Adrián García Aguirre / Tulum, Quintana Roo
* Manipulación de la población con obras sociales.
* Se ofrecen empleos a quienes ya los tienen.
* Hay obreros campechanos, yucatecos y tabasqueños.
* Tulum es el lugar más sofisticado del Caribe mexicano.
* Su actual población se quintuplicará en diez años.
“Y yo creo que tenemos derecho a la luz, al agua potable o a una buena escuela sin que tenga que ser a cambio de tragarnos el tren, que es solo parte de un proyecto mucho más grande”, dice Pedro Uc en Buctzotz, poeta maya que también se refiere a los hoteles, las fábricas, las bodegas de grano, los almacenes de cemento o los centros comerciales que surgirán alrededor.
La fórmula de negocio pactada entre el gobierno mexicano y las empresas privadas para financiar el tren consiste en que estas pagarán la infraestructura a cambio de explotar todos los negocios que surjan alrededor de la estación.
Frente a la biblioteca de su casa, a media hora de donde estará la estación número 6, Pedro Uc explica que está en contra del tren y acusa al gobierno de manipular a la población con programas sociales.
En la última Navidad, el poeta que escribe a las flores y los pájaros en náhuatl, recibió una amenaza de muerte en el celular y desde entonces cuenta con un botón de pánico en su casa y medidas de protección destinadas a los defensores de derechos humanos.
Otro apicultor maya, Manuel Pech, explica inocentemente que sale desconcertado cada vez que asiste a una reunión informativa. “Me dicen que el tren va a ser bueno para todos y que me darán un trabajo pero es que… yo ya tengo uno”.
Lo dice con aire de disculpa, junto a sus panales en una comunidad cerca de Mérida, donde estará la estación diseñada por el prestigioso arquitecto Enrique Norten, y frente al discurso oficial, una pequeña comunidad en mitad de la selva ha llamado la atención en Alemania.
Cerca de la estación número 16 de Bacalar, un encantador pueblo de 400 familias llamado Nuevo Bécal, ubicado en el centro de la reserva de la biosfera, obtuvo el primer certificado comunitario de México otorgado por el Forest Stewardship Council (FSC).
El reconocimiento internacional es un espaldarazo a su forma de cuidar sus 52.000 hectáreas de bosque con un manejo forestal que genera empleos, señala la organización fundada en Bonn hace 27 años; sin embargo, ningún responsable del tren ha llegado jamás por aquí para saber cómo lo están haciendo, explica la esposa del antiguo alcalde.
Antes de sentarse a mirar la lluvia en la hamaca, otro vecino se desprende de su uniforme de apicultor, un equipo tan poco sofisticado como el de tres pantalones, tres camisas y tres chaquetas superpuestas y un casco con una malla.
Mientras se quita pacientemente cada prenda, describe como un engaño oficial el programa “Sembrando Vida” lanzado por el gobierno para repoblar la selva con árboles frutales y maderables a cambio de 225 dólares por campesino y en el que participan muchos de sus vecinos.
“Están dañando el medioambiente porque, al final, te hacen quitar una vegetación para poner otra”, crítica: “Además, para inscribirte, te imponen una cuota, y nos cuentean con aquello de que quieren árboles en línea, alineados —aclara. Su espontánea explicación termina siendo el retrato de un modelo paternalista diseñado en los despachos de la capital.
La tormenta tropical golpea la costa de Quintana Roo por tercer día consecutivo y Tulum es una sombra de lo que fue. “¡Atención! ¡Atención!”, grita un megáfono en la vía pública, que recuerda que se trata de una zona de alto contagio y exhorta a la población a quedarse en casa.
Primero la pandemia, y ahora el agua y los vientos de 100 kilómetros por hora, han reducido el lugar más sofisticado del Caribe mexicano a un espacio inerte donde se han paralizado todas las actividades.
Todas menos una: de madera de teca, en piedra caliza, con adornos del rey Pakal, con dos, seis, ocho habitaciones, con albercas en forma de trébol, baño turco, gimnasio… la construcción de elegantes departamentos no se detiene y cientos de albañiles sueldan, alicatan y martillean bajo el agua como si nada de lo anterior sucediera.
Vista desde el aire, la imagen de Tulum es la de una mancha urbana de 40.000 personas que crece de forma frenética contra cualquier cosa verde que se interponga entre el municipio y el mar, a tres kilómetros y, al ritmo actual, en menos de una década se prevé que la población se multiplicará por cinco.
En pocos años Tulum ha pasado de ser una playa para mochileros donde dormir en una hamaca por diez dólares a convertirse en una cita obligada para los DJ’s de medio mundo.
En la calle, la estampa no es mejor: obreros, camiones, grúas y revolvedoras de cemento se cruzan frenéticamente en el lodazal, donde cientos de albañiles yucatecos, tabasqueños, campechanos y chiapanecos duermen al pie de las construcciones.