miércoles, diciembre 4, 2024

Que las autoridades resuelvan el feminicidio de mi madre, justicia a la doctora Zárate

Silvia Isabel Gámez Martínez
CIUDAD DE MÉXICO.- Sintió la primera alerta cuando su madre no llegó a trabajar al Hospital Español. Algún viernes, la doctora Alejandra Zárate Osorno se retrasaba por hacer un trámite en el banco, pero le resultó extraño que no contestara las llamadas ni los mensajes a su celular.
Con su clave, Adrián Alejandro Carballo Zárate, hijo único de la doctora, logró ubicar su teléfono. Marcaba un punto de la calle 1, cerca de Calzada Legaria, en la colonia Pensil. Era cerca del mediodía del 12 de agosto de 2022.
Carballo se dirigió al lugar, donde reconoció la camioneta Acura, y a su madre inclinada en el asiento del copiloto. “Identifiqué su espalda y fue un shock para mí. No me acerqué más; llamamos a la policía”, cuenta el médico, que también se especializó, como Zárate, en anatomía patológica.
La doctora de 63 años, directora de Patología en el Hospital Español, falleció, según el dictamen de los forenses, a causa de asfixia mecánica mixta. El asesino utilizó una bolsa de plástico y sus propias manos para acabar con su vida.
La Fiscalía General de Justicia de la Ciudad de México inició una investigación por feminicidio. Cuando el Ministerio Público determinó, tras examinar las cámaras del C5, que la muerte de Zárate había ocurrido en su casa de Tlalnepantla, en el Estado de México, el caso fue turnado a la fiscalía de esa entidad.
En el domicilio vivía también Máximo “N”, un trabajador doméstico que llevaba 16 años al servicio de la doctora y se encargaba de limpiar, arreglar el jardín y cuidar a sus seis mascotas: tres perros adoptados y tres gatos. Dormía en la casa por el temor de Zárate a la inseguridad.
Desde un principio, recuerda Carballo, los investigadores capitalinos sospecharon de Máximo, pero se necesitaban más pruebas para detenerlo. El empleado continuó trabajando en la casa hasta el pasado noviembre, cuando fue acusado de feminicidio y recluido en el penal de Barrientos, en Tlalnepantla, en cuyo juzgado se sigue el proceso. De ser hallado culpable podría enfrentar, según el Código Penal del Estado de México, hasta 70 años de condena, o prisión vitalicia.
“Esto [el feminicidio] no fue un hecho aislado o fortuito”, subraya el médico. “Estoy seguro de que fue planeado y de que, obviamente, hubo un abuso de confianza por parte de un empleado doméstico al que se le tenía una gran confianza y que perpetró o fue cómplice de este acto criminal. Fue un hecho muy bien planeado y ejecutado”.
Durante sus dos presentaciones ante el juez, Máximo se ha declarado inocente. Carballo cuenta que solía verlo los fines de semana cuando iba a comer con su madre; lo recuerda como un hombre “callado, obediente, que no mataría ni una mosca”. Sabe poco de su vida: que es originario de un municipio cercano a Tecamachalco, en Puebla, y que ha tenido relación con dos mujeres, y un hijo con cada una.
“Lo único que ha dicho [en el juzgado] es que no salió de la casa”, dice el médico. Según la mecánica de hechos, fue en la vivienda donde tuvo lugar el asesinato entre las 22:28 y las 22:53 horas del 11 de agosto. La prueba científica del luminol descubrió restos de sangre lavada, debido a que, según los investigadores, la doctora fue golpeada con un objeto contundente en la parte posterior de la cabeza por Máximo o su cómplice y, ya inconsciente, fue asfixiada.
“Los videos y el examen de su celular muestran que Máximo nunca salió esa noche del hogar de mi mamá, pero las cámaras captan a la camioneta [de la doctora] hasta el sitio donde es abandonada, y a un sujeto que se baja del vehículo y camina durante un buen trecho hasta que se le pierde el rastro en un taxi”.
Este cómplice aún no ha sido identificado, y es uno de los llamados que hace Carballo a las autoridades. El médico piensa que podría ser un familiar o un amigo cercano de Máximo, pero las indagatorias no han dado resultados. Que permanezca en libertad, señala, es un riesgo para la sociedad.
“Ya cometió un delito grave contra una mujer, podría en cualquier momento cometer otro”, advierte. “Y probablemente, como vio el éxito que tuvo, elegir una víctima similar, una mujer que esté sola”.
No existe aún claridad sobre el móvil del feminicidio, pero una línea de investigación es el robo. Carballo calcula que pudieron extraer de la casa de 3 a 3.5 millones de pesos en efectivo.
