen que salir a jugarse la vida para llevar el sustento a su familia o pretender gozar de unas merecidas vacaciones, como en el caso que nos ocupa.
Menos palabrería y más acciones, dejar la mentira y decir la verdad, para empezar y después acciones directas, no blandengues y menos de contubernio, porque hay una verdad irrefutable:
Ningún delincuente, ni el ladronzuelo, ni el delincuente de cuello blanco, el funcionario corrupto, el político marrullero, el capo, ninguno, absolutamente ¡NINGUNO! ¡NADIE! podría crecer ni permanecer impune, si no contara con la complicidad y protección de quienes deberían combatirlos.
No habría “Chapos”, Menchos, “Mayos”, Duartes, Borges, Lozoya, Deschamps. Ovalle. Bejarano, etc.***EL ENEMIGO DUERME EN CASA.***AU REVOIR.
joebotlle@gmail.com