Curioso caso el de
Diana Sánchez, hija
de Alejandra Barrios
Moisés EDWIN BARREDA
El 3 de mayo pasado el reportero Alberto Cuenca divulgó nota relativa a que la Fiscalía capitalina “reveló que Diana Sánchez Barrios está involucrada en cuando menos cinco carpetas de investigación relacionadas con los delitos de extorsión agravada y robo agravado en pandilla, una de ellas iniciada por la Unidad de Inteligencia Financiera (UIF) de la Secretaría de Hacienda, la cual además le congeló sus cuentas bancarias.”
Esa dependencia especificó que la susodicha “y otras personas más -cuyos nombres no precisó- son grupo que fue denunciado por exigir pago de cuotas o el denominado ‘cobro de piso” a los comerciantes que operan en “sus espacios”, que no son otros que las aceras y arroyos, bienes públicos.
Ese reportero plantea que “Justo en noviembre pasado, Claudia Morales, comerciante de un local de lentes y óptica en la calle de Tacuba 52, acusó que Graciela Coronel Barrios, hermana de Diana, ingresó al establecimiento de su hermano con un grupo de golpeadores y destrozo el lugar, como represalia porque se negaron a pagar derecho de piso a la organización de la familia Barrios. Claudia, quien por cierto es prima de Diana, presentó una denuncia penal.”
Por cierto, Diana Sánchez también fue “legisladora”. Por salud pública y para contribuir al saneamiento del Congreso de la Unión y el local, vale subrayar la increíble ironía de que vía la coalición “Va por México”, es candidata a diputada federal de Mexicanos contra la Corrupción y la Impunidad” (MCCI), organismo fundado por el falsario Claudio x gonzález hijo.
“En febrero último –dice Milenio—“interpuso dos amparos” contra la decisión de una juez de impedirle el acceso a una de las carpetas de investigación; lo exigía para impedir el cumplimiento de nueva orden de aprehenderle.
El gobierno de la CDMX le debe guisar aparte a esta mujer, pues se apropió de varios edificios en el Centro Histórico de la hoy CDMX. Eran ocupados ilegalmente desde hace varias décadas por familias que de generación en generación se transmitían la posesión. Jamás se les ocurrió promover juicio de prescripción positiva.
Valida de autoridades locales y notarios corruptos y de golpeadores, logró desalojarlas y convertirse en propietaria de los inmuebles, de valor incalculable dada la altísima plusvalía en el área.
El caso de Diana Sánchez Barrios resulta curioso porque durante el sistema político abolido en julio del 18, hubo no pocas denuncias penales contra líderes de la estofa de esa mujer, precisamente por la excesiva “contribución voluntaria” que exigían y exigen a los ambulantes fijos, semifijos en aceras y arroyos, donde también se asientan los tianguis, por operar “al amparo” de su organización.
A esa “contribución…” se le llama “cobro de piso” desde que las gavillas de narcos, como la Unión Tepito, “diversificaron su negocio”, pero nunca prosperaron las demandas y denuncias penales.
Eran congeladas porque los citados líderes daban “lo suyo” a funcionarios de la regencia capitalina y las delegaciones (antes) donde operan, y proporcionaban grupos de choque a la dictadura priísta, como hoy lo hacen a la pestilente mezcla prianprdmc.
Casi nadie las convalidaba porque les presumían a los comerciantes supuestos o reales actos de violencia para someter y silenciar a quienes criticaban el abuso y aun se negaban a pagarlo, y que no se les sancionaba gracias a la cercanía que lograron con el poder político, el que les permitió y permite –como ahora a María de Jesús Rosete Sánchez, (a) “la Rosete”— llegar a “legisladores” –de dedazo– y “disfrutar” el fuero constitucional prostituido por la oligarquía.
Viene al caso recordar al líder de tianguistas Pedro Aguilar, quien durante décadas tuvo a la colonia Santo Domingo, de los pedregales de Coyoacán, como asiento principal de “mis tianguis”. Ahí se mandó construir residencia estilo castillo medieval, de buenas dimensiones.
Para “apantallar”, atemorizar más a los comerciantes que “dirigía”, con frecuencia les enseñaba sus fotos abrazado a Presidentes de la República. Se los “cuenteaba” diciéndoles que las captaban durante las audiencias que le concedían regularmente.
En realidad pagaba a fotógrafo para que las captara cuando, igual que muchos, al concluir los mítines se acercaba a los susodichos para “felicitarlos”. Les espetaba su frase favorita que lo hizo famoso entre los proxenetas de la política: “¡Qué grande es usted, mi candidato!”
Lo podía hacer porque –se supo finalmente- daba “buena lana” –nunca dijo cantidades– a líderes del sector popular priísta (antes CNOP) tan sólo para que lo subieran a los proscenios de los mítines de campaña en esta capital