jueves, marzo 28, 2024

Repaso a escenarios futbolísticos soviéticos de tres décadas

Luis Alberto García / Moscú

 

*El ascenso inició hacia 1958, en la Copa Rimet de Suecia.

*Beskov, Katchalin y Morozov dieron calidad y fueron artífices del cambio.

*Razones políticas para no asistir a Brasil 50, Suiza 54 y Chile 62.

*Blokhin, Chivadze y Shengelia, astros surgidos en Ucrania y Georgia.

 

 

Sorprendentemente y teniendo en cuenta su categoría internacional, la Unión Soviética tan sólo había competido cuatro veces hasta 1982 en Copas del Mundo, y su mayor éxito lo logró en Inglaterra, al ocupar el cuarto lugar, atrás del anfitrión –que ganó el torneo con el favor del árbitro suizo Gottfried Dienst y del abanderado soviético Tofik Bakhramov-,  seguido por Alemania y Portugal.

 

Los lusitanos dieron la sorpresa –sacaron a Brasil con acciones criminales del defensa Joao Moraes, quien cazó y lesionó seriamente a “Pelé” en los cuartos de final, utilizando un juego alevoso y ventajista- y tuvieron en Eusebio da Silva a un magnífico artillero mundialista, con nueve goles en su cuenta personal.

Los soviéticos, que ingresaron a la Federación Internacional de Futbol (FIFA) hasta 1940, por razones ideológicas y políticas evitaron participar en Brasil 50 y Suiza 54, con la llamada “guerra fría” en su punto más alto y a Iósif Stalin como dictador absoluto del Kremlin, enemigo mortal de las naciones occidentales.

Llegaron a Suecia 58 con aires triunfales, luego de ganar el oro olímpico en Melbourne, Australia, y anunciando su futura hegemonía en Europa, cuya Copa de Naciones obtendrían en París en 1960.

Dirigidos por Konstantin Beskov, en Estocolmo pelearon por acceder a la gran final; pero los rojos cayeron (2-0) ante Suecia, retirándose a esperar su participación en Chile 62, impresionando gratamente en una gira sudamericana previa a la séptima disputa de la Copa Jules Rimet.

En partido cardiaco que acabó 4-4 ante la selección de Colombia, conducida inteligentemente por  el argentino Adolfo Pedernera -que perdía (3-0) al cuarto de hora de iniciado el encuentro-, la Unión Soviética se colocó entre los ocho primeros y eliminó a Uruguay (2-1), para encontrarse con los chilenos, perder (2-1) y salir inconforme de los choques mundialistas.

Inglaterra 66 y México 70 reafirmaron la presencia soviética en el futbol mundial y ambos torneos significaron una plena recuperación del conjunto que pasaron a dirigir Gavril Katchalin y Nikolai Morozov, a quienes Beskov aleccionó debidamente para defenderse bien de los enemigos  y atacar con delanteros que hicieron época.

Beskov ha sido considerado uno de los grandes entrenadores soviéticos, después de ser uno de los delanteros más eficaces y productivos de Dínamo de Moscú, responsable como director técnico de la obtención de la Copa de Europea de Naciones en 1960, conductor además del multicampeón Spartak capitalino, del que permanentemente se nutrió el combinado nacional, la Sbornaya, para sus juegos internacionales.

Con todo y que la Unión Soviética no participó en la Copa del Mundo de 1974 –otra vez por razones políticas como en 1950 y 1954, pero ya sin el padrecito Stalin en los mandos de la nación-, porque el juego eliminatorio para Alemania debía realizarse en un estadio convertido en lugar de tortura y detención de opositores al régimen golpista de Chile del general Augusto Pinochet-, correspondió a Ucrania y Georgia ser fértiles viveros futbolísticos.

Baste nombrar a Oleg Blokhin, la “Flecha roja” de Kiev, el “Cosmonauta” –ganador del “Balón de Oro” europeo en 1975-, para percatarse de que algo ocurría en esa tierra –hogar de los cosacos bebedores  de nalifka, su licor de cereza- , bañada por los ríos Don y Volga, integradas todavía a la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas.

Ésta desaparecería casi dos decenios después para convertirse en Rusia, retomar el modelo capitalista occidental bajo el gobierno caótico de Borís Yeltsin y retornar al izamiento y uso oficial de la bandera zarista anterior a 1917.

Además de Blokhin, las fábricas de futbolistas para la Unión Soviética –como le llamaban entonces a Ucrania y Georgia-  produjeron luminarias de las dimensiones de Alexander Chivadze, David Kipiani y Ramas Shengelia, una tercia de futbolistas de altísima valía en sus respectivos puestos.

El georgiano Chivadze ganó fama no solamente por su habilidad defensiva, sino también por su fuerza en el ataque, y ciertamente estuvo entre los goleadores en la fase clasificatoria para asistir a la Copa del Mundo de España de 1982.

No menos importante fue la actuación del medio centro Kipiani, quien no pudo participar en ese certamen –jugado por la Unión Soviética en Málaga y Sevilla dentro del Grupo 6-, debido a una fractura en un juego de la Liga local, y sin que en el torneo de España pasaran de octavos de final.

Los soviéticos de entonces habían superado la fase grupal al empatar (2-2) con Escocia, ganar (3-0) a Nueva Zelanda, pero perder (2-1) contra un Brasil que jugó por nota, cuando –dicen los que saben- debió ser campeón mundial, hasta que se le atravesó Italia, que sí lo sería al vencer en Madrid (3-1) a Alemania, el 11 de julio de 1982.

Shengelia, por último, se cuenta entre los mejores atacantes que ha tenido el futbol soviético, máximo goleador de la Liga nacional, quien destacó entre los mejores futbolistas de las décadas de 1970 y 1980, que no brilló más porque el poder dinamitero que entonces  ejercía Oleg Blokhin era algo superior al suyo.

Ucrania y Georgia, territorios ex soviéticos de enormes esfuerzos y heroísmo, caracterizada por la creatividad y valentía de sus habitantes, ya tiene una historia deportiva reconocida, al aportar deportistas de muchos kilates a las glorias pasadas que, legítimamente, pretenden su resurrección.

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