“Ella guardaba el dinero en diferentes escondites y desapareció, sin que se notara que lo hubieran sacado de manera desordenada o rápida, como si lo hubieran hecho de forma muy quirúrgica, y la única persona que podía saber dónde estaba, porque ni yo lo sabía, era Máximo, que estaba dentro de la casa”.
En estos días, el médico se prepara para la audiencia intermedia del proceso, en la que cada una de las partes presenta las pruebas del caso, que son aceptadas o desechadas por el juez. Carballo buscará fortalecer las evidencias en contra del empleado con el testimonio de un perito particular que analizó las cámaras de seguridad del domicilio.
“Lo que realmente quiero, y confío en la autoridad para lograrlo, es que se haga justicia. Que Máximo reciba la condena que se merece, y que se localice al sujeto [cómplice] que sigue prófugo”, dice Carballo. “Esto es lo que estoy pidiendo a las autoridades: que haya un juicio justo, una sentencia correcta, y que se identique y localice al secuaz de Máximo”.
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Alejandra Zárate Osorno era médica cirujana y partera egresada de la Escuela Médico Militar, a la que ingresó con 17 años. Obtuvo el primer lugar de su generación y, una vez terminada la carrera, hizo una especialidad en anatomía patológica en el Hospital Militar.
De 1989 a 1993 estudió hematopatología en el Instituto Nacional del Cáncer de Estados Unidos. Cuando regresó, trabajó en el Hospital Militar, en el Instituto Nacional de Cancerología y, desde 1999, en el Hospital Español, donde fue nombrada directora de Patología en 2007.
Zárate formó a muchas generaciones de médicos, cuenta su hijo, primero como maestra en la Escuela Médico Militar —tenía el grado de tenienta coronel en retiro—, y después en la UNAM y en la Universidad Anáhuac.
“Ella fue madre soltera. Cuando era pequeño me crió mi abuela [doña Gudelia, de 91 años] porque se fue a estudiar a Estados Unidos, pero siempre estuvo presente, y desde los nueve años viví con ella. Era muy buena madre, pese a que tenía uno o dos trabajos no había día en que no fuera por mí a la escuela o estuviera pendiente de mis calificaciones, incluso cuando fui a la universidad”.
Aunque desde 2009 se independizó, ella siempre se preocupó por su seguridad, dice el médico. Recuerda que le “encantaba” su trabajo y coleccionar figuras de gatos, ya que sentía un gran amor por los animales. Cuando tenía tiempo le gustaba ver los documentales de crímenes de Investigation Discovery.
Carballo, de 38 años, quien trabaja en el Laboratorio de Patología del Hospital Español, afirma que la muerte de su madre significó no solo una pérdida a nivel personal, sino para la medicina del país. Desde que ocurrió ha recibido el apoyo de instituciones como el Colegio y Asociación Mexicana de Patólogos, la Federación de Anatomía Patológica de la República Mexicana y la Agrupación Mexicana para el Estudio de la Hematología.
“Yo sé que todas [las personas] son importantes, pero con ella perdimos a alguien muy relevante en la formación de muchos futuros especialistas en varias ramas de la medicina”, señala.
La violencia contra las mujeres, que se traduce en México en más de diez asesinatos cada día, se relaciona, en opinión de Carballo, con una cultura machista en la que las mujeres son vistas como objetos o seres débiles de quienes se puede abusar, “más que nada cuando están en soledad o no hay un tercero viendo”, y con gobiernos que no le han dado la importancia debida a este tipo de agresiones.
“A mí me gustaría hacer una petición para que este caso [de mi madre] no pasara desapercibido, sino que fuera un ejemplo de que, pese a la adversidad y a este delito que se cometió, aún hay esperanza de que se haga justicia, no nada más para los feminicidios, sino para cualquier otro tipo de agresión de género”.
Aunque siente un “vacío” porque el cómplice del crimen de su madre sigue prófugo, considera un avance que uno de los presuntos culpables ya esté en prisión.
“También en ese sentido este caso podría ser ejemplar”, concluye, “porque todas las mujeres que alguna vez han sido víctimas de un delito merecen que sea esclarecido, y que el culpable sea aprehendido, juzgado y sentenciado conforme a la ley”.

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