miércoles, diciembre 4, 2024

Resistir sin morir en el intento

Federico Berrueto

Preocupante en extremo lo que ocurre en la vida nacional, que desde la más elevada oficina se exacerbe la polarización política y el desencuentro entre los mexicanos. La mesura y la prudencia, fundamentales para la convivencia civilizada pierden presencia. Tal como sucede de acuerdo con el manual de guerra no hay más que propios y enemigos; para unos y otros la moderación es confusión y hasta traición. La lógica de la guerra es destructiva, hace de la verdad recurso a modo y todo se vale con tal de ganar.

Los dos polos en contienda no están en igual situación; por un lado, está el gobierno con todos los recursos de poder y su presidente en una persistente victimización, la mayoría parlamentaria para aprobar leyes a la medida de las necesidades del régimen e importantes aliados de la oligarquía, incluyendo relevantes empresas de medios de comunicación concesionados; del otro, una oposición formal desprestigiada y un despertar ciudadano creciente. El Estado como espacio de representación del todo se ha desvirtuado, al igual que el gobierno y la representación política en el Congreso, con la singular excepción del Senado y no siempre. Recuérdese la designación de Rosario Piedra en la CNDH o, recientemente, el voto mayoritario al Plan B. La lucha es desigual y eso precisamente vuelve más intransigente a quien resiste la embestida del enemigo.

La irrupción ciudadana es una oportunidad de renovación de la política, pero hay dos riesgos: que pierda impulso o que se desvirtúe al no saber cómo transitar en la futura disputa por el poder, especialmente porque ésta se procesa a través de los partidos y todos ellos viven su momento más bajo. El problema no es que no existan aspirantes opositores con presencia o atractivo, el asunto es más básico: la oposición partidista es incapaz de articularse razonablemente con la inconformidad social que se ha activado por el abuso del poder y la amenaza al sistema democrático. La oposición se abstiene cuando el gobierno impone incondicionales para seleccionar consejeros que deben cumplir obligadamente con el código de imparcialidad.

La prudencia está a prueba. Caer en la provocación hace el juego a quien requiere justificar una guerra y calificar como adversario a todo aquél que no se le someta. Los ciudadanos pierden al caer en la trampa. Por ejemplo, si el objetivo es defender a la democracia la actitud hacia la Corte debe ser de respeto, no la de condicionar apoyo si sus resolutivos son contrarios al gobierno y a su presidente. Se precisa entender las reglas del juego que a todos imponen límites y obligan a la imparcialidad, por más que el mismo presidente sea el primero en desentenderse de ellos. Hace bien la ministra presidenta Norma Piña al llamar a sus jueces a la prudencia, sin por ello ceder en su tarea esencial de salvaguardar a la Constitución.

No caer en la polarización es fundamental por tres razones. La primera porque el objetivo inmediato es evitar el deterioro de la democracia y esto implica que el ciudadano, más que los partidos actúen para que el voto cuente y se cuente; la segunda es porque la manera de transformar a la partidocracia existente es mediante la presión ciudadana, la polarización hace creer que todo es deseable o permisible con tal de derrotar al régimen; la tercera, el país requerirá independiente de que quien prevalezca en 2024 de términos de acuerdo, diálogo y entendimiento, para ello es necesario evitar el enfrentamiento y las heridas que compliquen el acuerdo.

Los problemas del país exceden al de las pulsiones autoritarias del régimen. La solución estructural de muchos de los males apunta a abatir la impunidad, asunto que aplica por igual al gobierno actual que a los anteriores. Como tal, la exigencia ciudadana de mejorar no debe hacer concesiones con los de casa. Eso es replicar los modos y formas del régimen. Por esta consideración la renovación de la dirigencia del PRI se vuelve crucial para el movimiento por la democracia y por la dignificación de la vida pública. De la misma forma que la selección del candidato presidencial y la de los principales cargos ejecutivos deben emprenderse no en las negociaciones cupulares entre las dirigencias partidistas, sino en un proceso democrático incluyente y confiable, esto es, empoderar al candidato o candidata presidencial con un mandato ciudadano democráticamente procesado.

 

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