Luis Alberto García / Moscú
* Chechenia marcó violentamente la inauguración de ese periodo,
* La popularidad del mandatario había caído notablemente tras su reelección.
* Tuvo un infarto al miocardio, recuperación y luego un triunfo electoral.
* Grave situación financiera con la crisis del rublo.
* Cinco jefes de gobierno entre los años 1998 y 1999.
* Vladímir Vladimírovich Putin, el espía que llegó de Alemania Oriental.
La siguiente etapa gubernamental del presidente Borís Yeltsin se inauguró con un grave atentado en una ciudad de Chechenia: el 9 de enero de 1996 un grupo separatista armado atacó un edificio en el centro urbano, tomó a más de tres mil 700 rehenes y se enfrentó con las fuerzas de seguridad locales.
Al igual que en Budуonnovsk en 1995, esta vez los rebeldes aislacionistas intentaron volver a territorio checheno; pero fueron contenidos en la localidad de Pervomáyskoye tras
sangrientos enfrentamientos con un saldo de 78 muertos y centenas de heridos entre militares, policías y civiles.
También hubo ataques contra Grozni, capital de Chechenia, el primer enfrentamiento tuvo lugar entre el 6 y 8 de marzo de 1996 y, aunque los separatistas no lograron poner la ciudad bajo su control, hubo un violentísimo enfrentamiento que acabó con la vida de 70 militares y policías rusos, según lo consignó en magistral crónica la periodista Ana Politkovskaya, asesinada en 2006 sin que el crimen se aclarara.
No obstante las críticas generadas por la implacable actuación de las tropas rusas, el 21 de abril de 1996 el gobierno federal logró aniquilar al líder de los separatistas chechenos, Dzhojar Dudáyev, al localizarlo por medio de una señal de su teléfono satelital, para que dos aviones de combate lanzaran dos cohetes contra su vehículo.
Con la muerte de Dudáyev, la amenaza secesionista no cesó, porque los extremistas continuaron emprendiendo atentados en distintas partes de Rusia, agrediendo edificios de departamentos en Buynaksk, Moscú y Volgodonsk, saldándose estos actos con 307 muertos y mil 700 heridos.
A raíz de los acontecimientos en Chechenia y en varias otras regiones del Cáucaso Norte, así como a causa de la difícil situación económica en el país, la popularidad de Borís Yeltsin decayó de modo considerable; sin embargo, el Presidente ya había decidido trabajar “seriamente” después de su reelección.
Sorprendentemente, la popularidad de los antiguos comunistas creció: en las elecciones parlamentarias de 1995 obtuvieron la mayoría de los escaños en la cámara baja del Parlamento nacional, y en los comicios presidenciales del año siguiente, el principal rival de Yeltsin fue el líder del Partido Comunista de Rusia, Guennadi Ziugánov.
En la primera vuelta electoral Yeltsin y Ziugánov obtuvieron casi igual porcentaje de votos (35,28% y 32,03% respectivamente); pero tras la primera vuelta, la salud de Yeltsin empeoró gravemente al sufrir un infarto al miocardio, aunque logró recuperarse antes de la segunda, donde obtuvo el 53,82%, casi el 10% más que su rival comunista.
En ese maremágnum electoral –absurdo para numerosos observadores- se hizo evidente que la mayoría de los ciudadanos no quería volver al pasado comunista, pese a todos los problemas que tuvo que afrontar el país tras el colapso de la Unión Soviética y la incierta conducción que Yeltsin había hecho durante su primer mandato.
Esta victoria tuvo un alto precio para Yeltsin, cuya salud continuó empeorándose como se vio el 5 de noviembre de 1996, cuando fue sometido a una cirugía cardíaca, durante la cual el poder presidencial, por varias horas, pasó al Primer Ministro, Víktor Chernomyrdin.
Yeltsin se reintegró a sus labores a principios de 1997; pero ese segundo mandato estuvo marcado por la grave situación financiera -conocida como “la crisis del rublo”- que golpeó a Rusia inmisericordemente a partir de agosto de 1998, en momentos que el declive profundo en el precio del petróleo tuvo consecuencias severas para el país.
