viernes, abril 19, 2024

Rusia, Alaska y Estados Unidos: por unos dólares menos

Luis Alberto García / Juneau, Alaska

*Más de siete millones, por un millón y medio de kilómetros cuadrados.

*La copia del cheque que liquidó una compra histórica, en exhibición.

*Está a resguardo en una vitrina de la Biblioteca del Congreso.

*Se trata de una superficie territorial como Irán, Mongolia, Mali o Perú.

*El imperio zarista temía perder su fría colonia americana sin compensación.

*Remota e inaccesible, Edouard de Broeckl y William Seward la negociaron.

En la Biblioteca del Congreso en Washington D.C., se reguarda y exhibe en una vitrina de cristal una réplica del cheque por un valor de siete millones 200 mil dólares, usado para el pago por el territorio de Alaska al imperio de Rusia, cuya carga de conflictos internos y externos hacía insostenible su presencia en tierras y mares inexplorados hasta mediados del siglo XVII.

La compra de Alaska fue la adquisición de un millón 518.800 kilómetros cuadrados –los mismos que miden individualmente Irán, Mongolia, Mali o Perú en sus dimensiones de hoy-, del actual estado de Alaska por parte de Estados Unidos al Imperio ruso, llevada a cabo en 1867, a instancias de William H. Seward, secretario de Estado estadounidense.

Rusia se encontraba en medio de complicadas situaciones políticas y financieras, y temía la pérdida de los territorios de Alaska sin ninguna compensación en algún conflicto futuro, probablemente con sus rivales británicos.

En permanente expansión y cimentado el poder imperial de Victoria I, los ingleses podrían haber capturado con facilidad una región tan difícil de defender debido a su lejanía y aislamiento, y por lo tanto, el emperador Alejandro II prefirió y decidió vender su casi desconocido territorio americano a Estados Unidos.

El zar envió como mediador -una suerte de ministro sin cartera- a Edouard de Stoeckl, quien comenzó las negociaciones con Seward a principios de 1867, concluidas expeditamente a las cuatro de la madrugada del 30 de marzo, con un precio final: siete millones 200 mil dólares, con la aceptación de una parte de la ciudadanía estadounidense.

Ésta consideró positiva la adquisición, aunque algunos críticos -entre ellos políticos de oposición, columnistas y editores- se mostraron renuentes y hasta contrarios a la compra de esas tierras.

En la época de la compra, ésta fue llamada despectivamente la “locura de Seward”, la “nevera de Seward” o el parque zoológico de osos pardos y polares del presidente Andrew Johnson, ya que daba la impresión de que era imprudente gastar tanto dinero (de entonces) en una región tan inaccesible, indómita y remota.

El tratado fue impulsado por Seward, que ya se había mostrado a favor de la expansión del país, y por el presidente del Comité para Relaciones Exteriores del Senado, Charles Sumner, quienes argumentaban que el tratado tenía ciertas ventajas, coincidentes con los evidentes intereses geopolíticos y estratégicos de Estados Unidos.

Rusia, por su parte, había sido un importante aliado de la Unión durante la Guerra Civil (1861-65), mientras que el Reino Unido de la Gran Bretaña se mostró como un abierto enemigo, pareciendo inteligente ayudar a los rusos, a la vez que se incomodaba a los británicos, además de que estaba el asunto del territorio adyacente perteneciente a Inglaterra, el actual Canadá y la Columbia Británica.

Un territorio de tan escaso valor estratégico podría ser una compra potencial en el futuro para los ingleses, y la compra, según un artículo editorial del “New York Herald”, era una indirecta del zar a Inglaterra y Francia de que estos “no tenían nada que ver en el continente americano”.

“En definitiva, se trataba de un movimiento de flanqueo” sobre Canadá, según otro influyente periódico, el “New York Tribune”, y pronto se vería en el Noroeste a un “cockney (londinense) hostil con un yanqui vigilante a cada lado”, haciendo que John Bull entendiese que la única salida era una venta de sus intereses a Brother Jonathan.

La firma del tratado de cesión de Alaska fue en una ceremonia celebrada el 30 de marzo de 1867, con la presencia de Robert S. Chew, William H. Seward, William Hunter, Vladímir Bodisco, Edouard de Stoeckl, Charles Sumner y Frederick W. Seward.

El 3 de marzo, Sumner pronunció un discurso en defensa del tratado, hablando con conocimientos y profundidad de la historia, el clima, la configuración natural, la población, los recursos—bosques, minas, pieles, pesca—de Alaska.

Citó el testimonio de geógrafos y navegantes: Vitus Bering, Trofim Zhdanko, Alexander von Humboldt, Joseph Billings, Yuri Lisiansky, Fyodor Petrovich Litke, Otto von Kotzebue, Portlock, James Cook, John Meares y Ferdinand von Wrangel.

Cuando finalizó, observó que había “hecho poco más que mantener el equilibrio de la balanza”, y continuó diciendo que, si esta se había inclinado de algún lado, era “porque la razón o el testimonio de ese lado era más fuerte”.

Pronto, dijo Sumner, “una pragmática raza de intrépidos navegantes tomarán la costa dispuestos a cualquier empresa de negocios o patriotismo. El comercio encontrará nuevos brazos, el país nuevos defensores, y la bandera de las barras y las estrellas nuevas manos que la sostengan en el aire”.

Y hubo más: “Concede al territorio el republicanismo estadounidense –continuó- y él te concederá lo mejor que puedas recibir, ya sea quintales de pescado, polvo de oro, las más preciosas pieles o el marfil más refinado”.

“Nuestra ciudad”, exclamó Sumner, “puede ser nada menos que el continente de América del Norte con las puertas hacia todos los mares que la bañan”, y argumentó que el tratado era “un paso visible” en esa dirección. Por sus términos debíamos “despedir a otro monarca de este continente”.

Concluyó así: “Uno a uno se han retirado, primero Francia, luego España, luego otra vez Francia, y ahora Rusia, todos dejando espacio para esta absorbente unidad que proclama nuestro lema nacional: E pluribus unum.”

El Día de Seward, en honor de William H. Seward, es de fiesta en Alaska, donde anualmente se celebra la compra por parte de Washington cada último lunes del mes de marzo, que también significa barra libre para beber alcohol en muchas ciudades, como en Ketchikan, aunque esa costumbre no se sigue en todo el estado.

La ratificación rusa de la compra de Alaska fue el 20 de junio de 1867, verificada antes por el Senado de Estados Unidos el 9 de abril, con un total de 37 votos a favor y dos en contra; sin embargo, la asignación del dinero necesario para la compra se demoró más de un año debido a la oposición de la Cámara de Representantes.

Esta aprobó finalmente la asignación en julio de 1868, con una votación de 113 votos a favor y 48 en contra, antes de que Sumner informara de las estimaciones de población rusas: Alaska –dijo- estaba habitada por unos dos mil 500 rusos y razas mestizas y ocho mil aborígenes.

En total, quedaron unas diez mil personas bajo el gobierno de la compañía de pieles rusa, y posiblemente cincuenta mil esquimales y americanos nativos fuera de su jurisdicción: los rusos estaban asentados en 23 puestos de comercio, colocados convenientemente en islas y costas.

Cuatro o cinco rusos bastaban para comprar las pieles a los aborígenes, y almacenarlas hasta que los barcos de la compañía se las llevasen de la ciudad más poblada -de Novoarjanguelsk en ruso, de New Archangel en inglés, actualmente Sitka- para controlar el comercio de las pieles de las nutrias marinas, que habían fascinado a la corte zarista y a la nobleza europea muchas décadas atrás.

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