CIUDAD DE MÉXICO, 02 de julio, (AlMomentoMX).- Robert Beatty nos sumerge a un mundo fascinante y misterioso, llega la segunda entrega de la trilogía de misterio que ha conquistado las listas de The New York Times.
Ahora que los habitantes de la casa Biltmore saben de su existencia, deberá apañárselas en el luminoso y vibrante ambiente de la alta sociedad, con sus elegantes y extrañas costumbres. Pero Serafina siente que tampoco pertenece a este mundo.
La llegada de un siniestro visitante presenta una nueva amenaza: un terrible poder se está apoderando de la mansión y del bosque que la rodea. Serafina deberá encontrar el lugar al que pertenece para detener a este poder maligno… antes de que engulla su hogar.
FRAGMENTO
“Serafina comprendió que había esperado al chico feroz demasiado rato cuando oyó el jadeo de los dos perros, que corrían hacia ella desde el norte. Habían encontrado un camino de subida más allá del precipicio.
Miró a un lado y a otro. Echó un vistazo a un árbol y se preguntó si estaría a salvo ahí arriba. Luego pensó en descender por el barranco para confundirlos. Sin embargo, era consciente de que, si tenía que pasar la noche a solas a la intemperie, no sobreviviría. ¡Tienes que escapar!, le había dicho el chico feroz.
Por fin, se decidió.
Confiaba en que el muchacho estuviera sano y salvo, quienquiera que fuera. Sé fuerte, amigo mío.
Se internó en una frondosa arboleda de pinos y abetos. Las coníferas crecían tan arrimadas que tuvo la sensación de estar nadando en un océano de verde follaje. Según se abría paso entre los matorrales, las fuerzas la abandonaron dando paso a la confusión. Le fallaban constantemente las piernas y no podía concentrarse en el camino que se abría ante ella. Se llevó la mano a la cabeza y descubrió que la herida le sangraba profusamente. Las gotas les resbalaban por la frente hasta los ojos.
Sorteó el mar de árboles a tropezones, consciente de que no había forma humana de burlar a los perros. Los mordiscos repartidos por brazos y piernas le provocaban espasmos de dolor. No paraba de enjugarse la sangre de los ojos para ver por dónde iba. Las agujas eran tan densas, las ramas tan altas que ya no atisbaba la luna ni las estrellas. Las ramillas que pisaba en su carrera se rompían con un crujió que habría evitado en circunstancias normales, pero ahora daba igual. Debía correr más de prisa que nunca. Sin embargo, según se agacha y saltaba entre los árboles, seguía oyendo la voz del chico feroz: ¡No podrás correr más que ellos durante mucho rato! Serafina quería dar media vuelta y enfrentarse a los perros, pero si la atrapaban allí, en mitad de la arboleda, no los vería llegar. La matarían, seguro. Tenía que seguir corriendo.”
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