La crisis se agudizó por una brusca devaluación del rublo y un alza imparable en los precios de los productos básicos; pero los economistas alineados con el oficialismo gubernamental aseguraron que esa situación tuvo también su lado positivo, ya que permitió que la industria rusa se pusiera en marcha y volviera a ser competitiva.
Yeltsin confesaba en sus apuntes que su gobierno no estaba preparado para afrontar tal problema: “A pesar de todas las discusiones sobre la economía de mercado, todavía no estábamos acostumbrados al hecho de que nuestro país se encontrara dentro de una gran civilización económica mundial, dentro del mercado global”.
“La dependencia de las bolsas globales y de la economía mundial no se comprendía plenamente”, escribió Borís Yeltsin en las memorias “Maratón presidencial”, al recordar también que, entre 1998 y 1999, tuvo cinco jefes de gobierno.
Según señalaron algunos medios nacionales, con esos cambios el mandatario intentaba encontrar un sucesor a quien entregar el poder presidencial, hasta que se decidió apoyar resuelta y decididamente a un quinto Primer Ministro designado: esos dos años correspondieron a Vladímir Putin, ex agente soviético de inteligencia destacado en Alemania Oriental.
A su vuelta después del fin de la Unión Soviética, aquel burócrata nacido 1952 en San Petersburgo –antes Leningrado-, encabezó el Servicio Federal de Seguridad y el Consejo de Seguridad de Rusia: desde el 26 de marzo de 1999 ocupó ambos cargos a la vez, y fue en una intervención televisiva donde Yeltsin presentó a Putin como su sucesor.
El 31 de diciembre de 1999 el Presidente pronunció un discurso que se hizo famoso, transmitido por las principales cadenas de televisión rusas, en el que anunció su renuncia al más alto cargo político de la nación: “Hoy por última vez les hablo en calidad de Presidente de Rusia. He tomado una decisión. Hoy, en el último día del siglo que termina, presento mi dimisión”.
Esto dijo Yeltsin a los ciudadanos rusos, ofreciendo de paso todas las disculpas posibles por no haber podido cumplir algunas de sus promesas, nombrando presidente interino de Rusia a Vladímir Vladimírovich Putin.
Después de tan memorable actuación de despedida, Yeltsin apareció ocasionalmente en público, y en noviembre de 2000 creó una fundación que llevó su nombre con el objetivo de apoyar a los talentos jóvenes dedicados a realizar investigaciones sociales y políticas.
El 12 de junio de 2001 fue condecorado con la Orden del Mérito de la Patria, y el 22 de agosto de 2006 recibió la Orden de las Tres Estrellas, máximo premio estatal en Lituania, por “haber reconocido la soberanía de Lituania en 1991”, dando el primer paso para la disolución de la antigua nación de los sóviets fundada por Vladímir Ilich Ulianov, Lenin.
En agosto de 2006, en su última entrevista, Yeltsin confesó que en su periodo presidencial hubo serios errores políticos y la adopción de equívocas y graves medidas económicas que llevaron a Rusia a una situación extrema, con el surgimiento de pocos millonarios y millones de miserables.
Empecinado por entrar a la historia, insistió en que había escogido el camino correcto: “Logramos alcanzar lo más importante: Rusia dejó de mirar atrás y buscar allí algún paraíso perdido. Comenzamos a caminar hacia un Estado normal, sano y civilizado. Con dificultades y errores, pero siempre hacia adelante”, dijo Borís Yeltsin.
Con la salud deteriorada, falleció el 23 de abril de 2007 a causa de una insuficiencia cardíaca, a los 76 años de edad, y un año después, el 23 de abril de 2008, en el cementerio Novodévichie de Moscú, donde fue sepultado, se erigió un monumento a quien fue el primer Presidente de la Rusia postsoviética.
Se trata de una sobria lápida de mármol que, como en el pasado remoto, tiene representados los tres colores de la bandera rusa adoptada como símbolo monárquico en 1883, bajo el imperio de Alejandro III, padre del zar Nicolás II, quien creyó que la autocracia y el autoritarismo formaban parte del orden natural de las cosas.