Por: José Cruz Delgado
Bien lo había dicho Eduardo Galeano: “vivimos un mundo en donde el funeral importa más que el muerto, la boda más que el amor, el físico más que el intelecto. Vivimos en la cultura del envase que desprecia el contenido”. Nada es más cierto en la lógica neoliberal que aprecia más los instrumentos que los objetivos.
Y es que el nuestro país ha quedado claro que el bienestar de la población es sacrificable en aras del control de las variables macroeconómicas, que no importa que no crezca el empleo a ritmo aceptable mientras la inflación se mantenga a raya, que la soberanía alimentaria y el desarrollo del mercado interno carecen de interés si el comercio exterior no tiene trabas; y que el contenido y los efectos del acuerdo comercial con Norteamérica no eran relevantes mientras se sostuviera el mismo.
No se han conocido a cabalidad los términos de los acuerdos entre la delegación estadounidense y la mexicana en materia comercial y aún falta que Canadá decida si participa en el acuerdo citado y que éste pase por el filtro del Senado norteamericano, cuando en México se festina una nueva versión del TLCAN, que al menos desde 1994 hasta la fecha solo trajo beneficios para muy pocos a costa de la desarticulación del aparato productivo nacional y de la subordinación del mercado interno y del crecimiento económico al comportamiento de la economía del vecino país del norte.
En lo poco que ha trascendido y que tiene que ver con los salarios que devenga la industria maquiladora de automóviles que opera en territorio nacional, se sabe que las cosas no cambiaron mucho pese a la presión de las uniones de trabajadores allende el río Bravo, porque se supere la contracción de las percepciones que es la ventaja qué México utiliza para atraer inversiones a su territorio. Así entonces, el contenido de los autos fabricados producido en zonas de altos salarios (esto es en donde se paguen al menos 16 dólares por hora) deberá ser del 40 por ciento, lo cual deja intacta la explotación de la fuerza laboral que padecen los mexicanos que trabajan en las maquilas de coches y que tiene a sus salarios a niveles de 3.14 dólares la hora, mientras que sus pares en el norte perciben 28.6 dólares.
Sin embargo, las consecuencias de la apertura comercial hacia nuestro socio del norte hasta el momento ha dejado resultados cuestionables para la planta productiva nacional. De 1994 a la fecha se han perdido más de dos millones de empleos en el sector rural, una buena parte de las exportaciones agroalimentarias se concentran en unos pocos productos y la apertura de este sector ha dejado una concentración del mercado brutal en detrimento de los ingresos hacia los pequeños productores y de los precios hacia los consumidores.
Aunado a lo anterior, la expoliación de la fuerza laboral ha dejado como secuela que Mexico tenga los salarios más bajos de la OCDE, no en vano el TLC no ha significado una reducción del porcentaje de mexicanos con ingresos por debajo de la línea de bienestar ni tampoco ha traído consigo un incremento sustantivo en el empleo formal en el país.
Festejar el TLC es más bien una maniobra retórica que un logro de impacto en la vida de las mayorías. Si las nuevas condiciones de la negociación resultarían favorables para México, nos tendrían que dar a conocer, por ejemplo, la política industrial y agrícola con la que se decidieron las ramas o sectores económicos que habrían de ser protegidos en la nueva versión del acuerdo.
No será así, porque en el país de la envoltura no se piensa en consecuencias, sino en actos propagandísticos.