Hugo Rodríguez Barroso.
Este artículo se escribe un día antes de las elecciones del Estado de México, Coahuila, Nayarit y Veracruz (en orden de importancia). Y en medio de una tregua que no es tregua dado que las redes sociales no atienden a los deseos de aquellos que hicieron las reformas y leyes en materia electoral, cuando menos, nos hemos salvado del bombardeo mediático de las encuestas que, en semanas previas, proliferaron con todos rumbos y preferencias cardinales, en función de que los encuestadores nunca le atinan a los resultados o quedan a merced de las manifestaciones de sus corazones adinerados y carteras ambiciosas.
Es claro que los dos candidatos más votados en los primeros tres estados se declararán ganadores y que aquellos que terminen perdedores se victimizarán para acusar fraude frente a la rival o al rival de enfrente, porque, en efecto, siempre hay fraude. Todos los partidos cometen fraude. En cada elección por la que transitan, de hecho, desde la concepción misma o creación de esos institutos políticos, practican el fraude.
No tienen el menor recato por respetar el texto constitucional que dice: “Los partidos políticos tienen como fin promover la participación del pueblo en la vida democrática, contribuir a la integración de los órganos de representación política y como organizaciones de ciudadanos, hacer posible el acceso de éstos al ejercicio del poder público, de acuerdo con los programas, principios e ideas que postulan y mediante el sufragio universal, libre, secreto y directo, así como las reglas para garantizar la paridad entre los géneros, en candidaturas a legisladores federales y locales. Sólo los ciudadanos podrán formar partidos políticos y afiliarse libre e individualmente a ellos; por tanto, quedan prohibidas la intervención de organizaciones gremiales o con objeto social diferente en la creación de partidos y cualquier forma de afiliación corporativa.” (Artículo 41 fracción I de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos).
Si gustas poner especial atención a los términos “promover la participación del pueblo en la vida democrática”, “sufragio universal, libre, secreto”, “quedan prohibidas la intervención de organizaciones gremiales”. De lo contrario al espíritu de ese precepto legal viven los partidos políticos y sus candidatos apátridas: en el mayor cinismo, la complacencia o complicidad de las autoridades electorales y la pasividad del Estado mismo que camina hacia la ingobernabilidad absoluta. ¡Qué viva la anarquía! Pensarían algunos de los nuevos exponentes brillantes e intocables morales de la nueva falsa izquierda (y de la vieja derecha también, que más dinero ganan).
¿Nos importa entonces que nuestra sociedad se encamine hacia un modelo democrático auténtico? Las elecciones en nuestro país son generadas con fraude, empezando por los groseros financiamientos que reciben todos los partidos políticos, más de 5 mil millones de pesos cada año, dinero de los mexicanos.
Las elecciones de mañana domingo 4 de junio (para el día de la publicación de este artículo habrán sido el día de ayer), en lo que podemos coincidir la mayoría de los mexicanos, y seguramente más de la mitad, es que de todos los candidatos y partidos políticos, no haces uno – como dijera mi abuela -. Son más de lo mismo, más de esa mediocridad y putrefacción que se ha adueñado de los tres niveles de gobierno y de los tres poderes, más corrupción, más negligencia, más incompetencia. Que entonces no se extrañen aquellos que votan por ellos, que en seis años más, tendrán más injusticia social, más inseguridad, más quebrantos económicos, más complejidad en la vida y menos felicidad, si es lo que alguna vez han tratado de buscar.
Porque seamos honestos, los responsables de lo anterior somos nosotros. Todos. Unos por votar por una despensa o hasta por 5 mil pesos de dádiva, por un vulgar cochupo – mostrando que eso vale su vida y la de sus hijos -; otros por creerle a una bola de defraudadores sociales que ellos sí representan, finalmente, la esperanza para la Patria, pese a que esos vividores ya han gobernado en municipios y estados con el color amarillo fétido con el que nacieron. Y otros más simplemente por no tener valor de caminar hacia un cambio verdadero.
¿Hacia dónde llevamos a nuestro país con gente que vende su futuro y dignidad? ¿Con una sociedad que olvida el desencanto y la mentira de aquél primer charlatán llamado Vicente Fox que mostró impotencia como gobernante e incompetencia como persona? Casos sobran y están a la mano. Pero no tiene caso entrar en un análisis psicométrico de los votantes.
Y como esto nunca deja de sorprendernos, pues hasta el Consejo Coordinador Empresarial le entró al profetismo irracional al decir por conducto de su presidente: “tenemos que reflexionar los mexicanos y los latinoamericanos de las consecuencias de políticos que sólo prometen soluciones fáciles y que después utilizan la democracia para llegar al poder y luego anulan la democracia para permanecer en el poder, y eso no se vale…”. ¿Qué acaso se olvidó de lo sucedido ya en la historia mexicana desde la década de los setenta? ¿Qué no sabe que en la realidad no vivimos en una democracia sino en una simulación de democracia? ¿No sabe que los populistas la juegan en la izquierda, en la derecha y en el centro, hasta en el sector privado y el social?
Hasta el copete hemos escuchado que el 2017 será la prueba de fuego para el 2018, que el Estado de México es la joya de la corona, que es la elección del sexenio, que la manga del muerto. Empero, ¿a alguno de esos personajes le importa la Patria de verdad?
Más frustrante aún, es que, pese a las quejas e inconformidades que saturan las pláticas de comederos y cafés, gimnasios y parques, reuniones y debates, aulas de clases y conferencias, por ciudadanos en general, que no se vaya más allá. Así que ¡Viva la Dictadura de Partidos! Y la interpasividad de las mayorías, que en eso sí, existen suficientes acuerdos y sobradas coincidencias.
Por todo eso y más, pierde todo México: perdemos todos nosotros y se pierde el futuro.
Tú, ¿qué piensas?