Rajak B. Kadjieff / Moscú, Rusia
*En contra de Lenin. del comunismo y lo que representó.
*Han sido los intelectuales, economistas y grandes escritores.
*Comparten una idea y una opinión generalizadas,
*Lenin tuvo odio larvado contra Rusia.
*Nadie lo hizo con el entusiasmo que mostró Vladímir Ilich.
Los detractores de Lenin argumentan que, como Mao Tsé Tung en China y Pol Pot el genocida de Camboya, Uliánov fue un producto de la clase media alta -su padre era profesor de matemáticas y su madre miembro de una familia típicamente burguesa, con raíces suecas, judías y siberianas- el dirigente del bolchevismo creció en una era de auge económico y creativo en Rusia.
Fueron sus contemporáneos Dimitri Mendeleev, creador de la tabla periódica de elementos; Igor Sikorsky, inventor de los helicópteros modernos; y Konstantin Tsiolkovsky, padre de la astronáutica, los cohetes y todos los programas espaciales del mundo.
Lenin, huérfano desde de la adolescencia, prefirió el campo menos competitivo de la política, dando inicio a su trayectoria en los grupos radicales comunistas, y disparó su intelecto debido a que heredó de su madre una gran afinidad con los súbditos no rusos del zar, con los cuales se alió para ascender al poder.
Nadia Diuk y Adrián Karatnycky, autores de los “Imperios escondidos” (Editorial Morrow, Nueva York, 1990), coinciden en que desde el principio, judíos como Lev Trotski, y georgianos como Iósif Stalin expresaron su entusiasmo por luchar por la revolución hasta el último aliento.
Felix Dzerzhinsky, un aristócrata polaco, fue el primer y sanguinario director de la Cheka -convertida después en NKVD, la policía política; Grigory Zinoviev, también judío, habló tan pronto como en 1917 de la necesidad de aniquilar a cien millones de habitantes del imperio ruso, que “a los comunistas les sobraban”.
En sus ataques, esos y otros pensadores aseguran que todas las persecuciones comunistas se centraron en la clase alta y media rusa y en el campesinado ruso de pequeños propietarios, hasta que con un Politburó igualmente dominado por georgianos, armenios y judíos se lanzó contra los ucranianos durante el Holodomor, la hambruna estalinista provocada en Ucrania en 1932.
Fue solamente después -antes y durante la Segunda Guerra Mundial- cuando otras minorías, notablemente las tártaras, alemanas y chechenas, sufrieron graves persecuciones debido a las sospechas de que podían ayudar a los invasores nazis, que iniciaron su blitzkrieg en 1941.
“La obsesión número uno de Lenin y sus sucesores -destacan Diuk y Karatnycky- fue asegurarse que el nacionalismo ruso, en el fondo creador del estado del que se habían apropiado, no se volviera contra ellos”.
Algo similar ocurrió con el sionismo, visto como un pecado grave en un estado soviético donde había tantos judíos prominentes, muchos de los cuales no pudieron evitar la sospecha de tener doble afiliación; ello explica por qué la Unión Soviética pronto cambió de parecer y se volvió hostil.
Otros nacionalismos, sin embargo, fueron fomentados como contrapeso: la República Soviética de Kazajstan recibió numerosas regiones de mayoría rusa que todavía forman el arco norte de su territorio; Ucrania recibió primero el Donbás ruso y cosaco desde al menos el siglo XVIII.
Luego Crimea, que Lenin originalmente había dejado bajo la jurisdicción de la República Soviética Rusa; a Georgia le tocaron Abjazia y Osetia del Sur, que habían sido parte del reino georgiano medieval; en tanto Bielorrusia prácticamente se inventó de la nada.
Lenin jamás confió en que los rusos fueran buen material para hacer la revolución mundial con la que soñaba, y cuando murió el 21 de enero de 1924, su principal objetivo era llevar el comunismo a Alemania, que consideraba una tierra mucho más fértil para que creciera la semilla internacionalista.
Gracias a esta obsesión, afirma Nadia Diuk, se pudo inventar un clásico chiste soviético: “el comunismo es algo tan inútil que no funciona ni en Alemania”.